La guerra no hace vacaciones

El primer bloque informativo de los Telediarios desde el 24 de febrero hace referencia a la evolución de la invasión y bombardeo de Ucrania por parte de Rusia. En los últimos días, inmediatamente después de la apertura informativa poniéndonos al día de las brutalidades del conflicto, los locutores nos hablan de las vacaciones de Semana Santa, de si saldrá o ha salido mucha gente de las grandes ciudades, si hará buen tiempo o lloverá, si los hoteles están o estarán más o menos llenos, de si la gente está contenta por poder hacer lo que ha sido imposible en los dos últimos años por culpa de la pandemia de la Covid-19.

El contraste entre el primer y el segundo bloque de informaciones cuesta de digerir. Vemos primero a mujeres y niños subiendo a autobuses, trenes y aviones para huir de los disparos, las bombas y la muerte y, a continuación, vemos a gente haciendo lo mismo pero para irse a pasar unos días de ocio y diversión a lugares paradisíacos en la playa o la montaña.

Es una sensación que acentúa la que tengo cada vez que tocan vacaciones y pienso en la gente que no puede hacerlas. Durante muchos años he trabajado con contratos que incluían “vacaciones pagadas”. Pero también los hubo en que trabajaba durante los veranos porque de lo contrario no ingresaba dinero en los meses de julio y agosto. No podía hacer vacaciones. O no podía hacer unas vacaciones comparables a las de los trabajadores que se dedicaban a no pasar por el trabajo ni pensar en él al menos durante un mes.

¿Qué sentido tiene hablarles de vacaciones a las personas que están en el paro?

Pero con una guerra tan cruel y dolorosa ante nuestras narices, la palabra ‘vacaciones’ me chirría más que nunca. Conozco, claro está, todos los argumentos a favor de hacerlas. «Me las he merecido», «las necesitaba más que nunca», «volveré al trabajo con más energía que nunca»,… «No me amargues las vacaciones ahora con estas ideas», «de guerras e injusticias siempre ha habido y no por eso tenemos que dejar de disfrutar de las vacaciones”, dirán.

Muchos de los refugiados ucranianos que ahora hemos acogido en nuestros países seguro que habían pensado dónde irían o qué harían los días de vacaciones de Semana Santa (o el nombre que les den allí) o del verano.

Todo eso es cierto, pero no puedo quitarme de la cabeza que la guerra no hace vacaciones. Como mucho algún alto el fuego, que muy a menudo no se respeta.

En junio me jubilan como profesor de la UAB. Dicen que me he ganado el derecho al descanso.

Va a ser que no.

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