Laporta necesita ahora 400 millones para reparar su propio agujero negro

El error de engordar las pérdidas artificialmente se le ha vuelto en contra y le obliga a vender con prisa y bajo presión los últimos activos de un Barça que a 30 de junio acabará troceado y con menos recursos

El presidente del Barcelona, Joan Laporta, en una imagen de archivo. EFE/Alejandro García

Está sucediendo con frecuencia que, cuando Joan Laporta se cita en el restaurante Via Veneto, la prensa se entera al minuto, como sucedió el martes, cuando dos miembros del staff del València viajaron a Barcelona con la misión de ponerle sobre la mesa atractivas operaciones de venta de jugadores del club ‘che’ con destino al Camp Nou.

Laporta se activa rápido cuando huele dinero fácil como el que pretende conseguir, desesperadamente, cerrando con urgencia y con prisas operaciones gigantescas de ingresos a cambio de valiosos activos del Barça, los últimos activos puede decirse, antes de que el club pase a ser literalmente a manos de terceros después de ser cortado, hipotecado y vendido en trozos, unos más grandes que otros.

También se ha repetido la noticia, tras ser localizado el presidente azulgrana en Via Veneto, sobre la coincidencia con los ex-presidentes Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu, juntos o por separado, así como otros ex-directivos, en Via Veneto, por diferentes asuntos propios, personales o de negocios.

Fuentes del restaurante confirman, en efecto, que mientras Rosell y Bartomeu son clientes habituales desde hace muchos años, Joan Laporta en cambio sólo se deja ver y consumir, con sus excesos habituales y platos XXL alineados con su prominente panza, cuando ha podido disfrutar de los recursos del FC Barcelona como presidente.

Dicho de otro modo, no frecuentaba Via Veneto ni tampoco Botafumeiro como ahora cuando le tocaba pagar la cuenta de su bolsillo.

Reacción de nuevo rico pese a las penurias y penosa situación económica a la que tanto alude estos días Laporta cuando, a falta de mes y medio para el cierre del ejercicio 2021-22, se ha dado cuenta del enorme error cometido hace un año por dejación, parsimonia, holgazanería y obsesión contra Bartomeu, cuando dejó caer un peso exagerado e innecesario de amortizaciones y provisiones de más de 400 millones en el balance del club.

Una carga imposible de sobrellevar como resultado de su propia incapacidad para la gestión, ahora convertida en su propia y lamentable herencia, puesto que esas pérdidas no son atribuibles a Josep Maria Bartomeu ni a nadie más que no fuera quien se inventó pérdidas y más pérdidas contra el criterio y la opinión del propio auditor de las cuentas del club.

Laporta metió la pata, provocando un agujero de 481 millones que ahora necesita cubrir como sea por dos razones más que poderosas. La primera, económica y financiera, pues los pasivos echan para atrás a cualquier inversor o entidad crediticia, eso sin aludir al margen salarial negativo de 144 millones que encorseta la política de refuerzos para el primer equipo. La segunda radica en la cuestión, más que sencilla, de una posible reclamación en forma de acción de responsabilidad cuando termine su mandato si se siguen arrastrando pérdidas inconmensurables.

¿Por qué motivo, pues, Laporta envió al Barça al fondo de la ciénaga financiera? La respuesta también es simple: negligencia e incapacidad para gestionar un club que, incluso sometido al impacto de la pandemia, habría podido reducir las pérdidas a 50 millones, solucionables con la venta de Barça Studios, o incluso cerrar la temporada con un superávit de haber aceptado los fondos de CVC como el resto de los clubs.

La necesidad apremiante que ahora Laporta ha convertido en una exitosa carrera contra reloj por salvar pérdidas graves y también imputables a su nefasta administración, sería absolutamente innecesaria de haber hecho los deberes en su momento y no fantasear con esa ruina intencionada.

Si Laporta, como ahora dice y prioriza, quiere revertir esas pérdidas, lo hará a costa de vender Barça Studios y BLM -quizá también algún futbolista-, es decir contra ingresos futuros pues la entrada de partners en ambas líneas de negocios, que hoy es fuente directa de dinero fresco y salvador, supone reducir a la mitad la rentabilidad de esa área a partir de la próxima temporada y de inversiones para mejorarla de acuerdo con los planes de negocio sujetos a esa venta. Sería pan para hoy y expectativas de hambre para mañana, una situación evitable.

La veleidad e improvisación propias de Laporta, un presidente que no se sonroja por decir blanco hoy y negro a los cinco minutos, se demuestran tirando de hemeroteca, sin hacer demasiados esfuerzos, y recordar cómo aseguró varias veces lo cerca que estaba Haaland de fichar por el Barça, eso sin quitarle el ojo a Mbappé. En uno de esos ataques de grandeza envió a Xavi Hernández y a Jordi Cruyff a entrevistarse con Haaland en una visita furtiva, ilegal y sancionable, puesto que el Barça no podía negociar con un futbolista con contrato en vigor, no sin el permiso de su club.

Además del ridículo protagonizado por el propio Laporta, que desmintió esa cumbre mientras Xavi la admitía ante la prensa, el entrenador se contagió de esa enajenación mental transitoria, o no, afirmando que “nadie le dice que ‘no’ al Barça”. Otra exuberancia verbal redundante y superflua.

La bravuconada y el capricho son el santo y seña de Joan Laporta, al que secundan directivos impresentables, resentidos, maleducados y pendencieros como Mike Camps, que sigue haciendo permanente ostentación de su ignorancia barcelonista y de una personalidad supremacista e intolerante, al límite de todos los peligros que encarnan, como él, las personas que discriminan sistemáticamente a los socios y seguidores del Barça que no se someten a la tiranía del laportismo en cualquier ámbito.

Cuando, además, alguien discrepa aunque sea desde el respeto y la libertad de expresión y de opinión como hizo Toni Freixa sobre la temporada del primer equipo, a la que puso un nota de suspenso y no de aprobado como la ha calificado Laporta, aparece el Mike Camps que odia y se violenta, menospreciándole como persona y como barcelonista.

El tal Camps, al que no se le conoce otro acto de servicio al club más que ir al palco a comerse más canapés que el presidente, no sólo debería disculparse por su totalitarismo mental. También debería admitir que la temporada ha sido más que insuficiente y por el bien del barcelonismo dimitir inmediatamente.

Asusta pensar que Mike Camps, un ‘francotirador’ de twitter como única ocupación directiva, forma parte de ese núcleo duro del presidente que le asesora en el gobierno del club. Ahí están los resultados.

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