Ni una lágrima de Laporta por el adiós de Reverter

El presidente utilizó a un CEO inexperto en el fútbol para tapar el significativo portazo de Jaume Giró y luego embaucar a los socios para eliminar de los estatutos todo control y responsabilidad sobre la directiva

En el Barça, cualquiera que no forme parte del ‘camarote’ de Joan Laporta, ese núcleo duro del presidente gobernado por el nepotismo, la fiesta, las comilonas, los viajes de cinco estrellas y sobre por todo la compulsión y los intereses personales a la hora de tomar decisiones institucionales, patrimoniales o deportivas, cualquier ejecutivo se acaba convirtiendo en una marioneta confinada a la ignorancia, la invisibilidad y hasta el desprecio.

Eso es lo que le ha pasado a Ferran Reverter (foto), el CEO que acaba de anunciar su renuncia al puesto, quien por un momento se creyó capaz de dominar a la ‘bestia’ y, más ingenuamente, pensar que ese presidente indómito se había convertido en un compañero de viaje dócil, manejable y rendido a esa ciencia de manual con la que gestionan los altos ejecutivos. El primer gran error de Reverter fue no consultar a Jaume Giró sobre cómo se podía transformar un personaje disciplinado y amable en un ‘monstruo’ irreconocible, capaz absolutamente de todo.

La segunda equivocación, que también desnuda a Reverter como alguien prepotente, soberbio e ignorante, fue suponer que era él, el CEO, quién dirigía las operaciones, quien tenía el mando y el control absoluto de la situación. En realidad, como ha hecho siempre Joan Laporta, el presidente estuvo jugando como un gato maestro con un infeliz ratoncillo. Al recién elegido presidente le convenía tapar la huida escandalosa y significativa de Jaume Giró, como todas silenciosa ante las atrocidades del verdadero Laporta, con un CEO de indiscutible reconocimiento profesional en el ámbito empresarial pero que sobre todo fuera un memo y un advenedizo en el mundo del fútbol.

Laporta lo utilizó mientras le convino escuchar y obedecer ciegamente a alguien aterrorizado por las cifras ofrecidas a Messi o la ficha de Griezmann, a alguien que además fuera lo suficiente arrogante como para querer darle lecciones a Javier Tebas (que le ha llamado ‘tonto’ varias veces, seguramente con causa y motivo) y que además confesara su admiración hacia la figura de Florentino Pérez y de sus extravagancias como la Superliga, un desafío absurdo que ha hecho pasar al Barça por el embudo que quería el presidente blanco.

Como consecuencia, el Barça se ha quedado sin Messi, sin Griezmann y sin margen salarial para fichar a cualquiera de los dos cracks que el Madrid quiera elegir, Mbappé o Halaand, a su voluntad.

Mientras Ferran Reverter se creía ese cuento e intentaba poner orden y criterio en la administración del club, Laporta utilizó ese escudo para engatusar a los socios a favor de sus más perversas intenciones, como eliminar cualquier control sobre las pérdidas y sobre la deuda, además de conseguir autorización para un crédito de 2.050 millones, ciertamente sin dar demasiadas explicaciones ni detalles a nadie.

Cuando Joan Laporta, además, consiguió eliminar el último eslabón de la responsabilidad directiva, gracias al decreto del Gobierno contra los avales, el presidente también se deshizo abiertamente de ese camuflaje serio y formal del personaje que Ferran Reverter se había tragado.

De repente, cuando abrió los ojos a la realidad, Laporta no sólo le había colocado a varios ejecutivos fuera de su organigrama y vigilancia, como un ejecutivo proveniente de la empresa de Rafael Yuste, para sus cosas, o a Bryan Bachner, asesor de confianza y de Joan Oliver en el triste final y desaparición del Reus, para la oficina de Hong Kong. También a Pere Lluís Mellado, al que puso al frente del área jurídica, ex-empleado de su bufete, como lo era su actual jefa de gabinete, Manana Giorgadze, que a su vez contrató a su hija y al novio de ésta.

Manana no hacía nada distinto que el propio presidente, colocando a su hermana Maite Laporta y a su prima Marta Segú en nómina del Barça, eso sí dejando como electrón libre a su hermano Xavier Laporta para actuar en nombre y representación del presidente ocasionalmente en determinadas operaciones. Laporta, siempre precavido, había elegido a su propio “compliance officer” para estar tranquilo.

Pero Laporta supo halagar el ego insoportable y la desmedida ambición de Ferran Reverter, al que permitió protagonizar incluso la presentación de las cuentas y de los embrollos contables y financieros de la temporada 2020-21 bajo un formato de “due diligence” que no era tal.

Un acto que se programó a su medida, en el que se propasó con ciertas acusaciones contra Bartomeu y del que salió tan triunfador en la prensa que aquel día empezó a cavar su propia tumba como CEO del Barça. Al menos a ojos del presidente.

En sus estertores, Reverter se fue a los EEUU a negociar una alternativa a Goldman Sachs para el Espai Barça mientras Laporta, a su aire, cerraba fichajes a su antojo como el de Adama Traoré o el de Aubemayang, con unas condiciones que de momento no han trascendido.

También a espaldas de su CEO Laporta ha querido liderar el tramo final de las conversaciones con Spotify, el que habrá de ser el nuevo patrocinador principal del Barça.

El propio Ferran Reverter, rendido y traumatizado por esta experiencia, ha dicho basta a los once meses de haber alcanzado el sueño de todo ejecutivo como es convertirse en CEO del FC Barcelona. Por eso suena patético y embustero el comunicado de despedida, justificando su marcha por el motivo de tener pendientes proyectos personales.

Lo que va a dejar pendiente, porque con Laporta no existe otro final posible, es cubrir el presupuesto de esta temporada que, inevitablemente, arrojará pérdidas si el sustituto de Reverter o el propio presidente no se inventan una nueva trampa contable para tapar la ineficiencia de una junta directiva y de un director general obligados a ser, pese a su manifiesta incompatibilidad, la pareja de baile estrella del club.

Con el tiempo se irán conociendo nuevas fricciones entre ambos, como la obsesión de Reverter por acelerar la conversión del club en un modelo SA y su idea de aumentar los abonos para que los socios del Barça, si de verdad quieren al club, lo demuestren con un esfuerzo económico.

La normalidad con la que hoy se aceptan estas diferencias choca con la elección, en su día oportunista, de un CEO con un perfil abominable para Laporta desde el primer minuto. Pero esa es la mejor estrategia del presidente, reforzar a Koeman hasta aborrecerlo y justificar la llegada de Xavi (el escudo perfecto para perderlo todo, como hasta ahora) y en el ámbito ejecutivo situar al frente al hombre idóneo para dar el pego ante los socios.

Para qué engañarse, el perfil que le encaja a Laporta es el de Joan Oliver, como en los viejos tiempos. Si se atreve será porque ya se considera imbatible o, como dijo Butragueño de Florentino, un “ser superior”. Lo que el Reus ha unido que no lo separe el Barça, esa sería la conclusión. Es lo que Laporta añora. Y mucho.

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