Nuestro “esfuerzo de guerra”

Si la agresión criminal ordenada por el Kremlin contra Ucrania ha provocado, de rebote, el fortalecimiento y la cohesión de la Unión Europea (UE), también ha servido para desenmascarar la doble moral de nuestros gobernantes. Mientras la invasión del ejército ruso deja un escalofriante rastro de dolor y destrucción –como hemos visto en Butcha-, el gas de procedencia rusa ha continuado circulando, como si nada, por las tuberías que lo llevan hacia sus clientes europeos.

La enorme sacudida vital que sufre la sociedad ucraniana y, por extensión, toda la población de la UE, a consecuencia de la guerra desatada por Vladímir Putin, contrasta con la “normalidad” del comercio de hidrocarburos (gas y petróleo) procedentes de Rusia. Los dos grandes países europeos -Alemania y Francia- practican un aborrecible doble juego: de un lado, libran dinero y armamento al gobierno de Kiev, para que pueda defenderse del ataque del que es víctima Ucrania; pero, del otro, continúan pagando religiosamente las facturas que les gira Moscú por las ventas de combustible, que constituyen su principal fuente de ingresos y le permiten, a su vez, alimentar su mortífera maquinaria de guerra.

Se calcula que las exportaciones de gas ruso a los territorios de la UE suben, anualmente, a unos 100.000 millones de dólares y que cubren el 40% del consumo de las industrias y de los hogares europeos. Cambiar esta situación de dependencia de Rusia, y además de un día para otro, es, se nos dice, extremadamente difícil y complicado.

Los dirigentes europeos, con este doble juego, intentan que la sangre ucraniana no nos salpique y que la economía de las familias y de las empresas pueda quedar al margen de este conflicto bélico. Pero esto no es posible: los especuladores han aprovechado esta situación de inestabilidad generada por el Kremlin para subir artificialmente los precios de los carburantes y han puesto en marcha una espiral inflacionista de los precios de todos los productos que ya castiga, de manera alarmante, la vida cotidiana de la gente.

No nos podemos quedar de brazos cruzados. Vladímir Putin continuará torturando a la población ucraniana mientras reciba las montañas de euros y de dólares que, a pesar de las sanciones económicas impuestas, le pagamos los países occidentales. Si queremos ser, de verdad, solidarios con Ucrania, la UE también tiene que hacer un “esfuerzo de guerra” para acelerar al máximo la sustitución del gas y del petróleo ruso, hasta hacerlos, inmediatamente, innecesarios y prescindibles.

En este contexto, la transición energética para acabar con la dependencia de los hidrocarburos ya no es solo un instrumento capital en la lucha contra el cambio climático. También es la mejor arma de defensa de los valores democráticos y contra la barbarie.

En perspectiva histórica, nos daremos cuenta que la “civilización del petróleo” ha sido una página muy amarga del paso de la humanidad sobre la Tierra. No solo por los gravísimos estragos ecológicos que ha provocado y provoca la incineración de las antiguas masas de vegetación podrida que quedaron enterradas en el subsuelo.

La práctica totalidad de los países que han sido “bendecidos” con la existencia de hidrocarburos se han convertido en un infierno para su población: los gobernantes de Arabia Saudí, Irán, Irak, los Emiratos, Venezuela, Nigeria, Angola, Guinea Ecuatorial, Sudán del Sur, Siria, Argelia… han aprovechado esta enorme riqueza económica para armarse hasta los dientes y crear regímenes dictatoriales, a menudo despóticos y crueles. La Rusia de Vladímir Putin es, en estos momentos, un triste y dramático paradigma de esta incontestable realidad.

Si queremos salvar este planeta, tenemos que girar página rápidamente a la “civilización del petróleo”. Tenemos científicos, tenemos ingenieros y tenemos los medios económicos para hacer este imprescindible recambio energético. Los gobiernos occidentales ya han visto y comprobado cómo las gasta Vladímir Putin y la única solución que se le puede aplicar es la marginación total: que se ahogue con su petróleo y su gas.

En espera que el hidrógeno verde y la fusión nuclear pongan a punto la tecnología que nos tiene que permitir acceder a un caudal infinito de energía, los gobiernos europeos tienen que intensificar, a corto plazo, la implantación de las renovables (eólica, solar, hidroeléctrica, biomasa, geotermia…) en sus territorios. Sabiendo que son estructuras provisionales y que se podrán desmontar cuando ya no sean necesarias. La población así lo tiene que entender.

Del mismo modo que se ha hecho con políticas exitosas como la del ahorro del agua, hay que concienciar a la gente para que coloque intensivamente paneles solares en las casas y en las empresas. Los ayuntamientos tienen que promover y crear parques energéticos para autoabastecer a sus municipios.

Hay que convertir todas las centrales hidroeléctricas en reversibles para incrementar rápidamente su potencia. Podemos hacer de las montañas de residuos orgánicos que generamos rentables yacimientos de gas metano. Tenemos que aprovechar todos los lugares donde sople el viento –en el mar o tierra adentro- para levantar torres eólicas. Los flujos de agua caliente subterránea tienen que servir para calentar los hogares y generar vapor. Podemos limpiar los bosques y aprovechar los restos vegetales como combustible para producir electricidad, etc.

Nuestro futuro y nuestro bienestar pasan por la soberanía energética. No tenemos que depender de las importaciones de petróleo, ni de gas ni de uranio para poder mantener nuestro nivel de vida y prosperar. Este es el reto que afrontamos y nuestros gobernantes –desde el alcalde del pueblo más pequeño hasta el presidente de la Comisión Europea- tienen que estar a la altura de su responsabilidad histórica.

Girar la espalda al petróleo y al gas de Rusia es el mejor favor que podemos hacerle a Ucrania. A nosotros nos corresponde librar la “guerra energética” y la tenemos que ganar.

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