«Las clases sociales no desaparecen con la democracia»

Entrevista a Luis Cabrera

Fundador del Taller de Músics, compositor y escritor.Cataluña será impura o no será” (Editorial Pòrtic), es el título de uno de sus ensayos. En colaboración con otros autores, publicó “Els altres andalusos. La questió nacional de Catalunya” (Editorial L’Esfera dels Llibres). Promotor del flamenco, jazz y otras músicas, ha recibido numerosos reconocimientos. Ahora, edita su primera novela, “La vida no regalada” (Roca Editorial).

 

¿La vida no regalada de quién, cómo, cuándo?

La vida no regalada de Lorenzo Almendro, que es mi alter ego. Me valgo de él para coger cierta distancia y explicar con total libertad algunas experiencias que perviven en mi memoria. Se construyen como cuadros, pasajes, vivencias… deformados, o que no responden exactamente a la verdad. No por querer meter un rollo, sino porque la memoria es selectiva. Se acuerda de cosas y olvida otras. La vida regalada no es un libro de historia, de sociología… Es una novela de auto-ficción, digamos. Hay capítulos que son ficción pura, más de lo que parece. Lo que pasa es que esa ficción está basada en cuestiones que han podido pasar, tanto en Barcelona, como en el pueblo donde nací, Arbuniel, que aparece en la novela como Zimbra, en Sierra Mágina, Jaén. Hay dos personajes que para mí son los pilares del libro. Dos mostrencos, adefesios, monstruos…, que son Simeón y Tomasa. Están en el imaginario de Lorenzo Almendro. Están en unas cuevas que hay al lado del cementerio del pueblo. Aparecen y desaparecen en momentos claves y siempre, siempre, se le aparecen a Lorenzo Almendro, tanto en el pueblo como en Barcelona, en momentos difíciles. Son los que le defienden en situaciones de conflicto, frente a precipicios a los que se asoma.

¿Qué representan Simeón y Tomasa?

Pues que, en la vida, finalmente, lo que el ser humano busca consciente o inconscientemente es estar al lado de gente que le quiera. Las personas, por muy desalmadas que sean o lo aparenten, con aspecto extraño, andrajoso… si te dan cariño, te acercas a ellos y ellos a ti. Lorenzo tiene una buena sintonía con Simeón y Tomasa, que aparecen y desaparecen, se meten por tuberías, van por aquí y por allá, son flexibles… Entran y salen cuando quieren y son, en definitiva, una alegoría de la condición humana, en la que siempre tenemos algo a qué agarrarnos. Los situé en las cuevas del cementerio, el lugar donde descansan los muertos, que a los niños nos daba cierto reparo.

¿Con que se topa Lorenzo cuando llega a Barcelona, a la ‘Grande Babylón’, que diría Manu Chao?

Pasar de la sierra de Sierra Mágina, un lugar escondido, bellísimo, salvaje… a la calle Simancas, en Verdún, Nou Barris, Barcelona, sin asfaltar, con altibajos, basura, muebles abandonados…, por necesidad es algo difícil de entender por un niño. Lo primero que vi eran gigantes, edificios gigantes, que de cada portal salía muchísima gente. En dos bloques de aquéllos había más gente que en mi pueblo. Enseguida, con 15 o 16 años, me impliqué en la lucha social, antifranquista, con la idea de mejorar la vida de los barrios que carecían de todo. No había autobuses, no había Metro, no había centro de salud, ni escuelas, ni Instituto. Todo se tuvo que hacer. 

¿Y Cataluña, los catalanes…, le suenan de algo a Lorenzo cuando aterriza en Verdún?

No sabía nada de aquello, claro. Pero me di cuenta muy rápido porque, al lado de los gigantes, había todavía tres casitas de planta baja, con un huerto, que se parecían a las de Arbuniel. Allí vivían dos familias catalanas y en la de en medio, una gallega, donde entre ellos hablaban gallego. Los otros lo hacían en catalán, que enseguida me interesó porque era algo muy parecido a lo que yo hablaba. Me hice amigo de Joan, Daniel y compañía, de la otra casa. También de los gallegos, que acababan de acoger a otros familiares llegados de Cuba. En la escuela había de todo, mayoritariamente niños como yo. Sus padres habían salido de sus lugares de origen para instalarse aquí y trabajar en la industria. Había uno, Jorge Navarro Arnau, que hablaba catalán y me hice amigo de él. El interés por aprender era algo innato en mí. A los 13 años acabé aquellos estudios, en un colegio nacional, masificado, dirigido por maestros falangistas, en el que si no estabas en la primera fila no te enterabas de nada. 

¿La infancia, que para Rilke es la verdadera patria, lo fue también para Lorenzo Almendro?

