El hundimiento del Moskova en aguas del Potemkim

Odessa, la perla del Mar Negro, debía ser una de las primeras ciudades ucranianas en caer a manos del ejército ruso cuando comenzó hace cincuenta días la invasión de Ucrania. Una invasión que un Putin mal informado por unos generales y servicios de inteligencia que no se atrevían a contradecirle, creía que sería rápida. Y mientras pensaban que el Donbass, las repúblicas secesionistas de Donetsk y Luhansk, caerían completamente en menos de una semana y las columnas de blindados desde Bielorrusia se harían con el control de Kiiv, derrocando al presidente Volodomir Zelensky, Odessa caería atacada por tierra desde Crimea y desde el mar por la flota rusa del Mar Negro. Y con toda la costa de Ucrania bajo dominio ruso, y controlando Kiiv, se nombraría un gobierno pro-ruso en Ucrania como habían hecho los tanques rusos en Budapest y Praga de 1956 y 1968.

La entrada triunfal de las tropas rusas en Odessa a la vez que el gobierno ucraniano de Zelensky era destituido, debía tener un gran valor simbólico y emocional por la voluntad de Putin de hacer Rusia grande de nuevo, al haberse vivido hace más de un siglo en Odessa uno de los episodios más míticos y emocionales de la Revolución Rusa que tras derribar a los zares de un imperio decadente, la hicieron renacer con la creación de la Unión Soviética. En Odessa, años antes de la Revolución tiene lugar el motín de la tropa del acorazado Potemkim anclado en el puerto de esta ciudad, dándose una situación prerrevolucionaria y la masacre de civiles en la escalinata de la ciudad. Hechos que fueron plasmados en el cine en la mítica película del cineasta soviético Einsestein “El acorazado Potemkim”. Pero no sólo Zelensky no huyó hace un mes, ni tampoco ha sido derrotado. Y aunque parece que pronto será conquistada totalmente la ciudad costera de Mariúpol en el Mar de Azov, después de arrasarla como hizo el ejército ruso hace siete años en Alepo, no sólo no ha caído Odessa en manos rusas, sino que cerca de sus aguas se hundió hace tres días el acorazado Moskva, buque insignia de la flota rusa. Ucrania dice que atacaron y hundieron el Moskva con misiles, pero Rusia dice que fue debido a una explosión accidental y una avería. Pero aunque fuera cierta la versión rusa, como en la guerra lo que cuentan son los resultados, sería también una gran derrota como lo ha sido que las columnas de tanques que debían entrar en Kiiv, se quedaran por la negligente planificación estado mayor sin combustible ni suministros el quinto día de guerra, dejándose cazar como conejos por los misiles antitanques de las fuerzas ucranianas.

En la Segunda Guerra Mundial fue significativa la resistencia de la ciudad de Stalingrado, que llevaba el nombre del presidente y comandante jefe de la Unión Soviética, Ióssif Stalin. Si caía Stalingrado, caía la Unión Soviética. Y si bien ahora en Rusia ni las ciudades ni los acorazados llevan el nombre de los líderes, el hundimiento del Moskva o Moskova, barco que lleva el nombre de la capital del país, constata la derrota de Rusia como también lo constata la imposibilidad de tomar Odessa. Posiblemente en unos años alguna película reflejará lo que pasó cerca de Odessa, con imagen, no de marineros del Potemkim alzándose contra la tiranía, sino saltando al agua con Moskova en llamas.

Stalin que no perdió Stalingrado y ganó la guerra, lo tenía más fácil para esconder sus derrotas y acallar las voces de quienes le contradecían. El escritor ucraniano judío, Vasili Grossman, que hizo de corresponsal de guerra para el diario del Ejército Rojo, vivió y describió batallas épicas y la liberación de los campos nazis. Pero también fue testigo de las violaciones de civiles que hacían las tropas rusas en los territorios que liberaban y no olvidaba la gran hambruna o Holodomor que Stalin provocó en Ucrania años antes, arrebatándo el trigo y el ganado a los campesinos. Grosman escribió después “Vida y destino”, libro que será comparado con “Guerra y Paz” de Tolstoi, pero su publicación fue prohibida y Grossman fue perseguido ya que decía verdades que no podía escuchar a Stalin. Hay también otro escritor de aquella época, primero adorado y después maldito, Boris Pilniak, que publicó en 1930 la novela “El Volga desemboca en el mar Caspio” donde relata el intento de unos ingenieros de ejecutar la orden de cambiar la dirección del agua de dos ríos, Oka y Moskova, para unirlos con un tercero y conseguir regadíos. El libro que para unos mostraba el intento del régimen comunista de conseguir más regadíos y hacer mejor la vida de la gente, también podía entenderse como una crítica a los tecnócratas soviéticos que para contentar a Stalin, pretendían hacer lo imposible. El libro fue publicado en Rusia en 1930 y poco después en Cataluña siendo el autor de la traducción el líder del POUM, Andreu Nin. Pero en 1937 Pilniak sería ejecutado acusado de ser contrarrevolucionario, el mismo año que Stalin haría matar también por otros motivos en España a Andreu Nin.

Putin, de momento no elimina a sus generales como hacía Stalin, pero sí encarcela, envenena y mata a periodistas y disidentes, y se ha rodeado de una camarilla que ,como a Stalin, dicen lo que él quiere escuchar. No ha logrado plantar la bandera rusa en la plaza Maidan de Kíiv, ni derribar al presidente Zelensky, al que pese a ser judío como Grossman, califica de nazi. Y aunque pronto caiga Mariúpol, no ha tomado Odessa y ha sido humillado en las aguas de aquella ciudad al ser hundido el buque insignia de la flota rusa. Sabe que tiene el arma nuclear, bloquea la salida del trigo de Ucrania por el mar que compraban países de todo el mundo, juega con el grifo del gas que calienta media Europa y nos amenaza a todos con un Holmodor o época de hambre y frío y pensando que tal vez será como la que vivió Ucrania en los años treinta. Sabe que su pueblo también sufrirá, pero tal vez no le importa porque en Rusia, con los medios de información controlados, poca gente puede cuestionarle.

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