Entra dentro de lo probable que la directiva de Joan Laporta acabe por adoptar alguna medida desesperada antes del 30 de junio que viene con la única finalidad de evitar la adición de nuevas pérdidas a ese fondo negativo (450 millones) que se disparó el año pasado por su mala cabeza y como consecuencia de una inexplicable voluntad de ponerse la soga al cuello para todo el mandato y quién sabe para qué ocultos y terribles propósitos.
El vicepresidente económico Eduard Romeu, que fue junto con Ferran Reverter y Joan Laporta, uno de los tres principales responsables de esa estrategia económica y financiera ciertamente funesta y equivocada, es quien ahora se pasea por las redacciones tomando el pelo a todo el barcelonismo, anunciando contramedidas disparatadas y envueltas en un discurso que no hace sino confirmar los errores propios de una gestión ante la cual sólo cabe una salida digna e imposible, como sería la de dimitir antes de empeorar las cosas.
Romeu, en cambio, lidera un mensaje que provoca aún más terror entre quienes han asumido una más que inevitable fatalidad asociada al futuro a corto y medio plazo del club, como cuando afirma que el Barça será sostenible si ingresa 800 millones por temporada. Lo plantea como un objetivo de futuro, como una meta alcanzable en un horizonte lejano que sólo será posible, claro está, gracias a su gobierno del club, su esfuerzo y talento.
Lo que no admite que esos niveles de ingresos ya fueron alcanzados y superados por la anterior directiva de Josep Maria Bartomeu hace años. Si en la temporada 2016-17 el Barça llegó a ingresar 708 millones, en la siguiente (2017-18) esa cifra se disparó hasta alcanzar los 914 millones y establecer un récord absoluto mundial de 990 millones en la 2018-19. Y aún en el primer ejercicio con afectación de pandemia (2019-20) el FC Barcelona se quedó en 855 millones, es decir por encima de esa línea que a Romeu le parece inalcanzable por ahora.
Romeu, Reveter y Laporta acusaron directamente a Bartomeu de la caída a 631 millones de ingresos en la 2020-21, alegando que no se podía señalar apenas la pandemia como la causante de esos malos resultados, sino casi exclusivamente a la gestión de la junta anterior que, curiosamente, había dimitido en octubre de 2020, es decir sin posibilidad de aplicar ninguna de las medidas de urgencia contra el impacto de la Covid, traducido en una larga temporada con el estadio, el museo y las Megastores cerradas.
En las cuentas aprobadas de ese ejercicio, no obstante la versión laportista y negacionista de la pandemia, figuran 187 millones menos de ingresos por la explotación del Camp Nou (212 millones contra 25 millones) y 57 millones menos de ingresos comerciales (325 millones contra 268 millones) respecto de la última temporada sin pandemia. En total, una reducción de 242 millones.
Por más que ese mensaje mediático tan efectivo y repetido, consistente en cargar sobre la memoria de la junta anterior toda la culpabilidad y responsabilidad de la pandemia, como si no hubiera existido, aún con más razón la nueva junta de Laporta en el primer curso con el estadio abierto y las manos libres para gobernar sin ninguna limitación debería haber recuperado el ritmo de ingresos y desterrado para siempre esa precariedad.
El resultado de la gestión de Laporta, primero de la mano de Reverter y Romeu y ahora con el hombre Audax en solitario, ha resultado ser el de un estrepitoso fracaso anunciado, no sólo por haber formulado y firmado unas pérdidas récord el año de transición de 481 millones, sino por haber propuesto un presupuesto de 765 millones para este primer año de la recuperación y de pronosticado éxito por él mismo y todo su coro periodístico y aparato de las redes sociales.
Con suerte, Laporta y Romeu podrán presentar ordinariamente unos ingresos de 600 millones al mismo nivel de 2014, es decir con un retroceso de ocho años. Una barbaridad y un desastre de gestión sin precedentes, principalmente como consecuencia de haber ahuyentado a los propios socios, por una parte, también a los miles de peñistas que antes compraban entradas y consumían millones en productos del Barça, y a los patrocinadores y público en general, con una política deportiva frustrante y de pobrísimos resultados.
