‘El piojo de la alfombra pica y se esconde’

Hay un dicho saharaui que dice que el piojo de la alfombra pica y se esconde. Me ha hecho pensar en ello el giro copernicano perpetrado por el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, en el siempre delicado tema del Sáhara Occidental. Pues eso, España lo ha vuelto a hacer, ha picado de nuevo como un piojo de alfombra al pueblo saharaui y rápidamente ha vuelto a su escondite, entre los filamentos del tapiz. A mediados de noviembre de 1975, con el dictador Franco liando el petate y el entonces príncipe Juan Carlos familiarizándose con la herencia, los españoles ya traicionaron a los saharauis, abandonándolos a la suerte (mala) de Marruecos, saltándose así la legalidad internacional. Ahora, poco más de 46 años después, el presidente Sánchez, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo -de acuerdo… al diablo quizás sí-, lo ha vuelto a hacer, se ha doblegado al dictado del lejano poniente a cambio de…

El giro de guion resulta indigerible. Se hace difícil entender el fondo, y aún más las formas. Fue el rey de Marruecos, Mohamed VI, quien abombó la nueva, diciendo que había recibido una carta de España en la que ésta aceptaba la idea de limitar las pretensiones de los saharauis a una autonomía rasa y corta, tesis defendida por Marruecos ad eternum. Pronto, el gobierno español certificó la autenticidad de la misiva y de lo que en ella se dice, pero sin dar más explicaciones. La insistencia forzó al ministro de Exteriores, José Manuel Albares, a comparecer. Aitor Esteban (PNV), una de las mentes más preclaras de la política española y de excelsa oratoria, decía con acierto: «Aquí se viene antes, no después». Lo cierto es que el gobierno de Sánchez es, como el chico de la pizza del anuncio, de reacción lenta. Un claro ejemplo de esta lentitud lo encontramos en la respuesta a las revueltas de los transportistas en la crisis de los precios de la energía a consecuencia de la guerra en Ucrania. Los de Sánchez han respondido tarde y atropellados.

Hace años tuve la oportunidad de realizar una estancia en los campamentos de Tindouf, en el suroeste de Argelia, donde malviven los saharauis a la espera de una resolución que nunca llega, pacientes pero hartos de tanta injusticia. Emplazo a Pedro Sánchez a hacer lo mismo, a convivir un tiempo allí, en medio del desierto, durmiendo en sus jaimas, escuchándolos, hablando con ellos. Que tome con ellos sus tres tés: el primero, amargo como la vida; el segundo, dulce como el amor y el tercero, suave como la muerte. Después, cuando lo haya hecho, que valore si, a pesar de los réditos obtenidos de pactar con el diablo, ha merecido o no la pena doblegarse a los intereses de un régimen que no respeta los derechos humanos, que nos chantajea con la migración de forma constante y continuada. Otro refrán saharaui dice que nadie engorda en años de sequía, salvo los lobos

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