La casualidad

No sé si a vosotros os pasa mucho que de repente os metéis en un “sarao” que no teníais previsto y sin daros cuenta acabáis en una misa de reconocimiento y conmemoración al alma del dictador Francisco Franco.

Admito que me han pasado cosas extrañas en la vida pero esa… esa, francamente, no.

Pero vamos, pongamos qué es plausible, que está al orden del día, que las misas son el domingo pero a ti te viene mejor el sábado, y para allá que te vas, aunque casualmente sea 20 de noviembre, pero tienes muchas cosas en la cabeza, que eres diputado y jefe de la oposición y tampoco puedes estar en todos los detalles, chico. Y el detalle de que sea el aniversario de la muerte de Franco, pues se te pasa. Casualidad. Y total, que ahí te ves, metido en la misa de dominsábado, en 20 de noviembre con un montón de gente que por casualidad, supones, se empieza a venir arriba como si fuese un día especial y, por casualidad, resulta que habían llevado banderas de esas en las que sale un águila. Y ahí que se ponen a sacarlas y vitorear y levantar la mano, que, vaya casualidad, es la derecha todo el rato.

Claro que ahí, en ese momento, puedes levantarte e irte. Pero no estás tú para hacerle un feo a esa gente que ha decidido juntarse ahí, en Granada, en una de las once misas que se han organizado en todo el país. Que ya es mala suerte compañero, once misas en toda esa amplia piel de toro- que sabemos que te gusta llamarle al estado así – y vas tú y justo te metes en una. Pero qué casualidad. Que al fin y al cabo, eres Pablo Casado y te dieron un master por casualidad, tampoco esto te parece tan raro, oye.

No sería esto un problema, ya que como se dice en mi casa, en la vida tiene que haber “gente pa to”. Y con reconocer que eres un fascista y echas de menos lo de la dictadura cuando la gente no hacía todo el rato lo que le daba la gana y había un orden y un decoro, pues ya estaría. Pero entonces empiezan a salir las noticias y los titulares insisten en la casuística de la casualidad explicándonos que “Casado asiste por error a una misa Franquista”, así titulan. “No sabía que era por Franco”, así citan. Carajo, pobre tipo. Si es que a veces nos gusta ir a sangrar. Si ya lo sabemos, que un error lo comete cualquiera. Yo una vez me metí en el lavabo de chicos pensando que era el de chicas, pero al ver la taza diferente, esa que cuelga de la pared en lugar de estar collada al suelo pues me di media vuelta y ya está, no me sentí acorralada y sin salida ni tampoco me puse a hacer extraños malabarismos para adaptarme al lugar. El lavabo viene a ser un buen símil. No sé si se puede entrar por error a una misa donde se llore y eche de menos al Generalísimo,  pero desde luego mucho antes de que a la gente le de tiempo a hacerte una foto participando rodeado de banderitas, puedes ver que no es el urinario correcto y darte media vuelta.

A estas alturas de la película y con la desvergüenza con la que hoy se echan de menos algunas cosas que pudimos superar al acabar el régimen, por ejemplo el odio al diferente, no creo que tengamos que escondernos para llamar al fascismo, fascismo. Y no casualidad.

No es casualidad tampoco que nuestro sistema se mueva de forma pendular allá donde va la opinión pública, y sea capaz de rasgarse las vestiduras ante cualquier nimiedad pero luego no tenga reparos en disculpar la asistencia del jefe de la oposición de un estado democrático a un acto de exaltación del fascismo.

El fascismo, ese oscuro lugar dónde un montoncito de personas se creen superiores a otras por cuestiones tan aleatorias como el lugar de nacimiento, la raza, el sexo o la capacidad económica. Un montón de cosas que al fin y al cabo no son sino fruto de la casualidad y no deberían determinar ni quién eres ni quién creen los demás que eres. Y mucho menos los derechos que tienes. Asumiendo esto, asumes la responsabilidad de ser igual al diferente y se te quitan algunas tonterías de la cabeza, con lo que empiezas a buscar cosas de esas de izquierda como el bien común, la igualdad de oportunidades o la justicia social. Porque lo contrario, casualmente, provoca el mundo de los unos por encima de los otros y la injusticia.

Pero, oye, tampoco no nos volvamos muy locos con ser responsables de nuestros actos y decisiones que… al fin y al cabo… todo es culpa de la casualidad.

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