El error de Junts

Esta vez se puede ser categórico en la afirmación: Junts se equivoca. A lo sumo, el debate lo tendríamos en el tiempo verbal: ¿Se equivoca ahora o lo hizo antes? Pero el error está ahí. O se equivocó cuando firmó – ¿al tuntún? – el acuerdo catalanista en torno a la política lingüística -un pacto inicialmente firmado con ERC y con el PSC y comuns-, o se equivoca ahora que lo ha roto después de alargar la incertidumbre durante un estéril lapso de congelación, no hay términos medios -no se puede estar un poco embarazada, se está o no-. Las dos almas de Junts – ¿sólo dos? – se debaten sobre si la cagada fue antes o ha sido ahora. Si se me permite insistir en la incorrección escatológica, lo peor que puede ocurrir en política, y en la vida en general, es tener dos inodoros y cagarse encima antes de haber elegido en cuál de ellos es mejor hacerlo. Para remachar el clavo, parece que Junts finalmente podría volver al consenso aceptando las correcciones introducidas por ERC para reconducir el desbarajuste, unos añadidos que ahora incomodan a socialistas y comuns. Digo, Diego y a vueltas digo…

Las dos almas de Junts -dejémoslo en dos…- han decidido pactar y, aunque el reto se convierte en mayúsculo, casi quimérico, la política es justamente eso: pactar y volver a pactar. ¿Y qué significa pactar? Ceder. Y esto es lo que ha hecho el pragmatismo de la vieja guardia convergente de Jordi Turull, la de los guardianes de la cordura, y el intelectualismo de la nueva hornada, más arrauxada -arrebatada-, de Laura Borràs, pactar, ergo ceder. Unos dicen que han cedido más que los otros y los otros que lo han hecho más que los unos. Falta saber si las diferencias, que haberlas haylas, son salvables y si el encamamiento resulta útil. Sin embargo, al menos siempre podrán decir que lo intentaron. Jordi Pujol lo hizo con Miquel Roca; sin embargo, esto ya es política del siglo pasado, y ha llovido desde entonces, recientemente diluviado.

A quien le gusta la política le suele gustar que ésta sirva para hacer cosas, y dado que las mayorías son cuestiones pretéritas, ahora en política para hacer cosas hay que pactar y ceder, pactar y ceder. Por eso es elogiable el pacto de Junts, que se afana por reconciliar sus almas. Y por eso es criticable que Junts diga ahora Diego cuando antes dijo digo. Pactar la política lingüística con quienes piensan diferente, pero se brindan a pactar, es hacer política, y me atrevería a decir que es hacer buena política. Hacerlo y después desdecirse, víctimas de la esclavitud del Twitter, es, probablemente, hacer mala política. Además, hipoteca la fiabilidad.

Otro rasgo remarcable del noble oficio político es el riesgo. Un bien escaso en tiempos de Twitter. Coincido con el columnista Francesc-Marc Álvaro, que añora a los políticos valientes, aquellos que «eran capaces de decir y hacer cosas que ponían en riesgo su popularidad» -y pone de ejemplo Pujol, y también Felipe González o Pasqual Maragall-. Muy de acuerdo. La política también es esto, arriesgarse. Y hacerlo sin miedo a ser linchados en las plazas públicas de las redes sociales. La política es todo esto y algo más: pactar, ceder, arriesgarse… Y hacerlo a riesgo de despertar el monstruo de Twitter.

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