«Es necesario un nuevo pacto social entre hombres y mujeres»

Entrevista a Juana Gallego

Juana Gallego | Foto: Àngel Guerrero

Profesora de periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado varios libros sobre género y comunicación. Entre ellos De reinas a ciudadanas (Aresta sC Editorial). El último, un relato de ficción, lleva por título Muere una mujer (Editorial Luces de Gálibo). Ha militado en el movimiento feminista, y ahora forma parte de un grupo de mujeres que trabaja en la creación de un partido político: “Feministas al Congreso”.


¿Dónde habría que buscar las respuestas a la violencia de los hombres sobre las mujeres?

Violencia estructural, histórica, de fondo…, no coyuntural, que enraíza en que la sociedad está organizada según la idea de que los hombres tienen la potestad para acceder al cuerpo de las mujeres, en todos los aspectos de la vida, empezando por el sexo. La educación está estructurada en dos sexos, y uno de ellos, el de los hombres, por cuestiones históricas siempre han dominado. Esto se ha transmitido a lo largo de las generaciones, y durante mucho tiempo ha sido normal que los hombres hayan utilizado la violencia como mecanismo de control. Porque a las mujeres hay que controlarlas para que sigan ejerciendo un papel subordinado.

¿Podría haber en el fondo de esta violencia algo primario, fisiológico, o se trata más bien de una construcción social?

No puedo saber dónde está el origen que, seguramente habrá sido muy estudiado. Es muy posible que el macho accediera con alguna violencia al cuerpo de la hembra, como en otras especies, para ejercer la reproducción. Pero los seres humanos no somos solo animales. Más allá de eso, todo lo demás es cultura. Y, desde luego, que a estas alturas se mantengan esas cuestiones como justificación de “ese impulso irrefrenable del hombre”, no es de recibo.

La violencia machista, además de insoportable, nos retrotrae a tiempos obscuros y, en consecuencia, parece estar llamada a extinguirse más pronto que tarde…

La reproducción humana ya no es lo que fundamenta la organización social. Es solo una posibilidad más. Antes, todo pasaba por un macho y una hembra. Ahora se ha disociado la sexualidad, hasta el punto de que parir no te hace madre, como tampoco te convierte en padre dar esperma para que una mujer sea fecundada. Para mí, estamos llegando a una distopía absoluta, con repercusiones económicas evidentes. Esta por ver si en ese contexto la violencia de género desaparecerá o no. En cualquier caso, el fenómeno está muy presente.

Subyace, claro, en la violencia machista y fenómenos conexos, una resistencia masculina a ceder poder a las mujeres…

Necesitamos un nuevo pacto social, para que las mujeres y los hombres nos relacionemos de igual a igual. Algo que todavía no ha ocurrido, y que significa que para un hombre una mujer sea solamente la otredad, y viceversa. Que para los hombres las mujeres sean sujetos respetables y lo mismo para las mujeres los hombres. Con los mismos derechos y deberes. Esto no está asimilado aún de manera suficiente por parte de los hombres. Están temerosos, me parece, de que las mujeres los ninguneemos. Pero las feministas, como yo, y otras muchas, no estamos en la idea de que los hombres no sirven para nada. Lo que queremos es que hombres y mujeres nos relacionemos en pie de igualdad, que las mujeres dejemos de ser objetos.

La dominación masculina sobre las mujeres es, sin duda, transversal ¿Pero son iguales sus efectos en las mujeres pobres que en las ricas?

La relación entre hombres y mujeres es una cuestión de poder, sin duda. Para ejercer ese poder sobre las mujeres, decíamos, uno de los mecanismos que ha utilizado el hombre es la violencia. Como se ha hecho contra otros hombres. Ahí está el esclavismo, la servidumbre, la guerra…, que se consideraba gloriosa, por cuestiones de honor. Como mujeres, todas hemos padecido dominación y violencia. Ahora bien, como las mujeres también formamos parte de las clases sociales, las mujeres pobres han sufrido más. Pero, en cada grupo humano, las mujeres estaban peor que los hombres. Entre los obreros, la peor le caía a la mujer, pero también entre los burgueses. Naturalmente, en la violencia de género, hay que introducir la variable de clase, y también de raza y otras. Yo fui consciente mucho antes de la desigualdad sexual que de la de clase. 

