Lluís Rabell: «La izquierda necesita reencontrarse con su clase para hacer frente a los nuevos desafíos del siglo»

Lluís Rabell, exlíder de Catalunya sí que es pot
Lluís Rabell, exlíder de Catalunya sí que es pot.

Trabaja en entidades del ámbito asociativo, como Federalistes d’Esquerres, el grupo Pròleg, o su asociación de vecinos, tras muchos años dedicación a la FAVB. Lideró el grupo de Catalunya Sí que es Pot, entre 2015 y 2017, en el Parlamento de Cataluña. Articulista, acaba de publicar La izquierda desnortada. Entre parias y brahmanes (Ediciones de Intervención Cultural).

¿Qué decir de la unanimidad sin fisuras en torno al atlantismo que nos invade?

Bueno, no existe tanta unanimidad. Hay distintas corrientes de opinión en nuestras sociedades, y los impactos económicos de la guerra de Ucrania pueden alterar sus proporciones en los próximos meses. Pero es cierto que existe una opinión mayoritaria, favorable a Ucrania. Ha habido un momento emocional muy fuerte. La guerra que ha desencadenado Putin en suelo europeo suscita miedos y realineamientos hasta hace poco impensables, como en el caso de Suecia, Finlandia y Dinamarca. El miedo a una agresión rusa ha provocado un vuelco en sus opiniones públicas. En momentos tan cargados de emotividad no resulta fácil analizar serenamente el marco geopolítico global en el que se están produciendo los acontecimientos.

Marco geopolítico: ¿con qué colores podría pintarse?

Tenemos como telón de fondo la competición entre una potencia emergente como China, que aspira a la hegemonía mundial, y otra, declinante, los EE.UU., que aún la mantiene. El resto de actores van quedando magnetizados por esos dos polos. EE.UU. ha jugado y juega con el retraso en la construcción de la Unión Europea para mantener su preeminencia en la Alianza Atlántica, un dispositivo militar que en las actuales circunstancias insiste en su carácter defensivo, pero que arrastra un historial que convendría no olvidar. Sin necesidad de remontarnos muy lejos, cabe recordar el desastre de Libia o la intervención en Afganistán. En ese contexto, el régimen de Putin, sin duda por razones internas, ha optado por tratar de reconstituir los antiguos dominios territoriales del Kremlin. La intervención de Putin, que resulta injustificable, genera un problema con entidad propia, un conflicto en el que la izquierda debe posicionarse.

¿Considera que, como algunos sostienen, la contradicción principal, a escala global, está planteada entre unilateralismo (representado por EE.UU.) y multilateralismo?

Mejor sería plantear la cuestión en términos estratégicos. A escala global, se trata de una disputa por el mercado mundial y el control de las materias primas. Las fuerzas progresistas, que aspiran a marcos de paz y cooperación, deben alertar del peligro que representan quienes hacen de la guerra un negocio a costa del sufrimiento de los pueblos. La OTAN, bajo un decisivo predominio de Washington, arrastra a sus Estados miembros a una subordinación respecto a los cálculos de la política exterior americana. ¿Cómo salir de este marco? Difícil en un momento en que la guerra y sus amenazas de desbordamiento siguen ahí, Ucrania reclama armas para defenderse y la OTAN se vende como una alianza de las democracias liberales frente a las dictaduras.

¿Cómo la izquierda podría salir de esto?

Un discurso crítico sobre la OTAN, por legítimo y necesario que sea, lo tiene muy difícil para abrirse paso en el estado emocional de las opiniones públicas a que antes me refería. Además, hay que ir con cuidado. La extrema derecha populista simpatiza con el régimen autocrático de Putin… y éste cuenta con que el malestar social provocado por la inflación y las dificultades de suministros desestabilicen a los gobiernos europeos. Quizás, el camino pase por aprovechar la ventana de oportunidad que representa la propia debilidad de los Estados europeos para plantear avances decididos hacia una federalización de la UE, capaz de conferir autonomía diplomática y militar. Por otra parte, la izquierda debería ser más proactiva. Más allá de ser solidaria con Ucrania y defender los envíos de armas (provengan de Estados Unidos o las mande la mismísima abuela del diablo), las izquierdas europeas deberían establecer lazos con la izquierda ucraniana y con la izquierda rusa, opuesta a la empresa criminal de Putin y perseguida. Hay que defender militarmente a la República ucraniana frente a Moscú, pero no necesariamente al gobierno de Zelenski de la crítica política de una izquierda ucraniana que combate lealmente bajo su mando.

