Cincuenta años de Estocolmo: ¿cómo estamos en Cataluña?

Hace ahora cincuenta años, la conferencia de Estocolmo organizada por Naciones Unidas marcó el punto de salida para situar la problemática ambiental dentro de la gobernanza política. Ese mismo año se declaró el día 5 de junio como Día Mundial del Medio Ambiente y la efeméride se celebró por primera vez en 1974. Tal y como decía el recordado profesor Margalef, hablar de “medio ambiente” es una redundancia, ya que ambas palabras son sinónimas, pero no voy a discutir por cuestiones lingüísticas.

Es interesante ver la evolución del tema central de la efeméride, dado que sirve de indicador de cómo ha cambiado nuestra preocupación. Se partió del concepto de “una sola tierra” y de un planeta único que debía cuidarse, para centrar después la atención en un “desarrollo sin destrucción” (el nuevo concepto de sostenibilidad, que vivió su consagración en la conferencia de Río en 1992). Y, por supuesto, se han dedicado días a la capa de ozono, a la desertización, a la contaminación, a los océanos, a la vida silvestre, etc. Hasta 1991 no se hace la primera referencia al cambio climático. Este año, se repite la consigna «una sola tierra», en conmemoración de estos cincuenta años de la conferencia de Estocolmo, y se considera urgente afrontar la crisis climática y de la biodiversidad.

Mientras, ¿qué se ha hecho en Cataluña para proteger y recuperar el medio? Lo intentaré resumir en pocas líneas, aunque es un balance de claroscuros. Por ejemplo, la mejora de la calidad de las aguas ha sido muy buena, recuperando ríos y riachuelos que eran verdaderas cloacas a cielo abierto en los años 70 y 80, gracias a un acertado plan de saneamiento (que, como a menudo ocurre, estamos pagando además de los impuestos). Se ha creado una red potente de espacios de interés natural, faltada, sin embargo, de financiación suficiente para garantizar una buena gestión. En el tema de los residuos se ha avanzado también mucho, comprometiendo a los ciudadanos en su gestión, aunque no logremos por completo los objetivos que nos hemos impuesto. Se ha intentado detener la artificialización del medio con planes específicos para controlar la urbanización y se han recuperado algunos ecosistemas, como el tramo final del río Besòs.

Por tanto, después de cinco décadas de celebrar el Día del Medio Ambiente, Cataluña es un país más limpio y aseado que hace cincuenta años, pero todavía con muchas carencias. Por ejemplo, la contaminación atmosférica y acústica supera con frecuencia los umbrales peligrosos para la salud. Tenemos el litoral sometido a una fuerte regresión producida por la alteración que hemos introducido en el transporte de sedimentos; la costa del Maresme o todo el delta del Ebro son dos ejemplos claros que estamos en el límite del equilibrio. Pero donde acumulamos el retraso más espectacular es en la lucha contra el cambio climático, que por ahora conforma el núcleo de las políticas ambientales a nivel mundial.

Durante los últimos diez años, en Cataluña nos han impuesto un dolce far niente en cuanto a la transición energética. Hemos incumplido nuestros propios planes de energía (2005-2015 y 2012-2020), ya que no se han reducido ni las emisiones de CO2 ni el consumo final de energía según lo previsto, ni tampoco se han alcanzado los porcentajes esperados de energía renovable. El incumplimiento responde sobre todo a una inseguridad jurídica: el gobierno de la Generalitat ha cambiado varias veces la normativa reguladora y ha ahuyentado posibles inversiones. También el hecho de que las competencias en la materia hayan bailado de una consejería a otra, con nombres distintos, tampoco ha ayudado a hacer políticas congruentes. Sin olvidar que, para quien ha mandado todo este tiempo, está claro que la energía no era una “estructura de estado” en su quimérico diseño.

La nueva solución se llama Proencat, que en el horizonte del 2050 (quizá demasiado lejano para hacer prognosis en el mundo de la energía) prevé, entre otros objetivos, multiplicar por 20 la producción eólica terrestre actual y disponer de 3.500 MW d eólica marina (cuando actualmente es cero). También se habla de una «soberanía energética», que es imposible y ya comentaremos otro día.

El peligro radica ahora en que el gobierno de la Generalitat quiera recuperar, a toda prisa, el tiempo perdido, y que piense luchar contra el cambio climático sin defender suficientemente la biodiversidad. Algunos ejemplos (como el parque eólico marino en el golfo de Roses) apuntan desgraciadamente en este sentido. El lema de este año del Día del Medio Ambiente debería hacerles reflexionar.

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