Marta Torrecillas: el icono de la derrota

No se trata de hurgar en la herida; ya han pasado cuatro años … Pero me pregunto muchas veces qué habrá sido de Marta Torrecillas, aquella joven que el 1 de octubre de 2017 aseguró que la Policía Nacional (la española, claro), le había roto los dedos uno a uno y le había tocado «las tetas» (sic). Confieso que, cuando recibí el mensaje vía WhatsApp, enloquecí y maldije a los cuerpos policiales. Yo, que veía ese tipo de consulta como un juego, como una botifarrada de cuatro sonados, me convertía, a partir de las palabras de Marta, en un auténtico soldado en favor del referéndum que, fuera ilegal o no, cobraba todo el sentido.

¡Ay! ¡Ay! Pero somos una sociedad hiperconectada e hipercomunicativa, y esto significa que rápidamente miles de personas salen a la búsqueda de verdades, de mentiras, de rastros de falsedades. Y eso es lo que ocurrió. Porque, ¿qué fue el 1 de octubre si no una gran farsa? Yo, de hecho, lo viví intensamente porque mi vivienda se encuentra frente a una escuela. La directora, a la que conozco perfectamente, había dejado las llaves a miembros diversos, ninguno del AMPA, todo gente de fuera pero del barrio. El viernes, al marchar el profesorado y el alumnado, no más de siete u ocho personas ya se quedaron allí, esperando a que unas cien personas aparecieran la madrugada de ese día para hacer de barrera en caso de que llegaran las fuerzas del orden. No pude ver la entrada de las urnas (está claro que se hizo con nocturnidad y alevosía) pero sí la llegada de los Mossos, recibidos con fuertes aplausos. Un cabecilla de la revuelta se acercó y supongo que le recitó el Sermón de la montaña. La pareja de Mossos se fue, imagino que advirtiéndoles de que no hicieran nada malo. Entonces, aquella masa de gente hizo un gesto con las manos al unísono. Se notaba que lo habían preparado. Una especie de saludo, como si les temblaran las manos a consecuencia de un calambre. No, más bien parecían espasmos. Lo que sí era claro es que se trataba de un símbolo como de agradecimiento, como de un amor absoluto hacia “su policía”.

Días antes había recibido por WhatsApp las consignas, que tenía que pasar «solo a personas de confianza». Entre ellas destacaban aquellas que pedían llevar kétchup, hacer fotos de las cargas de la Policía Nacional o de la Guardia Civil, pero nunca los Mossos y poner enfrente de las manifestaciones y de los colegios electorales a niños y a personas mayores. El resto, ya lo saben.

Marta Torrecillas fue una más de las grandes mentiras de la jornada. Ella, como tantos otros, quedó cegada por la emotividad de las consignas y cayó en la trampa de hacer ver lo que no era. Las consecuencias fueron desastrosas para una chica que, concejala de ERC en Gallifa y dueña de una tienda de productos de la tierra en el mismo pueblo, se vio obligada a marchar (¿o será mejor exiliarse?) a otro punto de Cataluña (que no desvelaré por respeto a su intimidad), al recibir miles de mensajes de rechazo a su actitud y de boicot a su negocio. De hecho, el prestigioso diario francés Le Monde, sacó al día siguiente un artículo donde mostraba y demostraba que muchas de las imágenes del día anterior eran falsas. No solo eso. En Sabadell, donde las fuerzas del orden actuaron con contundencia y donde las fotos sensacionalistas con supuestos chorros de sangre corrieron por las redes, paradójicamente, nadie fue atendido en el hospital. Y lo sé porque destacados periodistas de la ciudad se acercaron para conocer el número de heridos y su gravedad. Ahora entiendo lo del kétchup.

Susana Alonso

Y todo ello conforma un drama de características descomunales. Gente engañada porque creía que aquella fiesta convertiría Cataluña en un nuevo estado de Europa; otras incitando a la misma gente a hacer ver que la violencia contra «el pueblo de Cataluña» despertara a las autoridades europeas, aunque fuera con fotos falsas; otros esperando realmente que un número de muertes asumible fuera suficiente para la intervención de Europa. Cuatro años después hay que ser conscientes de lo que pasó. A pesar de que algunos y algunas continúan anclados en el «mandato del 1 de octubre», recordándonos fotografías que dan vergüenza (por su manipulación, claro), hay que alzar la voz y mostrar la realidad. Marta Torrecillas fue la cara visible de una fábula, de una invención, de un imaginario tan y tan escandalosamente falso que pasará a la historia de Cataluña. Mal que nos pese.

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