El exterminio silenciado de todo un pueblo

Lo han vuelto a hacer; en realidad, llevan haciéndolo desde hace ya setenta años. Ocuparon sus tierras, mataron a miles de personas, cortaron sus olivos, se adueñaron de sus pozos. Y todo con la más absoluta impunidad, con el silencio cómplice de la comunidad internacional, de esa Europa que mira hacia otro lado, que cierra fronteras según el color de la piel del que se le acerca. Una Europa que nunca ha tenido el valor de plantarse ante un estado, el de Israel, que está cometiendo uno de los genocidios más flagrantes y más sangrientos de nuestra historia moderna. Porque lo que está pasando en esa parte del mundo es de una gravedad extrema, a pesar de que las agencias de noticias, las grandes empresas de comunicación y los lobbies judíos quieran silenciarlo. La muerte está presente cada día de manera cínica, descarada, con la humillación como antesala de ese tiro fatal por la espalda o en las piernas, para dejar constancia para siempre en ese cuerpo de ese ciudadano palestino.

Y en todo este despropósito, en todo este asunto ignorado deliberadamente por la prensa nacional e internacional, el ejército de Israel ha matado a la periodista palestina de Al Jazeera en Cisjordania Shireen Abu Akleh. Y lo han hecho a sangre fría, de un tiro en la cabeza. Hace justo un año destruyó las oficinas de varios medios de información internacionales, entre ellos la agencia de noticias Associated Press o la cadena Al Jazeera en la Franja de Gaza. Macabra coincidencia. Las condenas no se han hecho esperar, pero, como es habitual, quedan en nada, van a parar a un olvido doloroso que nos hace pensar en la crueldad de esta raza llamada humana, que es capaz de emocionarse con unos muertos y unos refugiados de ojos azules y piel blanca y rechazar a los de piel más oscura.

El objetivo no es otro que silenciar el genocidio. Los periodistas están en la diana por informar de la barbarie. No interesa que el mundo despierte, mucho menos Europa. Mientras tanto, Israel sigue su camino, orgullosa de su huella sangrienta, satisfecha de la sumisión de la mayoría de los países del mundo que no se atreven a plantear ni tan siquiera un boicot, un acto de repulsa, una respuesta mínima a esos asesinatos.

Y pienso tantas veces en esos niños que se enfrentan con piedras a un tanque israelí y son salvajemente ejecutados junto a sus madres. ¿Acaso Israel no ha invadido sus tierras? ¿Acaso no les están destruyendo sus casas? ¿Qué diferencia hay con lo sucedido más al norte del planeta? Porque hay que decir mil veces y bien alto que ese apartheid al que Israel somete al pueblo palestino va acompañado de asesinatos selectivos, de destrucción de infraestructuras, de la obstaculización del paso de ambulancias cuando los soldados israelíes hieren impunemente a mujeres y a adolescentes que se manifiestan pacíficamente porque les roban sus casas y les confiscan sus tierras. Los dejan morir desangrándose ante las miradas de odio de colonos que enarbolan las banderas con la estrella de David en señal de aprobación. Y mujeres, siempre mujeres, que también caen muertas ante los pasos fronterizos porque esos mismos soldados tienen órdenes de impedir que accedan a los hospitales, especialmente si están a punto de parir. Y la esperanza de vida desciende cada día un poco más, junto con altas tasas de suicidios entre una población que subsiste con las ayudas internacionales que el gobierno israelí se dedica a desbaratar con incursiones que lo destruyen todo. Y así desde hace décadas. Es tanta la maldad acumulada, que las leyes israelíes se redactan para beneficio del sionismo, en contra de la comunidad árabe que vive en Israel y que poco a poco es literalmente aniquilada, como pudimos ver en Sheikh Jarrah hace un año.

Israel ha asesinado en las dos últimas semanas a más de treinta personas desarmadas. A Israel le preocupa que se sepa que son los culpables de la pobreza y la malnutrición, del lento exterminio, de la colonización más salvaje, del aniquilamiento del pueblo palestino y de la devastación de sus tierras. Por eso, no contentos con matar impunemente o con amputar brazos y piernas, con echar a sus habitantes de sus moradas, ahora toca asesinar a periodistas para que no puedan revelar lo que allí está pasando. En los últimos años, veinte. El silencio nos convierte en cómplices.

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