«Me da miedo estar paralizados por el miedo»

Entrevista a Patricia Simón

Patricia Simón

Reportera de la revista La Marea, se dedica fundamentalmente a cubrir historias vinculadas con derechos humanos y género. Ha escrito varios libros. Entre ellos, Nuestra guerra son las maras, en colaboración con el CEAR, sobre emigrantes procedentes de Centroamérica, que huyen de las bandas violentas. Ahora, publica “Miedo” (Editorial Debate).


Podemos tener miedo de casi todo, incluso de no tenerlo ¿A qué miedos te refieres en tu libro?

El miedo es un mecanismo fundamental de supervivencia. De algún modo, gracias a él seguimos vivos como especie. Es, en fin, muy útil y eficaz. Pero ocurre que el miedo, mal entendido o instrumentalizado, lo que consigue es paralizarnos. Desde el punto de vista político y social, también es un mecanismo muy eficaz para obtener ventajas. Nos vuelve frágiles, paranoicos… Nos empuja a la competencia por pequeñas cosas, y perdemos de vista a quienes de verdad se están beneficiando de él. Me llama mucho la atención que una sociedad como la española, con una de las tasas de criminalidad las más bajas del mundo, con una seguridad y una paz social muy altas, vivamos con tanto miedo. Prueba de lo cual es, por ejemplo, la gran publicidad que se hace de las alarmas de seguridad. En la última década, se ha instrumentalizado el miedo, con una clara finalidad de control, sometimiento y, en definitiva, de explotación.

Miedo” apunta especialmente al miedo en la vida pública, con especial atención a fenómenos como la emigración ¿Este miedo social, colectivo, abstracto…, no es en definitiva una traslación de nuestros particulares miedos individuales?

Totalmente. Tenemos ahora una sociedad temerosa, también por nuestro individualismo. Somos suma de muchas cosas, también positivas, de resistencia y luchas; pero también miedosos. Cosa que últimamente se explica porque llevamos desde la crisis de 2008 levantándonos cada día con la sensación de que todo va a peor. Es difícil no tener miedo si, constantemente, se sufren pérdidas de condiciones laborales, de bienestar psico-social, de ruptura de relaciones, de que la vida de nuestros hijos e hijas va a ser mucho peor… Y, por añadidura, con problemáticas globales de enorme envergadura como la crisis climática, el crecimiento de la ultraderecha, la desigualdad… Algo que no es futuro, sino presente, que nos ofrece muy poco y que es una gran amenaza para los sistemas democráticos. Porque la democracia, sin esperanza, sin horizontes de mejora, sin posibilidades de participación, se vacía.

El cualquier caso, en esto del miedo cualquier pasado no parece haber sido mejor, sino todo lo contrario…

El miedo siempre ha sido utilizado como mecanismo de control social al que han recurrido, no solo los regímenes totalitarios, sino también las democracias liberales. El propio hecho de gobernar incluye el miedo. El problema está cuando el miedo define una era, como la nuestra. Cuando yo me lanzo a escribir este libro es porque descubro, trabajando para La Marea, las crisis que provocó la pandemia de la covid. La palabra que más repetía la gente que entrevistaba era “miedo”. Y cuando indagaba sobre ello, aunque aparentemente el miedo era a contagiarse o que se contagiaran sus seres queridos, a perder el empleo… empezaban a aflorar miedos que estaban ahí de antes, y tenían mucho que ver con las sucesivas crisis que estamos viviendo: miedo a los otros, a la pobreza, a la soledad, a la muerte… Miedos antiguos, que nos han acompañado a lo largo de la historia. 

¿El miedo, más que derivado de realidades, no es en muchos casos una construcción, algo figurado?

El miedo es un relato, un ideario. Si lo agitas repetidas veces, acaba percibiéndose como algo real. Es aquí donde el periodismo está llamado a indagar si se justifica, en base a hechos, o se trata de meras configuraciones ideológicas. Por ejemplo, que adolescentes no acompañados o mujeres que viajan solas sean criminalizados hasta convertirlos en una gran amenaza, es insostenible. El miedo al otro es quizá uno de los miedos más artificiales e injustificados. Y tiene que ver con que hay una industria de la mentira y la manipulación mediática, que se lleva repitiendo desde hace años. Por el contrario, el buen periodismo tiene que contribuir a ahuyentar esos fantasmas. 

¿En la industria del miedo, está siendo la distopía la factoría más productiva y espectacular?

