Spotify se aprueba en la asamblea de la vergüenza y de la manipulación

La directiva impidió intervenir a los compromisarios virtuales en directo. De las tres únicas intervenciones, dos eran directivos de la Comisión Social y uno de ellos no compromisario

El resultado de la asamblea extraordinaria del domingo, convocada para validar el acuerdo con Spotify, marcó la definitiva inflexión democrática de un club que ha perdido la última batalla contra una directiva tiránica, totalitaria y definitivamente dispuesta a suprimir los principios de transparencia y participación recogidos en los estatutos del FC Barcelona, así como los propios derechos de los socios.

La imagen final de la asamblea fue suficientemente significativa del grado de deterioro y de la espiral de autocomplacencia y del abuso de poder en el que se ha instalado Joan Laporta cuando pidió el reconocimiento de la asamblea, y el aplauso, para Darren Dein, el intermediario que, también presente en el Auditori 1899, celebró hasta con menos entusiasmo que el propio presidente, la aprobación mayoritaria del patrocinio y, consecuentemente, el cobro de una sustanciosa y generosa comisión de siete cifras.

Laporta parecía mucho más feliz, satisfecho y suelto que el propio y más millonario Darren Dein, en cierto modo aturdido y asombrado por la cara dura y la audacia de un presidente incapaz de luchar por exhibir claridad y honestidad a los socios, pero tan sobrado como para hacer una ostentación festiva de su amistad y buen rollo con el más beneficiario de la operación. La comisión de Darren Dein y para con quien quiera que se la quiera repartir se ha de descontar del neto de las cantidades firmadas y aprobadas aunque no explicadas.

Fue la primera vez en la historia que, invocado por la voluntad del propio presidente, la asamblea azulgrana homenajeó a un intermediario, a un comisionista que se ha enriquecido a costa del club azulgrana y de la desesperada falta de recursos ante la cual Laporta no ha tenido otra salida que aceptar las condiciones impuestas por Spotify.

La asamblea debía aprobar sí o sí, y a ciegas, sin conocer las cifras ni las condiciones de la propuesta de la junta, incluidos los tesoros de Darren Dein y las ventajosas condiciones de la marca sueca. En circunstancias normales de participación presencial, Laporta habría tenido problemas con aquellos socios más persuasivos y sensatos, capaces de provocar en los demás compromisarios dudas y una sensación legítima de estar participando en una especie de traición y de inmoralidad respecto del resto de los socios. Las voces que exigían conocer los detalles del acuerdo antes de aprobarlos empezaban a ser, aunque tímidas, cada vez más mayoritarias.

La fórmula telemática, injustificada después de tres sesiones presenciales -una en junio de 2021 y otra en octubre, doble- sólo tenía una razón de ser: limitar la participación activa y de algún modo asegurarse el marcador final que, invariablemente, fue de goleada a favor del acuerdo.

El caso es que no había ningún impedimento sanitario para no convocar a los compromisarios de nuevo, con más motivo para aprobar el contrato más trascendente de la historia del club, incluida la venta del nombre del estadio. La cita telemática facilitó que la excepción presencial limitada a los senadores estuviera completamente controlada, no sólo ‘ideológicamente’, con una muy baja asistencia e intervenciones todas ellas favorables o condescendientes.

El verdadero recorte social, una masacre en toda regla, se produjo en la llamada sala virtual a la que los compromisarios podían acceder desde una terminal doméstica, aunque en ningún caso podían participar en las deliberaciones ni intervenir y ser escuchados si previamente no habían completado un formulario con las preguntas.

Con ese material, el secretario Josep Cubells realizó un compendio de cuestiones a las que fue dando respuesta en medio de un clima frío, distante y acrítico. Finalmente, la participación de tres socios a los que se permitió ‘entrar’, dos de ellos identificados como Jaume Macià i Lluís Pérez, miembros de la Comissió Social, el primero hijo de un directivo, Josep Ignasi Macià. No hace falta abundar en que ambos protagonistas, como un tercero que tuvo la suerte de poder dirigirse a los socios también se mostró favorable.

El pitorreo de la junta de Laporta para con los socios fue más allá de los límites legales y estatutarios, pues Lluís Pérez no forma parte actualmente de los socios compromisarios elegidos por sorteo hace dos años ni por el hecho de pertenecer a la Comissió Social puede intervenir en la asamblea.

Una irregularidad, otra más, que no sorprende y que previene de la escasa seriedad y rigor aplicado a esta convocatoria en la que no pocos socios se quedaron con las ganas de intervenir. Ingenuamente, pensaron que por el hecho de ser compromisarios y conectarse, como era obligatorio, a la sala virtual habilitada podrían intervenir y proyectar su opinión, pensamiento y postura como en las asambleas.

Que no lo pudieran hacer, porque previamente no habían formalizado su intención mediante un formulario, sugiere y alerta de otra manipulación y limitación de los derechos asamblearios y estatutarios que disponen la libre y abierta libertad de expresión y de opinión de los compromisarios previamente a la votación de cualquier punto del orden del día. A estos se les permitió enviar sus inquietudes al apartado final de Ruegos y Preguntas que finalmente tampoco fueron respondidas, al menos las más lesivas y sensibles contra la imagen y actitud dictatorial de la junta, con la excusa de que debieron ser atendidas antes de la votación.

Una encerrona de asamblea diseñada para evitar sorpresas, aunque de forma chapucera e inaceptable, pues hasta el presidente Joan Laporta y el directivo asignado a dar explicaciones, Juli Guiu, ofrecieron versiones distintas y contradictorias del motivo por el que finalmente el estadio pasa a denominarse Spotify Camp Nou. Según Laporta fue una ocurrencia del área de marketing del club porque “sonaba mejor así que al revés”, mientras que el directivo señaló que fue asunto negociado e impuesto por el patrocinador porque, de lo contrario, no hubiera aceptado pagar esos cinco millones durante los cuatro primeros años y  luego 20 millones por ocho años más.

Al día siguiente, Juli Guiu debió elaborar una nueva teoría sobre los title rigths del Camp Nou estableciendo que con Spotify Camp Nou no puede hablarse de naming rights porque no desaparece el nombre del Camp Nou. Una ingeniosidad o burla para convencer a los periodistas de que el valor del patrocinio con el nombre del estadio en primer o en segundo lugar no es trascendente.

Pura improvisación. Está claro que uno u otro, el presidente Laporta o el directivo Guiu, no estaba presente en las negociaciones o bien no se enteraron de nada. O puede que las dos cosas simultáneamente.

Finalmente, no se dieron las cifras de los asistentes presenciales en el Auditori (Senadores) aunque no había más de treinta a las diez de la mañana ni tampoco funcionaba el sistema informático. En el momento de la votación, en la sala virtual había exactamente 500 socios conectados.

El secretario Josep Cubells, con más cara de pasmo que nunca, leyó los siguientes resultados: acreditados, 906; votos en blanco, 67; votos NO, 49 y votos SÍ, 625.

O sea que al menos 205 no votaron o no lo pudieron hacer porque no funcionó un sistema telemático que en ningún caso se utiliza para votaciones serias. Las cifras de la sala virtual y de los senadores presentes en el Auditori 1899 no cuadran ni cuadrarán con el total de acreditados.

Barça TV se ocupó de que los planos fueran cerrados y no permitieran evaluar la asistencia real de socios pertenecientes a los primeros 1.000.

Claro que, si se deja intervenir a un miembro de la Comissió Social que no es ni compromisario… todo es posible.

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