No hace falta ir a las Filipinas

El periodismo está de enhorabuena. Dos compañeros de profesión han sido galardonados con el Premio Nobel de la Paz de este año. Se trata de la periodista filipina Maria Ressa, fundadora del portal Rappler, y del ruso Dmitri Muratov, que en 1993 lanzó el diario Novaïa Gazeta.

El comité que los ha reconocido con este premio ha valorado “su lucha valiente por la libertad de expresión y sus esfuerzos para defender la libertad de opinión, condición indispensable para la democracia y la paz”. También ha manifestado que “son los representantes de todos los periodistas que defienden este ideal en un mundo donde la democracia y la libertad de prensa están confrontados a condiciones cada vez más desfavorables. Un periodismo libre, independiente y factual sirve de protección contra los abusos del poder, las mentiras y la propaganda de guerra”.

Este Premio Nobel es un reconocimiento al periodismo crítico y combativo, como el que representan estos dos colegas: Maria Ressa, denunciando los abusos y los excesos del presidente filipino Rodrigo Duterte, que ha implantado un régimen despótico y violento en estas islas del Pacífico; Dmitri Muratov, combatiendo la corrupción mafiosa y el autoritarismo que ha marcado la política rusa desde la desmembración de la antigua Unión Soviética.

El periodismo es uno de los trabajos más hermosos que existen, siempre que se pueda ejercer con la voluntad de defender los intereses generales de la sociedad y con libertad. Pero también es una profesión dura y sometida a todo tipo de presiones y bajo la amenaza permanente de la represión. Como los seis periodistas de la Novaïa Gazeta que han muerto asesinados en la historia de este diario o los terroríficos informes que publica cada año la organización Reporteros sin Fronteras, donde hace balance del estado de la libertad de información en el mundo.

Para hacer este trabajo, tan apasionante como difícil, hay que venir llorado de casa. No es cuestión de hacernos las víctimas. Desgraciadamente, los humanos permitimos -por dejadez, por impotencia o por miedo- que exista un orden social profundamente desigual e injusto. Los periodistas, por nuestra fiebre vocacional, debemos estar en la primera línea del compromiso colectivo para conseguir una civilización democrática, ecológica, feminista, pacífica y armoniosa.

En Cataluña, todos nos conocemos. Por eso denuncio que aquí la situación de la libertad de información es muy precaria. Las subvenciones y la publicidad institucional de la Generalitat, del Ayuntamiento de Barcelona, de la Diputación de Barcelona y de las grandes corporaciones públicas condicionan absolutamente la supervivencia y, por consiguiente, la orientación informativa y editorial de los medios de comunicación. La distribución de estos ingentes recursos públicos es absolutamente opaca y perversa y denota la obsesión de los políticos por controlar los medios de comunicación y orientar sus contenidos.

En lo referente a los medios de comunicación públicos, que tendrían que ser el baluarte de la independencia profesional al servicio del conjunto de la población de Cataluña, la situación es absolutamente aberrante. TV3 y Catalunya Ràdio son, desde su fundación, el “búnker” del sectarismo nacionalista y solo tienen una doble función: ser instrumentos de propaganda de esta ideología y, a la vez, ejercer la censura de las noticias y de las opiniones que les resultan contraproducentes.

El panorama mediático de Cataluña es desolador y la culpa de esta grave perturbación la tiene Jordi Pujol, el primer político que comprendió la importancia estratégica que tienen los medios de comunicación para manipular, teledirigir y conformar la opinión pública. Por eso, cuando decidió entrar en política se dotó, a continuación, de un aparato mediático potente (El Correo Catalán, Avui y Destino).

Una vez logró la presidencia de la Generalitat, en 1980, uno de sus primeros hitos fue la creación de Catalunya Ràdio y TV3, que puso inmediatamente a su servicio personal y al de sus objetivos políticos. Como El Correo Catalán y Destino ya no le servían, los mandó cerrar. Además de controlar con mano de hierro los medios de comunicación públicos, Jordi Pujol utilizó a continuación los recursos de la Generalitat para “untar” a los editores de prensa de Cataluña con publicidad, subvenciones, avales… A cambio, obviamente, de obedecer las directrices que llegaban del palacio de la plaza de Sant Jaume y de tapar los escándalos de corrupción que ya empezaban a aflorar.

Estos días, todos los periodistas catalanes hemos lamentado la muerte de Antonio Franco, fundador y director de El Periódico. Es una lástima que no haya dejado escritas unas memorias donde explicara todas las presiones y censuras que recibió de su editor, Antonio Asensio, para impedir que el diario publicara, durante años, noticias incómodas con los intereses de Jordi Pujol y Convergència.

Este ambiente tóxico ha hecho un daño terrible al periodismo catalán, que ha llegado a nuestros días y que ha herido gravemente a la profesión. Los políticos conocen perfectamente la debilidad económica de los medios de comunicación, y más después de la irreversible pujanza de la prensa digital, que ha llevado a la multiplicación de las cabeceras.

Las enseñanzas de Jordi Pujol son muy útiles y tienen plena actualidad. Los políticos que tienen a su alcance presupuestos públicos de consideración saben que pueden tener a los editores –y, en consecuencia, a los periodistas- comiendo en su mano y a su plena disposición. Diciendo lo que toca y callando lo que no toca. El caso del programa que hace Marcela Topor, la mujer de Carles Puigdemont, en la TV de la Diputación de Barcelona es el paradigma de la máxima degradación a la cual hemos llegado.


Y esto es lo que está pasando en Cataluña, desgraciadamente, con más intensidad que nunca: Pere Aragonès, los dirigentes de Esquerra Republicana y de Junts x Catalunya y Ada Colau, entre otros muchos políticos que “tocan” presupuesto, saben que tienen las espaldas cubiertas y que son “intocables”, porque los medios de comunicación catalanes sobreviven gracias a ellos.

No hay que ir a las Filipinas ni a Rusia para encontrar lugares donde la libertad de información y de expresión está amenazada y asediada. Para eso, no hay que moverse de Cataluña y, por extensión, de Andorra, el único país del mundo donde el catalán es la lengua oficial y donde el trabajo de los periodistas está totalmente condicionado.

Exijo que todas las instituciones que dedican presupuestos públicos a los medios de comunicación dispongan de un consejo plural y transparente donde se evalúen y se aprueben las adjudicaciones que hacen, ya sean de subvenciones, patrocinios o publicidad. El oscurantismo que reina desde hace décadas ha provocado la creación de un “mercado negro” e inconfesable donde se trafican informaciones y líneas editoriales a cambio de dinero.

En cuanto a los medios de comunicación públicos: como reclaman con vehemencia los sindicatos profesionales, hace falta que la imparcialidad y la objetividad sea escrupulosa en la elección de los directores de TV3 y Catalunya Ràdio, que hasta ahora obedecen a cuotas políticas. Añadiría: la transparencia en la contratación de las productoras externas –el escándalo de Mediapro y Minoría Absoluta es insoportable- y la eliminación de las “listas negras” en la selección de opinadores y tertulianos.

También quiero mostrar, desde aquí, la solidaridad de EL TRIANGLE con el fotógrafo Albert Garcia, de El País, que este jueves tiene que afrontar un delirante juicio por la supuesta agresión a un policía nacional durante los disturbios de la plaza de Urquinaona del año 2019. La fiscalía le pide 1,5 años de prisión y una multa de 14.000 euros.

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