La que había estado vicepresidenta segunda de la Mesa del Parlament, Eva Granados, cesó de su cargo de diputada la semana pasada para ser designada senadora y ser la portavoz del PSOE en la cámara alta. En su discurso de despedida, que fue inusualmente largo, hizo referencia a las dificultades con las cuales se había encontrado haciendo de diputada del PSC. Lo hizo mirando al laborismo escocés y citando después un diputado socialista quebequés.
Resulta, cuando menos, curioso que mientras que desde el socialismo catalán y español se ha renunciado a facilitar la celebración de un referéndum en Cataluña siguiendo el modelo del Canadá o del Reino Unido, recurra precisamente a referentes de su familia política en Escocia y en el Quebec para criticar cómo es de complicado “luchar contra el nacionalismo mágico”.
La hasta ahora diputada en el Parlament y recientemente nombrada senadora será la cara visible del PSOE en la cámara alta. Su llegada ha estado gradual, y los periodistas que trabajan a las Cortes Generales ya lo han podido conocer. Lamentablemente para ellos, ya han descubierto que es una política que nunca sale del guion y que difícilmente caerá en ningún titular grandilocuente. “Nos aburriremos”, decía un veterano del Senado hace unos días.