Plantar cara, mujeres y represión

El 8 de marzo se acerca. Hace ya unos años que es masivo. El purplewashing funciona, a pesar de haber todavía un sector retrógrado y ataques furibundos a las mujeres que defienden el aborto, las mujeres trans o la inexistente «ideología de género» que han inventado como etiqueta para atacar todo aquello que pueda ser un avance en los derechos de las mujeres. Pero como ya dice el que ya es casi un tópico, debería ser 8 de marzo todos los días. El reconocimiento al movimiento feminista debe pasar también por la no criminalización, y no hablo de sectores conservadores, sino de instituciones y personas aparentemente cercanas a las ideas feministas.

La represión contra las mujeres es casi invisible entre todas las violencias recibidas pero también en comparación con la represión general. Carme Forcadell y Dolors Bassa nos lo han hecho ver en los últimos años, pero también una buena muestra de ello es que nadie conoce la represión política de muchas mujeres. En la lucha política y la represión, las mujeres hemos sido invisibles y doblemente victimizadas. Decía Carme Forcadell en una conversación: “Yo soy tan republicana, independentista y de izquierdas como antes de entrar en prisión, pero he salido más feminista, porque he comprobado cómo afecta a la justicia las mujeres. Se trata de forma desigual mujeres y hombres, quienes tienen recursos económicos o no. Tenemos las leyes pero no la justicia. Hay mujeres en prisión porque no tienen 3.000 euros para la fianza. O mujeres que tienen un abogado de oficio que ven media hora antes del juicio. ¿Qué derecho a la justicia tienen en estas condiciones? Esto para mí es inhumano”.

La violencia patriarcal y la violencia de Estado van juntas, y la invisibilidad la acentúa; es un doble ejercicio violento. El género es una construcción jerárquica que quiere ponernos a las mujeres en una situación de sumisión a nivel social. Las estrategias de resistencia de las mujeres pasan mucho por lo cotidiano –pero no únicamente– y suelen ser menos épicas –evidentemente sin generalizar–, lo que conlleva el desprecio de muchos que piensan, y defienden, que las emociones son debilidad y que la lucha sólo puede tener rasgos heroicos. En esta lucha constante, la violencia estructural, la represión de la disidencia y el activismo afectan a las mujeres y permanecen imperceptibles.

Desde 1974 hasta la actualidad unas 170 mujeres han sido represaliadas por distintos motivos. Podríamos hablar de líderes políticas del proceso, pero no sólo. Hablamos de sindicalistas, de mujeres de izquierdas, de feministas que llenan las filas del anonimato. Represión directa o multas a colectivos feministas por acciones del 8 de marzo o el 25 de noviembre, con ejemplos desgarradores: las mujeres de 8 Mil Motius por detener las vías del tren el 8 de marzo; las feministas de Femen; identificaciones por pintadas favorables al aborto o la aplicación de la ley mordaza a algunas de las movilizaciones de la huelga feminista. Son ejemplos en el marco de movilizaciones feministas, pero la represión que sufren las activistas no se da sólo en estas acciones específicas.

El Centro de Defensa de los Derechos Humanos Irídia publicó, en marzo de 2020, un informe sobre prácticas feministas para hacer frente a la represión en el que destacan: “Es sabido que las mujeres y las personas que transgreden las normas heteropatriarcales suscitan mayor hostilidad. Es decir, la implicación en las luchas de defensa de derechos por parte de las mujeres no sólo supone un desafío político, sino que esa misma implicación es en sí un desafío a las normas culturales y sociales que establecen el papel de la mujer en la sociedad. Esto supone que la actuación punitiva del Estado tenga un carácter represor específico, que avisa y hace patente que las mujeres no pueden transgredir la ley. Asimismo, las particularidades de la vivencia de la represión por parte de las mujeres también queda condicionada por un ambiente social patriarcal en el que tanto la vida de las mujeres como sus aportaciones no son valoradas al igual que las de los hombres”.

Por otra parte, la violencia sexual se cierne siempre como amenaza. Los testigos son innumerables: “Cállate, zorra”, “te jodes, puta”, “si no colaboras te violaré”, o bien, desnudarlas, magrearlas, ponerles objetos en el ano… El doble castigo por el hecho de ser mujer activista es una evidencia. La invisibilidad forma parte del androcentrismo en la represión. La disidencia se castiga. La discriminación y minusvaloración de las mujeres forma parte de él.

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