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Xavi y Laporta deciden hacer ‘trampas’ y el ridículo frente al Getafe

Un público neutral habría calificado de tongo el vergonzoso espectáculo protagonizado por el Getafe y el FC Barcelona el domingo pasado en el estadio del club madrileño, donde ambos equipos empataron a cero siendo plenamente conscientes de que con ese resultado cada uno aseguraba sus objetivos de esta temporada.

El Getafe para salvarse, una posibilidad que ni se la podía creer después de haber estado prácticamente desahuciado cuando en la jornada 11ª sólo había sumado tres puntos, era el colista consolidado de la clasificación, había perdido ocho partidos y empatado tres. Nadie daba un duro por la salvación de un equipo sin juego ni capacidad de reacción.

Un milagro de esos que se dan de cuando en cuando en el fútbol. Nada que ver con la posición del Barça, que necesitaba sumar un punto para asegurarse la segunda posición, una vez haber dejado atada la clasificación para la Champions League para la próxima temporada la semana anterior.

Ese subcampeonato era también muy importante para la tesorería del club, pues entrar en la fase final de la Supercopa supone un premio económico tan interesante como necesario. No sólo para el Barça, también para Gerard Piqué, pues su contrato con Kosmos y Arabia Saudí se podría resentir si se produjera la ausencia de uno de los dos clubs top del fútbol mundial, Barça o Real Madrid.

Una comisión de varios millones estaba en juego para el central azulgrana que, lesionado de cierta importancia, no pudo participar de la ‘fiesta’ de Getafe.

La cuestión es si un club de la grandeza del Barça y de su potencial debió someterse a ese paripé futbolístico del domingo durante 90 minutos de un partido que fue en sí mismo un embuste y un engaño para los espectadores.

La afición madrileña, como no podía ser de otro modo, empezó a celebrar el ‘empate’ a partir de la segunda parte, cuando ya fue evidente que ambos equipos renunciaron a atacar, paralizados y torpes, esperando que el juego fuera transcurriendo sin goles ni alteraciones, eso sí procurando que no se produjera una sola jugada en la que cualquiera de los delanteros se viera en la tesitura de tener que chutar a puerta obligatoriamente. Hubo momentos y escenas ridículas especialmente en ese segundo tiempo.

Fue el Barça de Xavi Hernández quien debió realizar un esfuerzo para perder y fallar balones continuamente y de prácticamente no chutar a puerta en 90 minutos. Las consignas eran claras, no sólo desde el banquillo, pues Xavi ya viajó a Madrid con la recomendación expresa de Joan Laporta de amarrar ese punto.

Era prácticamente una orden asumida por el entrenador y por el vestuario. Xavi incluso dejó sentado a Ousmane Dembélé. Principalmente, porque el juego y la personalidad del delantero francés se basan exclusivamente en encarar, romper la defensa, driblar continuamente a sus marcadores, muchas veces dos, hasta provocar peligro dentro del área con un pase lateral o con un chut. Dembélé no es de los que se repliega con el balón o renuncia a provocar una jugada por la banda. Imposible, por tanto, hacerlo jugar reprimido y sin exhibir esa velocidad vertiginosa y eléctrica que  imprime a sus jugadas, con la duda añadida sobre si hubiera entendido desde su mentalidad y forma de ser, más ajena al vestuario, esa forma de conseguir el subcampeonato a base de lo que podría calificarse como un fraude a la esencia y naturaleza del fútbol.

El Barça, renunciando a competir e intentar ganar, exhibió finalmente esa personalidad mediocre, conformista y pusilánime que ha acabado perfilando de la mano del propio Xavi a partir de que el juego y las mejores sensaciones del equipo aparecieron y desaparecieron coincidiendo con la presencia o no de Pedri, el futbolista con ese talento natural para elevar el fútbol azulgrana a la excelencia y multiplicar por mil el rendimiento individual de sus compañeros.

Aunque la afición del Getafe festejara ese cero a cero terriblemente aburrido como un título, siempre quedará, para la historia, la actitud de un Barça que no fue capaz de dar la cara y de demostrar que, verdaderamente, no merece cobrar de esa manera la segunda posición, mucho más después de haber llegado a la penúltima jornada sin haber perdido un solo partido fuera de casa en la Liga desde que Xavi se sienta en el banquillo. Salir a ganar era lo honesto y lo deportivo, como equipo y como institución, buscar la clasificación por la vía de la victoria era demostrar esa personalidad que se le supone a un equipo con un nuevo sello y con ambición.

No hacerlo así, por el contrario, ha sido demostrar que la llegada de Xavi y la actitud timorata y cobarde del presidente han convertido el Barça en un club segundón y vulgar, que ya no es un referente de esos valores que tanto proclama gratuitamente, capaz de apuntarse a esas componendas del fútbol que lo afean y acaban desvirtuando la propia competición.

El mérito del Barça de haber ido escalando posiciones, con todos menos con el Real Madrid, se había ido complementando con el descarrilamiento de sus rivales por esa segunda plaza como At. Madrid, Sevilla, Betis, Real Sociedad o Villareal. De hecho, no sólo no tenía nada que temer sino que al final ni siquiera necesitó ese punto de ‘oro’ para asegurarse la segunda plaza, pues At. Madrid y Sevilla empataron a favor de las pretensiones del Barça.

Un partido fraudulento y embustero que ha marcado, desde luego, el mal estilo y pérdida de una identidad de un club dirigido hoy por personas que, en su conjunto, no están a la altura de la entidad, como están demostrando.

Es verdad y suele pasar que, en el fútbol, cuando dos equipos se benefician con un empate siempre acaban empatando. Tan cierto como que a eso también se le dice hacer trampas.

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