La función hace el órgano

Viaje a Madrid para mantener varias reuniones de trabajo relacionadas con el diario ibérico EL TRAPEZIO, que editamos desde hace dos años. El AVE, a tope, como siempre. Este tren se ha convertido en la calle Mayor donde se fusionan, de ida y de vuelta, las dos grandes metrópolis del Estado.

Más allá de las grandes trifulcas dialécticas y de la crispación política que intoxica el ambiente mediático, hay una realidad pacífica y fehaciente: el trasiego incesante de personas -con sus proyectos y sus ilusiones- que van de Barcelona a Madrid y de Madrid en Barcelona en un santiamén y que usan este tren como quien coge la línea 5 del metro para ir de Cornellà a la Sagrada Familia o la línea 10 para ir de Chamartín a Lago.

El AVE ha ayudado a desdramatizar y a socializar la históricamente complicada coexistencia entre Madrid y Barcelona. Jean-Baptiste Lamarck ya enunció en el siglo XIX que la “función hace el órgano” (tesis popularizada posteriormente por Charles Darwin) y, situados en el siglo XXI, podemos decir que la alta velocidad ferroviaria está reconfigurando la dimensión peninsular y modelando una nueva generación que vive y piensa Iberia de una manera diferente. En especial -y esperando que llegue algún día la conexión por AVE entre Madrid y Lisboa (¡todo llega!)- en lo referente a la relación Barcelona & Madrid.

El pasado sábado hizo 46 años (¡46 años!) de la muerte del dictador Francisco Franco. Parece mentira, pero escuchando algunas voces políticas, de Madrid y de Cataluña, se diría que el general golpista y genocida todavía habita en el palacio del Pardo, desde donde impone su sanguinario “ordeno y mando” a los españoles. De esta alucinación son partícipes nuestros independentistas más obnubilados y los sectores más hiperventilados de Vox y del PP. Los extremos, una vez  más, convergen y se encuentran.

La península avanza hacia una organización confederal. La pertenencia a la Unión Europea y el AVE están diseñando nuestro futuro individual y colectivo. El nuevo tratado de Amistad y Cooperación entre España y Portugal, firmado el pasado 28 de octubre en Trujillo, ya consagra la unidad “de facto” entre ambos países, eso sí, con total respeto a su soberanía y a sus instituciones.

La idea del presidente Pedro Sánchez de ubicar las sedes de los nuevos organismos del Estado en ciudades españolas que no sean forzosamente Madrid va en la buena dirección. Internet y el alta velocidad ferroviaria crean nuevos modelos de comunicación y de interrelación que rompen los esquemas geográficos que hemos heredado.

La pandemia también nos ha hecho descubrir las ventajas de vivir fuera de las dos grandes metrópolis. Esto entronca con la tragedia silenciosa de la “España vaciada” que, en el caso de Cataluña, es especialmente cruel en la zona del Pirineo. Estos lugares ofrecen una calidad de vida excepcional, pero necesitan infraestructuras y servicios para atraer a gente dispuesta a habitarlos nuevamente.

Las palabras se las lleva el viento y la política se tiene que demostrar con hechos concretos y tangibles. Como los 20 millones de euros que ha comprometido, a corto plazo, el ministro de Cultura, Miquel Iceta, para reforzar el tejido cultural y científico de Barcelona. Si fuéramos capaces de enterrar la disputa testicular Barcelona vs. Madrid y, gracias al AVE, la transformáramos en un eje de colaboración y de cooperación fructífera, entonces todos seríamos más poderosos y más ricos.

Si consideramos el AVE como un “metro” interurbano que conecta Barcelona con Madrid, y viceversa, todo se hace más evidente. La lengua no es ningún problema para entendernos y las posibilidades que se nos abren de trabajar codo con codo son infinitas, en todos los ámbitos: empresarial, pero también cultural, universitario, científico, mediático, ocio…

Tenemos que deshacernos del síndrome futbolístico a la hora de enfocar la dialéctica entre Barcelona y Madrid. Está muy bien que haya rivalidad y pasión en los partidos que enfrentan a azulgranas y merengues –como la hay entre los del Athletic de Bilbao y la Real Sociedad o entre los del Betis y el Sevilla-, pero el fútbol es un entretenimiento que no se puede extrapolar al estadio de las relaciones políticas y económicas ni podemos permitir que enturbie ni envenene nuestra convivencia.

La actual fase de civilización se caracteriza por la gran movilidad de las personas y de las empresas. El sentimiento de arraigo identitario es cada vez más frágil porque el trabajo o el amor nos pueden hacer cambiar, fácilmente, de ciudad o de país en cualquier momento. Además, tenemos a nuestra disposición las infraestructuras y los medios que nos posibilitan hacerlo. La migración ya no es para siempre, es circunstancial.

El paisaje social de Madrid y de Barcelona ha cambiado muchísimo en los últimos años, fruto de la permanente llegada y salida de habitantes. El “patriotismo” se desvanece a medida que la movilidad y la mezcla se intensifican, como pasa ahora. La gente, por encima de todo, busca trabajo, confort y oportunidades y va allá donde cree que lo puede encontrar.

Dejando de banda los clichés y las inercias que hemos recibido de décadas y de experiencias pasadas, Madrid y Barcelona son dos ciudades vivas y activas, con una gran capacidad de atracción internacional. Nuestra obligación es mirar hacia adelante y, en la dimensión ibérica y europea, es evidente que son dos potentes polos que pueden y tienen que superar la desconfianza y la rivalidad estática por más compenetración y complementariedad.

Ya sé que es imposible que Isabel Díaz Ayuso se entienda con Pere Aragonès. Pero la política, ya se sabe, siempre va a remolque de las nuevas realidades económicas y sociales que van surgiendo sin parar. La función hace el órgano.

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