El independentismo está en vía muerta

Se lo ha dicho y repetido la Organización de las Naciones Unidas, la OTAN, el Consejo Europeo, el Parlamento Europeo, la Comisión Europea, el Consejo de Europa, el Papa Francisco y ahora lo acaba de remachar la Conferencia sobre el futuro de Europa: la secesión de Cataluña no tiene sentido en el mundo del siglo XXI y no hay ninguna razón objetiva para reclamar y ejercer el derecho de autodeterminación.

Obviamente, ERC, JxCat, la CUP, la Asamblea Nacional Catalana, Òmnium Cultural, el Consell x la República y toda la miríada de grupos y grupitos que se autoproclaman independentistas tienen todo el derecho a patalear, a chillar y a hacer una rabieta de niño pequeño. Pero tienen que saber que su enemigo no es el “pérfido” Estado español ni la “fascista” Constitución del 1978: el “seny” -tan característico, dicen, del carácter catalán- es el principal y gran obstáculo de las pretensiones secesionistas.

El mundo, en su camino hacia una mejor vertebración y organización, se está estructurando en grandes bloques geopolíticos, de los cuales la Unión Europea es uno; China y el sudeste asiático es otro, igual como América del Norte (Estados Unidos, México y Canadá),  América del Sur o África. Esta progresiva compactación es la antítesis de proyectos de separación y de disgregación en pequeñas unidades territoriales y económicas como el que propugna el independentismo catalán, esclavo de las guerras de independencia de los siglos XIX-XX o en los procesos de descolonización ulteriores a la II Guerra Mundial.

En los días previos al pseudo-referéndum del 1-O del 2017, la Generalitat activó una campaña de publicidad en los medios de comunicación donde jugaba con el símil de una vía de tren que se bifurca para justificar y espolear el voto independentista. Hoy, más de cuatro años después, hay que decir que la vía que dirigía hacia la supuesta liberación nacional era, en realidad, una vía muerta que llevaba a un “cul-de-sac”.

Nadie, salvo los independentistas hiperventilados y de quienes han convertido la zanahoria secesionista en su espléndido modus vivendi a expensas de atracar los presupuestos públicos, abona esta vía política. Ya ha quedado suficientemente demostrado que todo era, desde el inicio, una farsa que tenía por objetivo prioritario tapar los casos de corrupción del régimen pujolista.

Por consiguiente, lo más lógico y razonable sería que nuestros independentistas, en un ataque de realidad, asumieran que no van a ninguna parte y que es más práctico y gratificante luchar por el bienestar colectivo sin la obsesión de levantar fronteras, ni internas ni externas. Parece que ERC ha emprendido este camino, pero el partido de Oriol Junqueras y Pere Aragonès, como ha demostrado a lo largo de su dilatada historia, es una jaula de grillos y nunca se sabe por dónde acabará tirando.

Cataluña, para salir adelante, tiene que abandonar de una vez por todas la agenda secesionista. La vía independentista es una equivocación monumental y el peor error que hemos cometido como pueblo. Ya lo hemos pagado muy caro y lo pagaremos todavía más caro si perseveramos.

Empezando por los propios líderes procesistas, que se han pasado más de tres años en la cárcel de manera totalmente inútil, lejos de sus familias. Y continuando por el conjunto de los catalanes, que estamos perdiendo el tiempo miserablemente desde hace diez años, víctimas de la alucinación colectiva compartida por un segmento minoritario, pero mediáticamente hegemónico, que hemos dejado que asalte nuestras principales instituciones.

Cataluña está podrida y está enferma. La culpa de esta lacra la tiene la clase política independentista, que parece que no ha aprendido nada de la desgraciada etapa que nos tocó vivir bajo el pujolismo, cuando la corrupción infestó nuestras instituciones democráticas y  pervirtió la Generalitat, que acababa de ser restablecida.

No solo han olvidado la lección. Nuestros políticos independentistas repiten y repiten los mismos errores que han acabado provocando la caída en picado del prestigio y de la credibilidad de Cataluña: amiguismo, nepotismo, favoritismo, prevaricación y derroche infame del dinero público.

La inmoralidad y el sectarismo se han acabado convirtiendo en la moneda corriente de nuestros poderes públicos. Los independentistas tienen los medios de comunicación catalanes comprados y silenciados y con esto se sienten seguros en su impunidad. La justicia española, por mucho que la critiquen, es muy lenta y garantista y, además, va con pies de plomo cuando tiene que perseguir las prácticas deshonestas de los políticos. Véase, por ejemplo, el caso Pujol, todavía sin fecha de juicio, después de más de nueve años de instrucción del sumario.

Un ejemplo de este estado de putrefacción es la presidenta del Parlamento, Laura Borràs, que continúa como si nada en el cargo, a pesar de que ha sido pillada en un asqueroso caso de corrupción, también  pendiente de juicio. El independentismo ha hecho mucho daño a Cataluña y cuanto antes estos “zombis” del 1714 retrocedan o se los eche democráticamente del poder que ocupan, mucho mejor para todo el mundo.

Es en este ambiente tóxico y fétido de fin de etapa –con Carles Puigdemont reclamando desde Waterloo que él es el presidente “legítimo”- que ERC y JxCat, que comparten el Gobierno de la Generalitat, no paran de traicionarse y de clavarse puñaladas. Que se acabe de una vez esta pesadilla que sufrimos es una cuestión urgente y de vital necesidad colectiva.

La clase política independentista no solo cobra unos salarios fabulosos, roba y enreda. Además, son unos perfectos inútiles.

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