Sin Caixa, sin Nissan, sin Messi

Ahora se cumplen nueve años del inicio del proceso secesionista en Cataluña. Fue cuando, después de la manifestación de la Diada del año 2012, el entonces presidente Artur Mas aseguró que había escuchado el “clamor” de la calle y decidió romper el pacto de gobernabilidad que mantenía con el PP de Mariano Rajoy y de Alicia Sánchez-Camacho y convocar elecciones anticipadas.

Aquel anuncio y la explicación que dio Artur Mas para justificar la ruptura con el PP era una fake news, la primera de las muchísimas que nos han intentado colar los dirigentes procesistas durante los últimos nueve años. La realidad es que aquel 2012 la justicia española había empezado el cerco a la corrupción convergente -con la imputación de Oriol Pujol, el heredero de la dinastía- y que, para intentar romperlo, la cúpula de CDC puso en marcha, sin escatimar recursos, una brutal campaña de manipulación masiva de la opinión pública, apelando a los bajos instintos nacionalistas y supremacistas, inoculados durante décadas por el pujolismo.

El resultado de esta huída hacia adelante, iniciada por Artur Mas -actuando como brazo ejecutor de Jordi Pujol- ha sido catastrófico para la sociedad catalana en su conjunto. Durante estos nueve años, Cataluña ha sufrido un terremoto permanente, con grandes sacudidas como las del 9-N del 2014, el 6 y 7 de septiembre del 2017, el referéndum fake del 1-O, la aplicación del artículo 155 y el castigo judicial de los principales protagonistas de este enorme engaño colectivo.

Obviamente, Cataluña no se ha convertido en un Estado independiente (esto ya se sabía desde el primer minuto). Toda la familia Pujol ha sido imputada por corrupción y está pendiente de juicio. La trama corrupta del 3% y los empresarios que participaban están todos encausados. CDC se ha visto obligada a hacerse el haraquiri y a cambiar de nombre y de NIF.

Pero el legado más terrible que nos ha dejado el populismo oportunista de Jordi Pujol, Artur Mas y Carles Puigdemont ha sido la destrucción de los grandes pilares que mantenían Cataluña en pie y que la habían hecho grande. La Caixa, el primer grupo financiero del país, decidió -por seguridad- deslocalizar su sede y miles de empresas catalanas hicieron lo mismo.

Una Generalitat debilitada y desprestigiada fue incapaz de retener el gran centro de producción de Nissan en Cataluña, dejando a miles de trabajadores en la estacada. Para poner un contrapunto, estoy seguro que con el presidente José Montilla –el “demonio”, según los independentistas- esto no habría pasado y que habría movido cielos y tierra para garantizar la continuidad de las fábricas.

Este ambiente tóxico también ha acabado contaminando al Barça, que ha visto cómo el mejor jugador de la historia, Leo Messi, ha decidido, cabreado, marchar a París. En su infinita soberbia e insensatez, Joan Laporta ha provocado una dramática descapitalización del club, engañando y forzando la salida del crack argentino, que, aunque no hablara en catalán, era el principal atractivo y la principal fuente de ingresos de la entidad azulgrana.

En solo nueve años, los postconvergentes independentistas han destrozado y arruinado Cataluña. Merecían un castigo por este enorme desastre económico y social que han perpetrado y, en efecto, han perdido las últimas elecciones.

Pero, incomprensiblemente, ERC todavía les da cuerda, haciendo una coalición de gobierno en la Generalitat con Junts per Catalunya (JxCat). Gracias a esto, el poderoso clan de Sant Cugat acumula más poder que nunca y tiene manga ancha para hacer todo tipo de excelentes business: el vicepresidente Jordi Puigneró acapara todas las competencias en ordenación territorial; la ex-alcaldesa Mercè Conesa es ahora la directora del Incasòl; el ex-consejero Damià Calvet es el nuevo presidente del puerto de Barcelona; y el periodista Jofre Llombart es quien se encarga del reparto de la publicidad institucional de la Generalitat, de la cual comen todos los medios de comunicación de Cataluña… si acatan la ley de la omertà.

Y no solo ERC. Los socialistas, a cambio de obtener la presidencia de la Diputación de Barcelona, mantienen un increíble pacto de gobierno con JxCat en la corporación provincial. Fruto de este intercambio de cromos es la vergonzosa contratación de Marcela Topor, la mujer del expresidente Carles Puigdemont, como directora de una tertulia semanal en inglés en la Xarxa Audiovisual Local (XAL), la televisión de la Diputación, por la cual cobra la escandalosa cifra de 6.000 euros mensuales. También la XAL es una de las grandes fuentes de ingresos El Nacional, el diario puigdemontista que dirige José Antich, con contratos publicitarios hinchadísimos.

Sin Caixa, sin Nissan, sin Messi… y viendo la inutilidad, la miopía y la estupidez de nuestra clase dirigente, todavía poco nos pasa. Después del esperpento de la ampliación del aeropuerto del Prat, ¿cuál será el próximo espanto que nos espera a la vuelta de la esquina?

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