¿Cómo podríamos resumir hoy en día el régimen imperante en Rusia?

Es un régimen autocrático. Para mantenerse, recurre sistemáticamente a la represión de cualquier disidencia, a la exaltación del nacionalismo gran-ruso y a la guerra. Desde un punto de vista económico y social, representa una forma muy particular de capitalismo extractivista y mafioso. Ese régimen surge del colapso de la Unión Soviética y del saqueo de la economía nacionalizada y los inmensos recursos naturales del país. El sanedrín que rodea a Putin está fundamentalmente formado por antiguos oficiales del KGB, coaligados con oligarcas y ex-funcionarios soviéticos. Juntos se lucran con las exportaciones de gas, petróleo y otros recursos, amasando ingentes fortunas en el extranjero. Todo ello confiere al régimen una impronta corrupta y violenta, combinando rasgos estalinistas con los de un capitalismo de compinches. Pero, no olvidemos que, hasta hace cuatro días, no pocos gobiernos occidentales le reían las gracias a Putin y acogían a sus oligarcas. Alemania cimentaba en gran medida su preeminencia industrial en Europa sobre la base de unas ventajosas condiciones de abastecimiento energético ruso.

¿Y el que representa Joe Biden?

Más allá de sus notables diferencias con Trump, incluida una mayor deferencia hacia Europa, los ejes de la política exterior americana no han variado. Antony Blinken, jefe de la diplomacia, lo recordaba estos días: a pesar de la guerra en curso, no es Rusia sino la confrontación con China lo que constituye la principal preocupación de Estados Unidos. Trump encarnaba una respuesta populista a la crisis del orden global, exacerbando las contradicciones explosivas que palpitan en el seno de la sociedad americana. Biden representa en cierto modo la tentativa de recomponer una alianza con las clases medias y lograr cierta paz interior. Pero lo que estamos viendo cotidianamente (profundidad de las desigualdades, violencia racial, tiroteos…) lleva a pensar que no lo está logrando. ¿Acabará estallando un conflicto civil en ese país repleto de armas? El temor parece fundado.

Ligado de algún modo a todo esto, está la tan cacareada “crisis de la democracia” …

La democracia liberal es un fenómeno reservado a las metrópolis, que nunca la exportaron a las colonias. Tal como la conocemos en Europa occidental, no resulta en absoluto de una evolución natural del capitalismo. Hace cien años, los Estados eran maquinarias esencialmente dirigidas al mantenimiento del orden y la preservación de las fronteras. La intensidad de las luchas sociales  (en primer lugar, del movimiento obrero) a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y del XX obligó a incorporar muchas demandas, como el derecho de voto de las mujeres, que en parte alguna fue graciosamente concedida. En Francia, las mujeres no pudieron votar hasta después de la II Guerra Mundial. Así llegaron los sistemas de protección social y se consolidó un equilibrio en la separación de poderes. Un juego en el que, a pesar del poder económico y la influencia de los de arriba, los de abajo podían hacer valer hasta cierto punto sus intereses. Las democracias occidentales se han sostenido durante décadas sobre la base de ese contrato social. Eso se rompe con la irrupción del neoliberalismo. La globalización desregulada ha agravado las desigualdades por doquier, desestructurando nuestras sociedades. Hoy, las instituciones democráticas, suspendidas en el aire, acusan fatiga de materiales. Y, efectivamente, los populismos que cabalgan la desazón de las clases medias amenazan con asaltarlas e imprimirles una deriva autoritaria.

¿Quiénes y cómo son los ‘brahmanes’ a los que aludes en tu libro?

Esta expresión viene de Thomas Piketty, y creo que es muy acertada. Se refiere al desplazamiento experimentado por la izquierda a lo largo de los años de hegemonía neoliberal, alejándose de la clase trabajadora, atomizada y precarizada a golpe de desindustrialización, terciarización de la economía e irrupción de nuevas tecnologías. A medida que se imponía el paradigma del mercado, la izquierda fue dejando de hablar a sus bases tradicionales y buscó apoyo en las profesiones liberales y las clases medias ilustradas; en cierto modo, los beneficiarios de aquel ascensor social que constituyó el mayor éxito de la izquierda durante “los treinta gloriosos” del siglo pasado.  Las derrotas del movimiento obrero en la década de los 80 y la caída del Muro de Berlín, que la izquierda no alcanzó a metabolizar, contribuyeron a ese deslizamiento. Los ‘brahmanes’ pesan aún demasiado en una izquierda que necesita reencontrarse con su clase para hacer frente a los nuevos desafíos del siglo.

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