¿Estamos los occidentales, digamos, exentos del “supremacismo” de género?

La violencia sobre las mujeres ha sido un problema sin nombre, con lo cual no existía. Si no disponemos de espacios, palabras, conceptos, para situar los problemas no es posible planteárselos y menos atajarlos ¿Si en Francia, no es noticia que un hombre mate a una mujer, quiere decir que esto no ocurre? ¿Si no existe una estadística de los asesinatos de género, o no se hace pública, puede traducirse en que no existe el problema? Desde luego, la violencia de género no es solo cosa de bárbaros o incivilizados. Existe en todo Occidente, con tintes quizás más graves de lo que pueda parecer. En España, dentro de todo, la cuestión está conceptualizada y se está logrando una concienciación social que no existe en otros países. Cada vez más, la sociedad no tolera este estado de cosas. Pero, claro, también se producen reacciones en contra de esto, porque se interpreta como una manifestación de pérdida de poder ¿Por qué un hombre se considera con poder para acosar por la calle a una mujer que ni conoce, ni le ha hecho nada? Porque cree que puede hacerlo. Si tantísimas mujeres hemos experimentado violencia por la calle, en el domicilio, en los trabajos es porque también existen esos hombres que la han ejercido. Cuando se pregunta a las mujeres si han sido acosadas en por algún hombre y todas respondemos que sí, es porque el problema es grave.

¿En las estructuras sociales dominantes, como la familia, no anida también el huevo de la serpiente de la violencia machista?

Claro. En el espacio público las mujeres no tenían que estar, directamente. Aún hoy, se considera que las mujeres no tienen que estar por la noche en la calle. Los hombres siguen utilizando el espacio público como algo suyo, diferenciado de como lo hacen las mujeres. Valga el ejemplo escatológico: yo no he visto orinar a plena luz del día a una mujer en la calle y sí a bastantes hombres. En el espacio público sigue habiendo acoso a las mujeres porque no debían estar ahí. La otra cara de la moneda, el espacio privado, sigue siendo una relación de poder, donde se producen múltiples y variadas violencias. Se presenta como un santuario de amor y es precisamente lo contrario. Uno de los lugares más peligrosos para las mujeres. Con la agravante del sometimiento sexual. 

La violencia explícita, aunque pervive, está muy denostada. Sin embargo, otras formas de violencia, adheridas al lenguaje, siguen muy presentes…

La violencia física es más fácil de ver, de controlar, de atajarla con leyes ¿Pero cómo demuestras que en un espacio como el hogar, donde aparentemente todo va bien, existe violencia soterrada, incluso con los hijos? Violencia que en algunos casos también puede estar alentada o protagonizada por la mujer. Tradicionalmente, el hombre ha unido a su poder físico el psicológico, económico… Esta violencia es tan sutil que resulta difícil de detectar. Por eso es tan necesario un nuevo pacto social, en el que de alguna manera hombres y mujeres establezcamos nuevas reglas de juego. Esto no se arregla solo con leyes. Requiere una transformación de los comportamientos.

¿Pasa este cambio por una batalla cultural decidida, potente?

No hay batalla cultural. Los valores humanos son fundamentales y hay que vivirlos. Todo eso del aprendizaje, del esfuerzo, del conocimiento es decisivo. Lo cual pasa sobre todo por la educación. El pacto que venga tiene que venir desde la escuela. Algo nada fácil en la atmósfera de mixtificación y manipulación dominante. Hemos pasado de objetivar las cosas a intentar organizar la vida en función a la subjetividad, a lo que yo siento. De observar y tratar de descifrar la realidad externa a cada uno de nosotros, a crear realidades alternativas. A que cada uno se cree su propia realidad. Todo esto está siendo potenciado por grandes corporaciones, medios de comunicación, partidos…

¿Ocupa la religión algún espacio en la violencia de género?

Las religiones, todas, son misóginas, por supuesto. Pero también resultan perjudiciales para los hombres. Muchas de nuestras referencias, valores, conceptos, la forma de ver las cosas, proceden de la religión. Pero la izquierda, en su deriva cultural, ha ido abandonando la lucha ideológica, y ahora estamos huérfanos. En este contexto, el feminismo es el único pensamiento que se mantiene emancipador. Y no es de extrañar que haya un movimiento brutal para destruirlo.

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