«La naturaleza no hace nada que no esté en las proporciones adecuadas»

Entevista a Salvador Rueda

Salvador Rueda

Ecólogo urbano, psicólogo y diplomado en ingenierías medioambiental y energética. Dirige la Fundación de Ecología Urbana y Territorial. Entre sus libros, “Regenerando el Plan Cerdá”, y “Ecología Urbana”. Ahora publica “Urbanismo ecosistémico. Cómo planificar las ciudades y las metrópolis” (Icaria Editorial).

 

Suena muy bien lo de urbanismo ecosistémico. ¿En qué consiste y cómo se diferencia de lo que podríamos llamar urbanismo tradicional?

El urbanismo ortodoxo es un instrumento que articula los derechos y deberes de los propietarios, y también de lo público. Ante los desafíos que tenemos hoy sobre la mesa, tanto de carácter local como global, como por ejemplo el del cambio climático, estamos obligados a repensar estos instrumentos. Para ello necesitamos definir un modelo que permita incluir de manera holística todas las piezas relacionadas con la realidad urbana y su entorno. Sin él, es prácticamente imposible incidir de manera integral. Nuestros modelos sirven precisamente para poder definir el perímetro en el que se van a implantar unas reglas de juego, en las que después los especialistas llegarán con sus conocimientos específicos.

¿Este planteamiento modifica, pues, la visión y los modos de hacer dominantes del urbanismo?

Sí, y es muy importante porque nos permite pasar de las visiones interdisciplinares al uso, que han dado muy pocos frutos, a otras transdisciplinares, cosa que viene de la definición de un modelo. El que yo propongo tiene dos características básicas. Una es que bebe de la ecología académica, que se trabaja con modelos, porque las realidades complejas necesitan simplificarse, sintetizarse, porque de otro modo es imposible abordarlas. Otro aspecto, fruto de que consideramos la ciudad como un ecosistema, entendiendo que su agente principal son los seres humanos. Las personas tienen intenciones, intereses y los vehiculan a través del poder. Como resulta que el modelo urbano que estamos proponiendo necesita abordar los grandes desafíos urbanos que tenemos encima de la mesa, tiene que ser intencional. O sea, además de disponer de un modelo ecológico necesitamos que las intenciones estén ligadas al abordaje de estos desafíos.

Cosa que a escala técnica esto parece reclamar diseños particulares, no exentos de principios…

A nivel técnico, hay que definir las piezas claves de cómo tiene que ser la morfología, la organización urbana, la biodiversidad… Tenemos que tratar los flujos metabólicos: la energía, el agua, los materiales, la vivienda, los equipamientos, la cohesión social… Todos estos elementos tienen que estar. Cuando se dice cohesión social, ya se está incorporando una intención. Estoy por la inclusión y no la exclusión. Cuando se habla de metabolismo, se habla de eficiencia, no de ineficiencia, que es lo que sucede ahora porque, al final, el capital y el mercado ganan más con la ineficiencia. Así de claro. Y una vez definido el modelo, necesitamos de un instrumento que lo llene de contenido.

¿Cómo podríamos definir el perfil de este modelo?

Se conforma en torno a varios ejes. Es morfológicamente compacto. Tenemos que hacer las cosas con una cierta densidad porque sino el transporte público no funciona, no existe el espacio público, etc. No podemos hacer suburbios de casas unifamiliares. Eso es un desastre. Tiene que ser complejo, con una mixticidad de usos y actividades en el mismo lugar: asociaciones, actividades económicas… Todo lo que está organizado dentro de la ciudad. Y, ahora, necesitamos que buena parte de estas actividades sean densas en conocimiento. Es la cacareada “Ciudad inteligente”. Otro eje tiene que ver con una renaturalización de la ciudad. Necesitamos multiplicar la biodiversidad, por muchas razones, entre ellas el poder adaptarnos al cambio climático, por temperatura e inundaciones. Al incorporar el verde en la ciudad, lo que hacemos es crear una especie de paraguas sombreado, que reduce entre dos y tres grados las temperaturas. El cuarto eje es la eficiencia metabólica. Necesitamos la máxima autosuficiencia de energía, con energías renovables. Lo mismo con el agua, los materiales y los residuos. Por último, lo más importante es la necesidad de no excluir a nadie. Todo el mundo tiene que vivir junto, sin importar sus condiciones personales, sociales o económicas. Esto obliga a mezclar la población por rentas, edades, étnicas…, en las proporciones adecuadas. Eso es lo que permite la convivencia. Ciudades sin miedo y donde el espacio público es un lugar maravilloso para vivir. Estos ejes necesitan uno que los llene de contenido y para eso viene el urbanismo, en este caso eco-sistémico ¿Qué queremos, ciudades invivibles como, en el caso de Barcelona, donde el 80% del espacio público está dedicado a la movilidad con coche?

