Laporta recupera el formato más caudillista del mensaje de Año Nuevo

Manipulado, cutre y al estilo el club de la comedia envió un vídeo en el que ahora hace suyo el guión con la herencia de Bartomeu: la nueva generación de casa, los éxitos de las secciones y el Femení

El presidente del FC Barcelona, Joan Laporta

Gracias a un parecido razonable con aquellos discursos de Franco, que siempre hablaban de todo sin decir nada, y a la vis cómica de la puesta en escena del personaje, doméstica, antiestética y aburrida, impropia del rango de presidente del Barça y de la categoría del club, alegraron la entrada del nuevo año barcelonista obligatoriamente marcada por la actualidad del primer equipo de fútbol, en este caso ahogado en bajas por la covid. Como todos.

Laporta quiso despedir 2021 al “estilo castrista”, como a él le gusta, con esa mirada burlona y una risita que se le escapa poniéndoselo muy difícil a todo ese periodismo que se ha de creer el mensaje, el contexto y el contenido y además justificarlo, exactamente igual que hacía la prensa del régimen todos los años de la dictadura con el caudillista discursito de Navidad.

La anécdota hay que situarla en un contexto previo en el que Joan Laporta no quería que se le molestase para nada el día de Año Nuevo por la mañana, que fue laborable para el primer equipo, dejando grabado esos minutos de divertimento y dando instrucciones para que a los jugadores supervivientes (o sea negativos) de Xavi les fuera dirigida una arenga, doble, a cargo del vicepresidente primero y responsable deportivo, Rafael Yuste, y del director de fútbol internacional, Jordi Cruyff, hoy por hoy la máxima figura ejecutiva de la estructura técnica al mando del primer equipo.

Laporta no tenía la menor intención ni tampoco entraba en sus planes personarse en la Ciutat Esportiva de Sant Joan Despí después de la noche de las uvas y menos aún a unas horas del todo intempestivas. Por eso envió a los suplentes, Yuste y Cruyff, mientras él se reservaba para enviar al barcelonismo unas curiosas palabras de esperanza, confianza y optimismo de cara al 2022.

En esa nueva antología de la manipulación, Laporta centró su breve alocución en tres leitmotivs que, básicamente, constituyen la herencia de Josep Maria Bartomeu, esa herencia que aún sigue en pie, meritoriamente, pese a que la nueva junta ya se ha ocupado de quebrar algunas de las cosas que funcionaban extraordinariamente bien, como el fútbol base, y no precisamente con fichajes ni decisiones que hayan generado tranquilidad.

Aun así, Laporta lo dejó muy claro: “Tenemos un primer equipo de fútbol de jóvenes que ilusionan, formados en La Masía y otros que vendrán de fuera, tenemos unas secciones que continúan siendo de éxito y en el fútbol femenino queremos seguir ganando títulos”, dijo como núcleo central de su directorio de gestión para el 2022.

O sea que se trata ahora de poner en valor aquellas estructuras del club en las que el trabajo estaba notoriamente bien hecho, desde luego mucho antes de su llegada, con excelentes y probados resultados, pero que ahora asume y ambiciona presentar como propio y como un proyecto personal, en otro de esos alardes y escaramuzas mediáticas.

Una estrategia calcada a la empleada meses atrás, consistente en haber presentado las renovaciones de Pedri y Ansu Fati como si fueran jugadores fichados por él. La prensa suya, mayoritaria, así lo ha presentado, contribuyendo a la farsa.

De su histriónica y perversa mentalidad, también de su extraordinaria cara dura, no podía esperarse mucho más, pues el candidato ganador de las elecciones ni tenía programa, ni ideas, ni buenos ejecutivos ni nada de lo que el Barça necesitaba.

Quien llegó al cargo con embustes, dando por hecho que traía a Messi renovado y acabó echando también a Griezmann, no puede hacer otra cosa que inventarse otro cuento, otro Barça y quedarse con lo mucho y extraordinario de la herencia de Bartomeu, como esa nueva generación de lo que hoy constituye su armada, eso sí al mismo tiempo que exagera, manipula y le da una capa de pus y repugnancia a los males endémicos de un primer equipo ante el cual él también ha tirado la toalla.

Diez meses después de su llegada al cargo es evidente que el desmantelamiento del primer equipo, que se aguanta con los chavales de la casa, con Messi engañado, Koeman maltratado y mal gestionado, Xavi fichado tarde y mal y el equipo fuera de los octavos de final de la Champions por su negligente gobernanza son responsabilidad exclusiva del nuevo presidente y no una consecuencia directa de la gestión de Bartomeu. No hay olvidar que Bartomeu ya no toma ninguna decisión desde hace un año y un mes.

La parte más divertida, en la que perfectamente podrían acoplarse de fondo unas risas de esas enlatadas, tipo Club de la Comedia, es en la que hace referencia a que “ahora empieza una nueva etapa” con “jóvenes que ilusionan”.

Laporta ha puesto ya demasiadas veces el taxímetro a cero, primero cuando llegó, después cuando el equipo ganó la Copa, luego cuando perdió la Liga, más tarde cuando conservó a Koeman, al poco cuando echó a Messi y lo remató con la patada a Griezmann, y por dos veces en las falsas ratificaciones a Koeman. Por supuesto que también cuando finalmente lo despidió y la definitiva, o al menos lo parecía, coincidiendo con la llegada de Xavi, el entrenador con el que tanto dio la lata Víctor Font.

Luego, con el de Terrassa en el banquillo también ha habido entre dos y tres resets parciales, uno mediático con los tambores de guerra de Dani Alves, otro decepcionante por la eliminación más prematura de la Champions en veinte años y ahora en torno a esa nebulosa Ferran Torres, futbolista firmado, pero no inscribible sin que tampoco se sepa qué tontería tiene planeada Laporta, al que han dejado en fuera de juego tras el regate que le ha hecho Dembélé.

Laporta le hizo un caño a Leo y Ousmane se lo ha devuelto ahora dejando al presidente sentado, sin Dembéle y puede que sin Torres si no se saca un conejo del sombrero.

No hay que perderse ese vídeo en el que, sobre todo y ampulosamente, anuncia, ahora sí, “la no prolongación de la degradación del pasado”.
Tiene razón en eso porque ya ha empezado la degradación del presente aunque por ahora los grandes fuegos de artificio no dejan ver la realidad de un club con un presidente como Joan Laporta, que no da un paso sin que Florentino Pérez le dé permiso y que ha enterrado al Barça en unas pérdidas voluntarias que ya son imposibles de remontar mientras el Real Madrid se prepara para reforzarse con Mbappé o Haaland, o los dos.

Que los socios sigan dándole pábulo y creyendo sus promesas y cambios de decorados es lógico porque quien amplifica sus apariciones es esa prensa desgarradoramente protectora con cualquiera que sea el sentido, intención o fantasía o de sus intervenciones. Si Laporta dice que Dembélé es un crack, pues se ratifica su barcelonismo y compromiso y si ahora dice que el francés es un “traidor” pues se lo crucifica y se lo condena mediáticamente. Y así hasta que los socios empiecen a sospechar que hay más gato que liebre en todo este asunto. Por el momento, cualquier cosa que Laporta diga o haga se considera dogma y palabra santa.

La prueba del vídeo de final de año supone un desafío para cualquier socio. Hay que verlo, escucharlo y realizar, si es preciso, un nuevo ejercicio de reafirmación en el credo laportista. La religión barcelonista-laportista es lo que tiene, que son necesarios continuos actos de fe para seguir profesándola.

 

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