Residuos de una pandemia

Gobernantes, directivos y mandamases varios:

Da la impresión de que esta convulsión social que todos hemos padecido con la pandemia del COVID no les ha servido a ustedes para corregir tantas cosas que podrían haber sido corregidas, sino para intentar poner en orden lo que nunca podrá ser ordenado: la libertad individual.

A los ciudadanos comunes nos sobrecoge que nuestras vidas cotidianas se vean afectadas (¿qué digo?: debería decir atacadas) cuando necesitamos acudir a una administración pública donde, ante una puerta cerrada y a través de unas rejas, sólo nos dan la posibilidad de hablar con una persona vestida de guardia de seguridad. Como en las peores pesadillas de Kafka, se nos veta el acceso a edificios públicos sin darnos la oportunidad de consultar asuntos tan importantes o incluso urgentes que pueden ser decisivos en nuestras vidas: trámites con la Seguridad Social, los impuestos, las discapacidades y dependencias, el desempleo, los derechos sociales con todos sus laberínticos procedimientos administrativos, no son despachados en primera instancia por funcionarios, sino por sujetos con uniforme, en muchos casos con aspecto amenazante, sin formación y casi siempre sin la mínima educación y respeto que siempre se ha exigido a los empleados públicos.

¿Es posible que en estos tiempos que algunos se empeñan en llamar era de la información los informadores sean gente con aspecto policial? ¿Ustedes creen que a estas alturas de la civilización a los ciudadanos les debe atender el uniforme de una empresa de seguridad a través de rejas y puertas cerradas?

Claro que, si el objetivo de todos ustedes es que la ciudadanía se encuentre desamparada ante la administración pública, no hay herramienta más eficaz que esta que ustedes están ejecutando en los organismos públicos, especialmente en aquellos donde el desamparo ya era un rasgo distintivo de sus usuarios habituales. Están impidiendo que una persona discapacitada sea acompañada de su familiar más cercano mientras pasa por un proceso de valoración sin considerar que, en muchos casos, este proceso es psicológicamente muy duro y, moralmente, devastador. Están impidiendo que desempleados sin recursos con graves problemas y escasas habilidades cognitivas sean asistidos en la oficina correspondiente por un familiar más competente o por algún abogado o economista que podría traducirles la maraña burocrática en la que han quedado atrapados por errores propios o ajenos. Todo ello porque ustedes, aprovechando los residuos pánicos de una pandemia (que hoy proclaman superada con su coreada y totalizadora nueva normalidad) han decidido blindar las oficinas, ponerles rejas y controladores uniformados con el objetivo, repito, de dejar sin defensa a la gente que más la necesita.

Me entristece mucho (¿qué digo?: ¡me indigna!) caminar por calles en las que encuentro grupos de personas con aspecto desolado, algunas disciplinadamente alineadas, otras buscando mal asiento en escalones o en poyos de escaparates. Cuando veo esto de lejos, mi primera reacción es natural: me pregunto “¿qué ocurre allí?”, hasta que, al acercarme me doy cuenta de que allí lo único que ocurre es que hay una oficina de empleo o de la seguridad social, o un centro de servicios sociales comunitarios y que lo que toda esa gente hace es esperar con paciencia a que el guardia de turno tras su reja centre su dispersa atención en ellos y atienda a sus requerimientos. Y entonces sufro una experiencia regresiva: “¿dónde he visto yo esto antes?”. Pues no, no lo vi antes, aunque no soy joven yo nunca vi esto antes. La imagen clavada en mi memoria no surge de mi realidad pretérita sino de la literatura. Kafka, mucho Kafka, mucho más que lo soñado por el agorero Kafka.

Cambiemos de panorama. Me desvío bruscamente a escenarios comerciales o de ocio…

¿Alguien me puede explicar por qué, sentado en la terraza de un bar, tengo que soportar la extraña visión de un puñado de fumadores puestos en pie junto a sus mesas? Es evidente que alguien (un camarero, otro cliente) o algo (esa tendencia humana a adaptarse y acatar sin reflexión nuevos modelos de conducta) les ordena levantarse para encender un cigarrillo, pero ¿es tan difícil comprender que el humo que expelen molesta más a los vecinos de mesa cuando se fuma de pie? Y lo que es peor ¿no es terrible ese aspecto de autoacusación que ofrecen los desdichados fumadores que, sin poder disfrutar del cigarrillo con su copa o café, señalan su presencia y su condición de fumadores de una forma tan humillante?  Por la tarde o por la noche, en el interior de esos mismos bares que imponen tan absurda norma a sus clientes fumadores puedes ver a decenas de clientes moviéndose sin mascarilla de la barra a la mesa y de la mesa al excusado. Aquí hay algo que se me escapa, ¿contra qué virus se está luchando? ¿Esta es la manera de atajar una pandemia: castigando de pie (al estilo de nuestras espeluznantes escuelas franquistas) a los fumadores en el exterior mientras se alterna sin protección en interiores?

Como remate surrealista viajemos al interior de un supermercado, Mercadona por ejemplo. Allí puede uno quedarse boquiabierto cuando contempla a una cajera, sin cola de espera, a solas con su cliente, corrigiéndole la posición y explicándole el protocolo reglamentario para descargar su carro sobre la cinta deslizante. No, no lo hace por el bien anatómico del cliente siguiendo recomendaciones de organismos sanitarios. El personal de caja lo hace porque “así se debe hacer por la pandemia, el carro mirando hacia acá, el cliente inclinándose hacia allá”. Por favor, ¿alguien nos puede explicar qué relación tiene la trayectoria de nuestro carrito de la compra con el contagio de un virus? ¿Alguien puede explicar a una persona enferma de fibromialgia, por ejemplo, por qué debe retorcerse en una dirección quizá inconveniente para su cuerpo dolorido? ¿Puede esta persona entender que el comercio donde hace sus compras ahora la obligue a adquirir una determinada orientación y una postura inadecuada? ¿Hasta aquí van a llegar? ¿También nos van a prescribir cómo movernos, sentarnos, caminar, hablar, comer, respirar?

Alguien nos quiere convertir en robots desamparados, en máquinas obedientes. No es nada nuevo. Tampoco es difícil. Sólo hay que apelar al miedo y la Humanidad se someterá a medidas, reglas y normas que ni siquiera estarán plasmadas en boletines oficiales, ni falta que hará.

Señoras y señores gobernantes, directivos y mandamases varios: por lo que observo ustedes no van a parar hasta traer a nuestras vidas los mundos de Kafka, y hasta los de Orwell. Pues que les aprovechen sus éxitos, pero cuenten con que tendrán que acabar exterminando a los rebeldes, siempre habrá gente que fume sentada, siempre habrá gente que se niegue a tratar con vigilantes de seguridad y gente que tuerza su cuerpo y su carro en la dirección que le venga en gana.

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1 comentario en «Residuos de una pandemia»

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