Tendemos a ver la ciudad de manera reduccionista, casi a la altura de nuestros ojos. ¿Incluye el urbanismo ecosistémico realidades, más allá del suelo?

Trabajamos con tres planos, no solamente con uno, en superficie, que es lo que hace el urbanismo actual. Contemplamos un plano en altura, otro en superficie y uno más en el subsuelo. Elemento clave y además interrelacionado. Por eso es sistémico. Una de las características de los ecosistemas es su escalabilidad. Puedo definir mi casa como un ecosistema, y también el edificio. Podríamos ir abriendo el abanico, que tiene un grado de arbitrariedad en función del interés, pero que debe encajar con la definición. Esta escalabilidad, gracias a que la ciudad es un ecosistema, permite preguntarnos cuál es el ecosistema urbano mínimo donde encajan los quince principios del urbanismo ecosistémico. Ahí aparecen las supermanzanas, que son la base del urbanismo ecosistémico porque contienen el todo. Son como pequeñas ciudades. Actúa como un fractal. Algo sustantivo. De hecho, Cerdá ya lo planteó en estos términos y Le Corbusier también.

¿Quién tiene la sartén por el mango a la hora de acometer estas iniciativas?

En estos momentos, quienes tienen que definir el urbanismo son las Comunidades Autónomas, aunque desde que apareció la agenda urbana española (en la que tuve el honor de participar), el Estado plantea un documento estratégico basado en el modelo que estamos comentando. Algo que también hizo suyo ONU-Habitat, y que data de los años 80. En esta perspectiva, el Ministerio se denomina ahora de Movilidad, Transportes y Agenda Urbana. Las Comunidades Autónomas tienen, en su mayoría, transferidas las competencias urbanísticas, pero quienes desarrollan los Planes Generales de Ordenación Urbana son los municipios. Aquí la figura general se desglosa en otras urbanísticas. Yo soy un servidor púbico y siempre lo he sido, aunque ahora estoy en una fundación privada, pero sin ánimo de lucro. Continúo trabajando para el bien común. De la iniciativa privada no podemos prescindir, porque en los sistemas la competitividad está asociada a las dinámicas y las posibilidades de transformación. Cuando se deja todo en manos de lo público, aparecen muchos hándicaps, como por ejemplo la burocracia. Al final (ahora estoy escribiendo un libro sobre la complejidad urbana y el poder), el poder es el elemento dinámico de transformación social. Lo mismo que la energía es el elemento dinámico de la transformación de lo físico. El privado tiene esa impronta dinámica, para ganar dinero. Ese dinamismo no se puede perder, pero hay que embridarlo con unas reglas de juego, que solo pueden ser públicas. 

Hay que imitar a la naturaleza: “Máxima complejidad, con el mínimo gasto de energía”, dices en tu libro…

El urbanismo ecosistémico tiene como premisa poner a las personas en el centro de la planificación, pero también las leyes de la naturaleza. Sin duda. El problema de la sociedad industrial es que, de forma estúpida, pretendía independizarse de la naturaleza. Esta barbaridad es lo que está pasando, y que viene de las bases ideológicas del pensamiento judeo-cristiano. Se va reproduciendo la misma idea y, al final, quien acaba perdiendo es la naturaleza, y nosotros que somos parte de ella. En esta vía la naturaleza pervivirá y nosotros no. La naturaleza no hace nada que no esté en las proporciones adecuadas. Y nosotros no aprendemos porque yo creo que tenemos un problema estructural, a escala de capacidad mental, sobre todo individual, porque durante 250.000 años hemos vivido con orejeras, con soluciones que buscan soluciones lineales. Sin mirar alrededor. En una conversación con mi maestro Ramon Margalef (el ecólogo número uno del mundo en los años70), hace ahora 30 años, le dije que era pesimista respecto al futuro, y él me contestó que era un pesimista activo, porque sería una lástima que este gran experimento de la condición humana esté en real peligro de extinción.

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