Que paren el tiovivo, que me bajo

Y cuando nos levantamos después de que nos atropellara la crisis económica, nos impacta la sanitaria, y aún no incorporados del todo, nos agarra la guerra y nos vuelve a tumbar… Lo comentaba el otro día a un buen amigo, parece el chiste de Eugenio, aquel que diu que se encuentran dos amigos y uno le dice al otro: -Haces mala cara, nano -Sí, es que ayer sufrí un accidente. Primero me arrolló un autocar de escolares; después, para rematar el trabajo, me pasa por encima un coche de bomberos, y, por si fuera poco, un jet en vuelo rasante, aterriza en mi nuca. No veas cómo lo pasé… -¿Cómo saliste vivo de la masacre? -Porque pararon el tiovivo…

Como los de la feria, los tiovivos de la vida real también van desbocados, sin embargo, la atracción ferial no se detiene. Mafalda reclamaba hace tiempo que le pararan el mundo, “que quiero bajar”. Pues eso, que paren los tiovivos, que yo también quiero bajar. A los de finales de la generación baby boom todo esto nos viene grande, nos habíamos instalado cómodamente en la paz, preocupados sólo por la explosión demográfica, una generación de confort, poco dada a la épica y no demasiado preparada para sufrir las diez plagas de Egipto; tampoco las generaciones posteriores –X, Y y Z– parecen muy entrenadas para encajar tantas golpes; en cambio, los de la generación anterior, la llamada silenciosa -también conocidos como los niños de la posguerra-, éstos sí están acostumbrados a las embestidas de los tiovivos. Sea como quiera, ahora, todos, nos vemos inmersos en estos tiovivos que no dejan de atropellar, y querríamos que se detuviera la atracción.

El otro día fui a ver una pieza teatral exquisita, que adapta con pericia y por primera vez la novela de Mercè Rodoreda Quanta, quanta guerra. Hecha por la compañía Farrés brothers, está destinada al público juvenil, pero sirve con creces a un público más senior. Habla de la guerra, claro, pero también de la libertad. La reflexión es muy anterior en Ucrania, sin embargo, sirve para Ucrania. Una de las voces que atormentan al joven protagonista de la historia, Adrià Guinart, dice que «una guerra sirve para que la pierda todo el mundo». Pues eso, que pasamos los días debatiendo sobre quién está ganando la guerra, que si Ucrania, que si Rusia, que si los de un lado, que si los del otro, cuando en realidad, como escribía Rodoreda, la guerra la estamos perdiendo todos, «todo el mundo». Nos damos cuenta cuando llega al bolsillo, y ya ha empezado a llegar. Entonces, percibimos igualmente el bajo nivel de los políticos que deben resolverlo, aquellos que nos deben sacar del atolladero, que no detienen sus peleas ni en tiempos de guerra. Abominable.

Volviendo al humor, Gila, ese humorista que debía nacer en invierno, pero como éramos pobres y no teníamos calefacción, me esperé a nacer en mayo, decía sobre sus guerras que “son absurdas porque lo es la guerra en sí”. Y añadía: “¿Está el enemigo? Que se ponga”.

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