Al echar a Messi y colateralmente a Griezmann y a Koeman se ha agudizado mucho más de lo previsible la inconsistencia de un presidente, sin plan ni talento ni recursos, un presidente a la deriva desde el mismo momento en que dejó de tener un objetivo tan claro como echar a Bartomeu y promover el voto a su favor en base a la mala gestión del pasado.
Cuando le ha tocado liderar la gestión, no ha conseguido avanzar ni un metro hacia delante, ha seguido combatiendo a Bartomeu con el mismo discurso, mirando constantemente hacia atrás, poniendo en evidencia que, como buen agitador, Laporta sirve para conspirar, pero no para gobernar.
Romeu se ha mimetizado en Laporta en su facilidad y atrevimiento para la inventiva. Además de poner ese listón en 800 millones, desde luego lejos de su alcance sin esas operaciones extraordinarias que habrán de permitir la venta de activos para subsanar el problema de hoy a cambio de menos ingresos futuros, acaba de decir que fácilmente el Barça puede llegar a consolidar 2.000 millones anuales de ingresos.
Por decir, se ha atrevido a afirmar también que se está negociando un nuevo contrato con Nike, o sea otro peligro, pues el actual rige hasta 2028 y cuando la multinacional se abre a modificar su vencimiento siempre es para avanzar un pago, la golosina, a cambio de un margen mayor de sus beneficios a futuro contra los del propio club.
También sugiere, peligrosamente, recurrir a una revalorización del inmovilizado del FC Barcelona, es decir aumentar el valor de sus bienes en una maniobra contable, también desesperada, para reducir el patrimonio negativo. Existe un margen para ese camino que ninguna de las anteriores juntas ha elegido por dos razones. Una, porque no deja de ser una forma de hacerse trampas en el solitario, reconociendo la incapacidad propia para generar recursos, y otra porque habrá que ver si LaLiga acepta mejorar el balance por esta vía.
Igual que hace Laporta, el vicepresidente económico Eduard Romeu ha aprendido a ir conscientemente contra la normativa para que sea Javier Tebas quien le diga que no, para luego echarse a llorar porque existe una persecución desde Madrid, un viejo truco cien veces repetido aún a riesgo que Tebas le vuelva a llamar “tonto”, como ya es su costumbre en reacción a las excentricidades de alguien como Romeu.
Puestos aplicar dos dedos de frente y sentido común, parecía más fácil no depreciar en 160 millones la plantilla el año pasado que no ahora apreciar el inmovilizado con los problemas de interpretación que ello supone.
Romeu habrá de explicar por qué si Coutinho (foto) fue amortizado el año pasado anticipadamente y ahora ha sido traspasado por 20 millones al Aston Villa dice que la operación ha dejado pérdidas de 17 millones. A menos que la junta haya decidido pagar por la venta en lugar de cobrar no tiene ningún sentido.
También se ha embarcado en una reducción de 150 millones de la masa salarial, un cálculo y una decisión que ya había adoptado Bartomeu en septiembre de 2020 pero que no pudo aplicar una vez hubo dimitido en octubre de ese año. Romeu llega dos años tarde y mal, porque quien le va a dejar solo ante el peligro y con el vestuario muy alterado será el propio presidente Joan Laporta.
Finalmente, cuando le preguntan si la salida es vender jugadores, sostiene, confusamente, que “en el presupuesto no está contemplado ningún ingreso por venta de jugadores. Eso no quiere decir que pueda salir algún jugador por decisión técnica”. O sea que sí. El problema es que los compradores no pican.
A Laporta y Romeu les alcanza para engañar a la prensa y cada vez menos a los socios, pero no a los grandes del fútbol europeo.
