La hora del Pirineo

El Pirineo se está muriendo. Lo conozco de primera mano. No en balde, desde hace cinco años, edito el diario digital LA VALIRA (lavalira.eu), focalizado informativamente en estas comarcas catalanas y Andorra. Esto hace que incursione a menudo por estos valles y pueda hacer un seguimiento regular de sus constantes vitales: económicas, demográficas y sociológicas.

Despoblamiento, envejecimiento de la población y anemia empresarial hacen que el presente y el futuro inmediato del Pirineo sean muy sombríos. Contrasta este panorama deprimente con las enormes riquezas naturales que atesoran estos territorios de alta montaña (aire puro, agua, montes, pastos, paisajes soberbios…) que son, precisamente, los valores reemergentes de la nueva civilización postindustrial en la cual estamos entrando.

Pero, para salir del actual callejón sin salida, renacer y brillar con luz propia, el Pirineo catalán necesita un revulsivo. Y es en este contexto que aparece el proyecto de presentar una candidatura para los Juegos Olímpicos de invierno del año 2030, conjuntamente con Aragón.

Obviamente, la celebración de este acontecimiento deportivo -de duración efímera- es la excusa. Como lo fue en el caso de los Juegos Olímpicos de Barcelona del año 1992. En aquella ocasión, yo fui muy crítico –el único de toda la prensa catalana-, puesto que el Comité Olímpico Internacional (COI), que entonces estaba presidido por el ex-falangista Juan Antonio Samaranch, era una cueva de corrupción, como se demostró posteriormente, y denuncié que era impresentable que el alcalde Pasqual Maragall se prestara, en nombre del deporte y de Barcelona, a encubrir este negocio asqueroso.

Pero, desde entonces, el COI ha cambiado mucho, ha hecho su catarsis interna, se ha convertido un organismo más transparente y apuesta decididamente por unos Juegos Olímpicos que huyan de la exacerbada comercialización, del dóping y del colosalismo arquitectónico. En todo caso, es evidente que gracias a los Juegos Olímpicos del 1992, la capital catalana pudo hacer las rondas, la recuperación del frente marítimo, la restauración de la degradada montaña de Montjuic, etc.

Exactamente, pasa lo mismo con el Pirineo, que sufre, desde hace décadas, una larga y dolorosa agonía. De entrada, la organización de los Juegos Olímpicos de invierno del 2030 tendría que servir para destinar fuertes inversiones públicas en la accesibilidad de estas comarcas: por ejemplo, suprimiendo el vergonzoso peaje del túnel del Cadí (¡abierto hace 38 años!), modernizando a fondo las líneas ferroviarias Vic-Puigcerdà y Lleida-La Pobla de Segur, construyendo la conexión férrea Puigcerdà-La Seu d’Urgell, acometiendo los túneles de Comiols y de La Bonaigua…

Estamos hablando de inversiones millonarias, sí , pero también de una apuesta estratégica de país que supera el endémico oportunismo y tacticismo de los políticos. Hay un instrumento para ayudar a financiar toda esta revolución: la nacionalización de las centrales hidroeléctricas del Pirineo que ya tienen la concesión caducada y que Endesa continúa explotando impunemente.

El beneficio de los millones de kilovatios que roba esta empresa tiene que revertir en el territorio y tiene que servir, prioritariamente, para su revitalización económica y demográfica. Es aquí donde hace falta el coraje y la determinación de los políticos: exigiendo el fin de este expolio y la reversión de las centrales hidráulicas caducadas.

El Pirineo no es una frontera ni conoce fronteras. Esto se acabó en 1986, con la entrada en la Unión Europea. Es la columna vertebral de un amplio espacio geográfico que va del Atlántico al Mediterráneo y que se extiende por las llanuras de las dos vertientes, en territorios de España y Francia. Si lo vemos así, esta cadena de montañas es el centro, no la periferia marginada, de una importante zona geoeconómica de Europa que conecta Euskadi con Aquitania, Navarra con el Bearn, Aragón y Arán con Occitania y Cataluña con Andorra y las comarcas de la Cataluña Norte.

La celebración de los Juegos Olímpicos de invierno del 2030, aunque se limiten a Cataluña, al Arán y a Aragón, tiene que ser una reivindicación del Pirineo en su conjunto para convertirlo, nuevamente, en un foco de vitalidad, como lo fue hasta el siglo XIX. Por eso, hay que rechazar frontalmente la estúpida politiquería que rodea el proyecto de la candidatura –con el enfrentamiento entre los gobiernos de Cataluña y  Aragón- y reclamar una mirada global, ambiciosa y generosa para que salga adelante.

Yo creo en un futuro mejor para todos y reivindico el derecho a la esperanza, en especial para aquellas zonas más abandonadas y deprimidas de nuestro territorio, como es el caso del Pirineo. No solo hay que evitar que los jóvenes pirenaicos se vean obligados a marchar para desarrollar sus aspiraciones profesionales y ganarse dignamente la vida, como pasa ahora.

Hay que atraer a gente nueva, procedente de las grandes ciudades o de la migración, que valore las grandes ventajas que significa instalarse en el Pirineo. Y esto solo será posible si las administraciones –Generalitat, Gobierno central y diputaciones- son responsables y canalizan las grandes inversiones en infraestructuras y servicios que faltan.

En este sentido, comparto la diagnosis de la síndica de Arán, Maria Vergés, que ha dado un puñetazo sobre la mesa para reivindicar, con voz fuerte, la importancia capital e histórica que tienen para el Pirineo los Juegos Olímpicos de invierno del 2030. Sería imperdonable que el gobierno de Pere Aragonès, por absurdas cuestiones de protagonismo identitario, dejara escapar esta oportunidad.  

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