La ingenuidad de no pensar en la guerra

Hace escasamente unas semanas los políticos, expertos y la población europea en general creían que la invasión rusa de Ucrania no podía suceder: ¡no era posible! exclamaba todo el mundo. Por cierto, los que si acertaron en sus vaticinios fueron los servicios de inteligencia norteamericanos. No estaría mal que reflexionásemos sobre ese hecho crucial.

¿Cómo es que nadie pensaba en que esa guerra era más que probable? Me pregunto a la vista de los hechos, si Europa no se ha convertido en una caterva de viejos y jóvenes ingenuos e incapaces de prever esa terrible y cruel destrucción de los ucranianos, sus ciudades y su territorio. Tengo la impresión de que esa mezcla de viejos y jóvenes acomodados a un sistema social privilegiado y complaciente, se había hecho a la idea de que la paz perpetua ya se había alcanzado. Que nuestros ejércitos eran estructuras demasiado caras y ligadas a un pasado que había que olvidar. Era una opinión general, que el ejército debe estar limitado a una especie de policía (llamada “cascos azules”) que actúan como una ONG humanitaria en países lejanos y atrasados.

¿Cómo es que nadie a fecha de hoy se ha preguntado públicamente si el escaso material que tiene nuestro ejército sería operativo en caso de que sufriésemos un ataque por parte de países que consideramos atrasados? ¿Durante cuantas semanas nuestros ejércitos podrían mantenerse en combate en caso de una agresión extranjera? ¿Acaso creemos que los ejércitos de los países europeos vecinos están en condiciones mucho mejores que las nuestras? No nos engañemos, la gran mayoría de los europeos pensamos y vivimos como si la guerra hubiese desaparecido del horizonte; cómo si solo pudiese tener lugar en lugares distantes y atrasados; cómo si fuese cosa del pasado.

¡Pues no! Supongo que ya nos hemos enterado de que la guerra ha vuelto y con ella el terror y el horror. Y por si no lo saben, se libra a unos 3.200 Km de nuestro país, eso sí, circulando la mayor parte del recorrido por cómodas carreteras y autopistas. Francamente, me alucina que todavía haya gente que se limite a decir con cara de enfado “No a la guerra”, ¡qué bien! Pero esos que exigen un “no a la guerra” ¿podrían explicarme como se para la guerra? cuando hay un poderoso ejército que no deja de disparar, bombardear y destruir a una población que, como el pequeño David, se enfrenta a un desmesurado Goliat. ¿Nadie ha entendido que debemos hacer algo más que vociferar ¡No a la guerra! para derrotar al Goliat ruso? Imagino que todavía habrá mucha gente que piense que todo iba a marchar bien y con todo lujo de comodidades si nos quitábamos de encima esos populismos o esos nacionalismos o esos grupos fascistoides o incluso esos terroristas burdos e ignorantes que de vez en cuando nos han roto el buen vivir.

La guerra ni es una patología ni es la consecuencia de alguien que ha perdido el juicio, que es lo que muchos piensan de Putin. No es la locura de una sola persona ni el resultado de una decisión incorrecta tomada en un momento equivocado. Esa, es la mirada que se aplica hoy sobre Putin en los medios de comunicación: megalómano, ambicioso, fanático. Pero ¿es realista atribuir la guerra a la “locura” de una sola persona? ¿Es Putin realmente una anomalía, un lastre del pasado? ¿Cómo podemos decir “no a la guerra” sin antes pensar cómo parar los pies al ejército invasor o agresor?

Los ucranianos no están dando una lección terrible a costa de su sangre, sus vidas y su sociedad. Hoy más que nunca, no hay una sola fuerza, la de los fuertes. Hoy nos muestran cada día los ucranianos que hay dos fuerzas: la de los fuertes y la de los débiles. La de los fuertes ya la conocemos: tanques, cañones, aviones, superioridad numérica. Los ucranianos no están mostrando la fuerza de los débiles: coraje, determinación, sufrimiento, administración del miedo y de las necesidades vitales y la potencia de la cooperación. ¿Aprenderemos la lección? Espero que sí, pero sobre todo y ante todo creo que debemos decir con humildad: ¡gracias ucranianos! por mostrarnos la realidad y la manera de defender lo que somos y queremos ser.

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