La península Ibérica, bastión de Europa

Todas las guerras acaban algún día. También la que enfrenta, desde el 24 de febrero pasado, Rusia con Ucrania. A estas alturas, no sabemos cuál será el desenlace de esta conflagración, ni los términos concretos de los acuerdos de paz que, finalmente, firmarán Moscú y Kiev.

Pero sí hay una certeza: el Kremlin ha levantado un altísimo muro de hostilidad y desconfianza con los países de la Unión Europea que será muy difícil de desmontar. Al menos, mientras en Moscú gobierne el régimen paranoico y despótico que encabezan Vladímir Putin y la banda de militares y de oligarcas que le rodean.

La comunidad europea no olvidará nunca esta agresión unilateral y sanguinaria del ejército ruso contra Ucrania. Y esto hará que los países que están a la sombra de este muro -las repúblicas bálticas, Finlandia, Suecia, Polonia, Rumanía.., pero también Alemania y Francia- vivan, desde ahora, en una tensión y un estado de alerta permanentes.

La geografía hace que España y Portugal -los dos estados de la península Ibérica- seamos los más alejados de esta “zona caliente” que mantiene al centro y al este de Europa con los nervios a flor de piel. También somos los que tenemos menos vínculos económicos e intereses comerciales trenzados con Moscú.

A la península Ibérica, por ejemplo, no llega ni un soplo  de gas procedente de Rusia. Tampoco tenemos dependencia de su petróleo ni hay ningún oligarca de la corte de Putin que controle ninguna empresa estratégica de estos dos países. Esto nos hace más independientes y somos un caso excepcional en el marco de la Unión Europea.

El nuevo “telón de acero” que ha reimplantado Vladímir Putin -un error geopolítico colosal que pagará, principalmente, la población rusa- refuerza el valor de la península Ibérica, convertida en retaguardia y bastión del espíritu civilizador y democrático que significa y sintetiza el proyecto de la Unión Europea, confrontada nuevamente a la amenaza de la tiranía y la destrucción. De ser la periferia, España y Portugal nos podemos convertir en el nuevo centro de gravedad que dé sentido a la construcción de un orden mundial basado en la libertad y la fraternidad.

Son horas graves de la historia: el fantasma de una guerra atómica recorre todas las cancillerías. En este sentido, hay que apelar a la máxima responsabilidad de todo el mundo y evitar caer en populismos -como la huelga de un grupo de transportistas, que pone en peligro la cadena de suministro alimentario- que hacen descaradamente el juego a las operaciones desestabilizadoras que promueve, desde hace años, el Kremlin y que, desgraciadamente, también hemos sufrido en Cataluña.

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