Mi libro, creo, es luminoso y utópico. Me parece relevante insistir en que no estamos tan mal. Que, pese a todo, hay que recordar de dónde venimos. Hemos sufrido las consecuencias del neoliberalismo de Thatcher y Reagan, pero también la gran ola feminista de 2018, la movilización juvenil de 2019 contra la crisis climática… Pese a todos los miedos que se han azuzado para enfrentarnos, también ha habido movimientos de resistencia y rebeldía. Cosa que se procura obviar, promoviendo una atmósfera derrotista, que resulta muy útil para la ultraderecha y los populismos. Pero, en definitiva, hay que tener en cuenta que, pese a todo, la democracia sigue siendo el mejor invento que nos hemos dado para construir sociedades igualitarias y con posibilidades de mejora. Reivindicar más democracia sigue siendo una utopía. 

¿Hay en la política profesionales del miedo, con nombres y apellidos?

El repliegue a nuestras parcelitas, de nostalgia por un pasado idealizado, que estamos viviendo, tiene que ver mucho con el miedo. Esa ola reaccionaria se nutre del miedo, y tiene una estrategia internacional. Cito en el libro “Cómo secuestrar un país”, de la periodista turca Ece Temelkuran, publicado por Anagrama, que explica los pasos que dan líderes populistas como Erdogan, Boris Johnson, Trump, Le Pen, Bolsonaro…, aquí Santiago Abascal… siguiendo un mismo patrón. De hecho, se reúnen como acaban de hacerlo ahora en Madrid. Saben cómo generar miedos, un ambiente de paranoia, en el que tu vecino o vecina pueden ser tus enemigos… Si queremos hacer frente a esta corriente tenemos que entender que es internacional, y que para contrarrestarla tenemos que recuperar valores fundamentales, además de los derechos humanos, como el cosmopolitismo, el internacionalismo, la solidaridad…

Se asocian miedo y odio, pero ¿necesariamente, el primero desencadena el segundo?

El miedo es una `puerta al odio. No tienen porque estar siempre vinculados, aunque habitualmente lo están. Hay una cita al principio del libro de la poeta Isabel Bono, que hace referencia al miedo y la crueldad que, después, lo invade todo. Cuando se está borracho de miedo y se nubla la razón se pueden cometer grandes crímenes. Por eso considero importante, como trato de hacer en el libro, desbrozar los miedos, que ahora mismo están muy interrelacionados, mezclados. Hay que separarlos, conocerlos y seguir su ruta, sobre todo la del dinero ¿Quién se beneficia de los miedos? Sabiéndolo, conoceremos también quién los alienta. Me da miedo que se nos pase la vida paralizados por el miedo.

¿Quiénes, además de las producciones literarias y audiovisuales distópicas, se llevan el gato al agua en el gran negocio del miedo?

A veces, la ficción explica mejor que el periodismo lo que nos está pasando. Pero la distopía, que parece ser ahora una gran fuente de beneficios económicos, si no se plantea bien, paraliza. Y no sé si ayuda a algo, pero en mi libro pretendo entender a los que no entiendo, a los supuestamente malos, a los victimarios…, a quienes con quien no se está en absoluto de acuerdo. Sueño con el diálogo, la pluralidad de ideas como riqueza y no como problema, la superación del sectarismo… La distopía plantea una lucha elemental, primaria, entre buenos y malos. Generalmente, jugando con miedos abstractos y, en realidad, actuando como tapaderas de los problemas reales. Como decía Zygmunt Bauman sobre la manipulación de la incertidumbre, si hay problemas muy importantes que la ciudadanía siente que no puede manejar y que la clase política no aborda, se generan algunos problemas ficticios. Y así nos distraemos, mientras proliferan los negocios del miedo, que son muchos y variados.

¿Es quizás el conocimiento el mejor y quizás único aliado para hacer frente al miedo?

Sí, pero hay, por ejemplo, antivacunas que son personas formadas. Algo que creo tiene que ver con el déficit de participación. Porque el conocimiento no es solo cosa de libros, también se adquiere participando. Existe la sensación, quizás como reflejo de la realidad, de que las decisiones se toman en instancias cada vez más alejadas. Ahí está, por ejemplo, el Parlamento Europeo, del cual no sabemos ni qué pasa, ni cómo funciona. La presunta participación mediante las redes sociales se hace desde el rencor, insultando… Y también desde los medios de comunicación dominantes, que presentan como información material tóxico, y que solo entienden la noticia como mercancía, hasta convertir los hechos en caricatura.

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