No, no mires (ni arriba, ni al lado)

Susana Alonso

Más allá de las posibilidades imaginativas y oníricas del cine, siempre me ha interesado la capacidad de barómetro social que poseen las obras cinematográficas.

Uno se adentra (prefiero la pantalla grande) en ese mundo que nos rodea a través de imágenes y sonidos, conducidos por la fascinación de la narración y atrapados por aquellas fantasmagorías que encarnan los actores, pero que las vivimos a veces con más emotividad que la realidad misma. Y ésta es la fortaleza y la debilidad de toda buena película.

Cuando se encienden las luces, y nos damos cuenta de la solidaridad emocional y estética (en el sentido más kantiano del término) que hemos compartido con los demás espectadores, empezamos un tácito reconocimiento de cuáles pueden ser los valores sociales y colectivos de aquello que hemos visto. Y sí, a cierta distancia, nos damos cuenta de las implicaciones críticas, proféticas o moralizantes de lo visto: se despierta el imaginario colectivo.

Este imaginario, muchas veces, nos muestra la cara oscura (otras no: la cara esperanzadora y bondadosa). No mires arriba (Don’t Look Up, A. McKay, 2021) es un filme de un humor sardónico (paréntesis: «risa afectada y que no nace de alegría interior»-RAE- y tiene su origen en una antigua costumbre de Cerdeña de acompañar riendo, una vez al año, a los viejos del pueblo para despeñarlos).

Como bien apunta Javier Rueda: «En este caso el espectador ríe porque ya ha llorado con la realidad.» (rev. Caimán nº 162) ¿De qué reímos?, no haré spoiler si explico que la trama narrativa se desencadena al descubrir (los personajes protagonistas) un meteorito que en seis meses, y catorce días, impactará la Tierra provocando una devastación superior a la de la colisión que terminó con los dinosaurios y generó el cráter del actual Golfo de México.

Ante esta evidencia científica, las maniobras políticas escondiéndola para no ser afectados electoralmente (o después hacer lo contrario por un nuevo cálculo electoral), la utilización mediática (en combinación con las redes) para atraer audiencia frivolizando las consecuencias, aumentan el tono de comedia sardónico, sarcástico y… el efecto espejo. Sí: el género cinematográfico de anticipación (sin llegar a ciencia ficción) siempre ha sido muy útil para exacerbar ese efecto espejo.

Resulta obvio: este metafórico meteorito es la pandemia, la crisis climática, la crisis social provocada por ese 1% rico que en la película queda caricaturizado (dolorosamente: tienen a su disposición un cohete que les lleva a un lejano planeta de vida idílica).

Comportamiento frente a la evidencia: la máquina capitalista no puede detenerse con sus mecanismos democráticamente manipulados y unos medios de comunicación mayoritariamente sincronizados. Interesante ver cómo de aquel clásico cuarto poder (Ciudadano Kane) que podíamos visualizar y enfrentarnos a él, hemos pasado a una simbiosis perversa de medios y redes sociales, donde los intereses de los lobbies económicos se amalgaman con la tiranía de los algoritmos. Ya no hay debate, razones, contrapeso. Tan sólo los maremotos (las oleadas) de impactos emocionales refrendados por «putas mentiras» (traducción libre de fake news) y buscando siempre la bipolarización social: todos sabemos que las dualidades Barça-Madrid son muy rentables, y entierran la capacidad de autocrítica y de empatía.

Nadie quiere mirar arriba: ¿Puigdemont, Junqueras y otros querían mirar arriba? Ellos sabían el meteorito que se nos caía encima, pero animando a la gente a corear «independencia» y llenando el cielo de esteladas, era imposible mirar hacia arriba.

¿Alguien quiere mirar arriba, con un clima absolutamente lanzado a llevarnos a la catástrofe? ¿A un 2050 con una temperatura incrementada en más de 3 grados? ¿En un planeta lleno de migraciones climáticas difícilmente gestionables (como ya se ve en el Mediterráneo, y en el Canal de la Mancha, y en el Pacífico)?

Pero los dirigentes no actúan, ¿y los votantes? Una democracia emotiva redirigida constantemente por los algoritmos creando núcleos cerrados. Y aquí hay que criticar a los medios de comunicación «clásicos» que actúan muy pendientes de los retuits y de los «likes«, de la búsqueda a través de la red y poco «zapato».

Kafka recomendaba que entre el yo y la realidad, siempre escogiéramos la realidad. Y eso lo saben los mandarines de los logaritmos: con un yo emocional abocado a una realidad creada… Metaverso, le dicen ahora.

No miramos arriba: no hace falta, llevamos ya injertadas las gafas de realidad virtual.

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