Catalán, español y portugués: una misma lengua

La función y la razón de ser de las lenguas es la comunicación entre las personas. La expansión del Imperio romano comportó -¡hace más de 2.000 años!- que el latín se impusiera como el idioma común de los pueblos conquistados por la pujanza de sus legiones, desde el mar Negro hasta la fachada continental atlántica.

Las derivaciones locales del latín y la obsesión uniformizadora de los nacionalismos identitarios, hegemónicos a partir del siglo XIX, fijaron numerosas lenguas “independientes” a partir de este tronco común: el rumano, el francés, el italiano, el español y el portugués (idiomas estatales) o el catalán, el gallego, el bable, el occitano, el corso… (idiomas subestatales). Las similitudes entre todas ellas son evidentes y resultan fácilmente comprensibles con un pequeño esfuerzo, en especial, en el ámbito de la lectura.

Que en pleno siglo XXI, en la civilización de Internet, haya una “guerra” de canibalismo territorial entre las lenguas de raíz latina es, conceptualmente, un absurdo. Como lo es que, después del Brexit, el inglés continúe siendo una lengua oficial y de referencia en la Unión Europea. Es delirante, por ejemplo, que, en la actualidad, un italiano y un portugués o un rumano y un español recurran al inglés para entenderse.

Las lenguas son organismos vivos, en permanente evolución e interacción y que se mueven por la necesidad humana de comunicarse fácilmente con el mayor número posible de personas. Del mismo modo que, en el horizonte, habrá una moneda mundial única para facilitar los intercambios comerciales, la humanidad también acabará adoptando un idioma común que supere las más de 7.000 lenguas que existen actualmente y una grafía común que allane la actual división entre la escritura grecolatina, el árabe y los ideogramas orientales (chino, japonés…).

No se trata de exterminar ni de supeditar una lengua a otra. Todas tienen el mismo valor patrimonial y merecen el mismo respeto. Hay que llegar -¡todo llega!- a un consenso internacional para adoptar un idioma y unos signos que hermanen a la humanidad.

El diario EL TRAPEZIO (eltrapezio.eu), del grupo EL TRIANGLE, promueve activamente, desde su fundación, ahora hace dos años, la intercomprensión entre las lenguas ibéricas del tronco latino, con informaciones y artículos en portugués, español y catalán. También acabamos de editar el libro Iberia, tierra de fraternidad, con textos en los tres idiomas. Os invito a leerlo para constatar que, poniendo un poco de atención, es increíblemente fácil pasar de una lengua a otra y que, con esta premisa, en el Mundo hay más de 800 millones de personas que hablan español o portugués con las cuales nos podemos comunicar a partir del catalán.

Saber idiomas no es ningún estorbo. Al contrario, enriquece a las personas y las hace más cultas y preparadas. Esto lo sabemos muy bien los catalanes, que desde hace siglos también dominamos el español y esta habilidad nos abre un amplísimo abanico de relaciones internacionales y el acceso a una riquísima literatura. Es a partir de esta constatación que, con cordialidad y buenas maneras, tenemos que intentar convencer a los no-catalanohablantes que si hacen un pequeño esfuerzo por entender y leer en nuestra lengua tendrán la clave para acceder a nuestro maravilloso universo cultural.

Con la imposición forzosa y desagradable del catalán solo conseguiremos el efecto bumerán. La intercomprensión y el descubrimiento y valorización de las raíces comunes que unen a las lenguas ibéricas es el camino para normalizar, en serio, el catalán y hacerla una lengua interesante para los españoles y para los portugueses que no la conocen.

Pretender trasponer el modelo “duro” de Bélgica a la realidad ibérica es un disparate. Allá se ha creado una frontera “de facto” entre los parlantes del francés y del flamenco, que son dos idiomas totalmente diferentes y sin ningún punto de conexión. En cambio, en la península Ibérica –con la excepción del euskera- todas las lenguas que se hablan, desde el catalán de Port-bou hasta el portugués de Sagres, desde el andaluz de Las Negras hasta el gallego de Cedeira, están hermanadas por una suave y dulce transición y modulación que las hacen perfectamente interpretables y comprensibles.

Es este el tesoro que tenemos que preservar y que el autoritarismo inherente a la ideología nacionalista ha intentado e intenta matar. Cuando viajo por Cataluña, a mí me gusta escuchar todos los acentos y variedades del catalán (el de la zona del Ebro, el de los Pirineos, el de las comarcas gerundenses, el de la comarca de Vic…).

La estandarización de la lengua catalana –impuesta y amplificada desde los potentes medios de comunicación de la Generalitat y por el sistema escolar vigente- es un “enemigo interior” que también hay que combatir. ¿De qué nos sirve la consigna imperativa de “salvemos el catalán” si, mientras tanto, por ejemplo, dejamos morir de inanición la variedad ancestral del “xipella” que se habla(ba) en la Conca de Barberà?

En la península Ibérica podemos hablar, sin miedo, como queramos, porque seguro que, con buena voluntad, nos entenderemos. Otra cosa es la pervivencia del catalán en el marco de la Unión Europea. La solución es muy sencilla: solo hace falta que Andorra, que tiene el catalán como lengua oficial, pida su adhesión a las instituciones comunitarias. Esto, que sería positivo para los andorranos –aunque, de momento, las élites del país pirenaico se opongan enconadamente- garantizaría que el idioma catalán, además de ser cooficial en dos comunidades del Estado español, se convirtiera, automáticamente, en lengua vehicular de trabajo en Bruselas.

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