Desde los nueve años a los 16, que me enrolé en el antifranquismo, hay un tiempo de adolescencia, en el que había de todo, pero lo de hacer el gamberro, pelearse, las pandillas… no me iba. Me dio más, a pesar de ser un crío, de acercarme a los bares donde, a veces, había señores que se arrancaban a cantar flamenco. En lo que es ahora la Ronda de Dalt, Vía Favència, donde está el archivo histórico de Roquetas, había unas barracas de gitanos, donde yo prefería ir, a participar en las fiestas que hacían y de la manera de vivir que tenían. Había candiles de carburo para la luz y los niños estaban jugando todo el día en la calle. Jugar al fútbol también me molaba. Hacíamos campeonatos de unas calles contra otras. Me gustaba leer, sin que mis padres me indujeran a ello, porque no habían tenido la oportunidad de hacerlo. Era un niño un poco raro.

¿Y cómo se le aparecía el mundo, París, Europa, a Lorenzo?

No tan lejano, porque a principios del 72, con dos amigos y una amiga, nos fuimos a recorrer toda Europa, haciendo de músicos callejeros. Enrolé a Morcillo, Lázaro y Conchi. Ella bailaba, Lázaro tocaba la guitarra, Morcillo daba palmas y yo cantaba. Estuvimos ocho meses. Vivimos en la ciudad libre de Christiania, en Copenhague. Anduvimos por toda Europa, nos pillaron los atentados de los Juegos Olímpicos de Munich y aprendimos, entre otras cosas, que el capitalismo lo integra todo, que las clases sociales no desaparecen con la democracia. En el 73, me desligué de Bandera Roja, donde había estado un tiempo, y de las “pirámides marxistas”.

¿Qué diría Lorenzo de las identidades unívocas, renacidas en Cataluña con el “procés”, y asuntos colaterales?

Toda esta cuestión del “proceso”, basado en el relato de una cultura, una lengua, una identidad es el mayor error cometido por las personas que lo han dirigido. Un relato con el que no me siento identificado, aunque pueda entender que, desde el punto de vista libertario, el romper un poco el Estado no está mal. Pero no para montar otro Estado aquí, basado en una cultura. Hace ya unos años escribí un artículo titulado “Contra todos los esencialismos”, a raíz del Manifiesto Koiné. Decía que aquellas 300 personas, muy relevantes, que habían firmado, aparentemente a favor de la lengua catalana, escondían una forma de organización social reaccionaria, conservadora. 

¿Algo, en fin, cuyas raíces más próximas habría que buscarlas en el pujolismo?

Has citado el pujolismo, que alcanzó hitos memorables como, por ejemplo, que muchas personas del PSUC, marxistas, acabara siendo pujolistas inconscientes. Con Pujol he participado en debates y he tenido enganchadas. Fue cociendo sus ideas, muy influido por Mounier, un intelectual francés de pensamiento católico, con la intención de hacer ver que en Cataluña no había un problema de clases sociales, sino de diferencias culturales. Ahí se monta un tinglado balcánico. ¿Si no hay clases sociales, me tengo que juntar en Cataluña con un andaluz rico? Una idea de Pujol que cuajó, en tiempos de la emigración andaluza, fue la promoción de las casas regionales. Cosa que ha sido un cultivo de lerrouxismo y yacimiento de gente que en este momento vota a Vox. Una casa regional se puede montar, pero lo que no es de recibo es que sean subvencionadas. Así, se les adjudicó el papel de interlocutores con el poder. Vamos a hablar con los andaluces, se decía, y para ello recurrían al presidente de la federación de entidades andaluzas y santas pascuas. Montaban la Feria de Abril en el Fórum y pactaban todo lo que querían con quienes se arrogaban la representación de los andaluces. Cosas muy bestias, una gran trampa. Algo con lo que colaboró el PSC, a través de Josep María Sala y otros. 

Al mismo tiempo, el nacionalismo no se cortaba un pelo al calificar a los emigrantes de colonialistas…

En otro de los libros que hicimos con los de “Els altres andalusos”, que encargamos a unos jóvenes sociólogos y antropólogos y que editó Pagés Editors, que se titula “La manipulación política de la emigración 1977-2007”, analizábamos este fenómeno, que ha llegó hasta el extremo de acusar a los emigrantes de que en las elecciones autonómicas hubiera menos participación que en las españolas, cosa que era común a todas las autonomías. En el Manifest Koiné, sin ir más lejos, se llama a la gente emigrante “colonos lingüísticos involuntarios”. A ello respondí que no nos perdonaran la vida, y nos acusaran de ser “conscientemente colonos”. 

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