Catalunya, un “volcán” a 1,8º de temperatura

Recientemente he asistido a una actividad organizada conjuntamente por un ayuntamiento gerundense y la asociación de voluntarios de protección civil, sobre cómo actuar en caso de catástrofe. La persona invitada como ponente principal era Narcís Bardalet, un referente de prestigio, único en el mundo de la medicina forense, aunque su sabiduría y talante autodidacta rebasa la disciplina académica. Seguramente por eso se le invitó. De muy buena factura, el acto y Narcís Bardalet estuvieron bordados. Ahora bien, es sorprendente en relación a los organizadores -que mérito tienen de haber tenido esta iniciativa- que se hayan focalizado de común acuerdo con protección civil, en cómo actuar ante una catástrofe y no de cómo actuar para prevenir una catástrofe. Obviamente el matiz y el enfoque es diferente y hubiesen tenido que invitar a otros expertos, seguro fáciles de encontrar.
En teoría o en principio, pues, parecería que ayuntamientos, políticos y científicos huyen como de la peste en relación a las políticas y dispositivos de adaptación y resiliencia al cambio climático: prospectiva y prevención de riesgos, planificación y anticipación de impactos por desastres climáticos (el 95% ya de los desastres naturales), gestión de la vulnerabilidad, y más en áreas o zonas inundables o de sequía extrema, vaciado de acuíferos, etc. Y su expresión: planes de emergencia, planes de evacuación, refugios climáticos (por oleadas de calor/frío o por inundaciones catastróficas, -y no estamos haciendo “teoría”, el ayuntamiento de Barcelona tiene habilitados ya más de 150-), sensores en los cauces de ríos y rieras, sirenas de alerta, diques de contención, dunas artificiales, depósitos para almacenar aguas pluviales sobrantes para cuando no llueve, etc. Y en fin, sin entrar, pues esto ya serían palabras mayores, mucho mayores, en la deconstrucción, expropiación y/o derribo, con indemnizaciones, y traslado de áreas y edificios o servicios en riesgo, a zonas no inundables o seguras.
Todo se deja siempre para mañana (o el próximo año) pues este año “no tenemos” presupuesto. Pero “no tenemos” presupuesto, porque el grueso se va (entre otras partidas necesarias), a gastos o inversiones en políticas de mitigación del cambio climático, especialmente la tan repetida y codiciada transición energética. Que no menospreciamos -quien nos siga puede comprobarlo-. Ahora bien, una cosa es apostar por la transición energética y la otra poner todos los huevos en la misma cesta.
Más preocupante es que algunos ayuntamientos, enloquecidos y compitiendo entre ellos, lo concentren o acentúen, presentando proyectos de transición energética a los fondos de reconstrucción europeos Next Generation. ¡Auténticas millonadas! Algunos, incluso, de forma diferida, lo encargan a foros empresariales para que no se diga que son ellos los promotores. Si sale bien la operación, se pondrán la medalla y si sale mal o no sale, aquí no ha pasado nada (y sí ha pasado, pues han tenido que pagar a empresas consultoras para realizar el proyecto). Sea como fuere, la prevención de riesgos, queda aplazada hasta el próximo año “que tendremos presupuesto”.
Es decir, que mientras el cómo actuar para prevenir una catástrofe va quedando como algo que haremos “cuando podamos” (o puede ser ya se ocupará protección civil, bomberos, Cruz Roja, los médicos forenses y/o las compañías de seguros), algunos van a bofetadas, para ver quién saca mayor rendimiento político (y electoral) con la transición energética. Pero la tarta de los fondos europeos no llegará a todo el mundo (y esto es vox populi) y después vendrá la frustración.
Se acusa a la economía verde y al capitalismo verde de no sé cuántas cosas, pero a nivel público se está haciendo lo mismo. ¡Pero atención! ¡Son entes públicos!; los otros son privados. Y los organismos públicos se deben al conjunto de la ciudadanía y, por tanto, a la protección de sus vidas, vivienda, negocios, trabajos y patrimonio.
Atención pues, en cómo se distribuye o dosifica lo importante (la mitigación), de lo urgente (la adaptación). ¡No puede ser que la mitigación (la transición energética) se lleve el 90% de gasto o inversiones y la adaptación (la prevención de riesgos), el 10%! No repetimos el error que ya se hizo con el AVE, cuando el 90% del presupuesto de Fomento durante varios años se lo llevaba la alta velocidad y el 10% restante Cercanías. Ahora lloramos por el ferrocarril como medio más sostenible. ¡Claro!
Estamos entrando, o mejor dicho, hemos entrado ya, en la aceleración de la crisis climática, con una declaración de emergencia climática, desde hace dos años (no energética todavía, como darían a entender algunos gurús y científicos, creando alarma) y aquellos ayuntamientos e instituciones, que no hagan los deberes, asumirán una grave responsabilidad donde la población seguro les pasará factura y no sólo en las urnas, también en los tribunales, por inacción climática. Lo que venimos en llamar “justicia climática”.
Responsabilidad que empezaría por la propia Generalitat, con el programa RISKCAT de 2008 en la mano. No deja de ser sorprendente que quien dirigió ese programa, nombrado como “Geólogo del año” en 2015, uno de los mejores expertos que tiene Cataluña en prospectiva de riesgos, esté hoy coordinando el observatorio de geofísica del Colegio de geólogos de Cataluña, especialmente orientado al trabajo sobre riesgos naturales. Muy bien por el Colegio de geólogos, muy mal por el Govern de la Generalitat.
En fin, la voluntad política no puede estar condicionada por los cálculos electorales, más cuando la velocidad del cambio climático y los puntos de inflexión que se acumulan no responden ni encajan ya con los “cuatro años de legislatura”. Pues antes de que acabe la legislatura, en más de un lugar de nuestra geografía habrá un desastre (o más de uno) si en Cataluña, con ya hoy un 1,8º de temperatura por encima de los objetivos para 2050, de 1,5º, seguimos jugando a ser Dios con el clima. ¡Está claro estamos alimentando un volcán!! Atención Govern de la Generalitat, no todo son fuegos artificiales alternativos con los JJOO del Pirineo, el Hard Rock de Salou o la ampliación del aeropuerto de El Prat, simulando que somos “progres”. Catalunya se merece, nos merecemos, ser modelo de emergencia climática, no de zonas catastróficas.

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