La junta de Laporta enciende a las ‘penyes’ con su desprecio e ignorancia

La campaña contra los medios que han dado apoyo a la Confederació Mundial ha acabado de encender los ánimos ante el plenario, que decide este domingo si va a la “guerra”

Logo de la 'Confederación Mundial de Penyes' del Barça 1

Los ‘penyistes’ del FC Barcelona conforman un ejército multitudinario, ruidoso extremadamente, festivo, disciplinado, entusiasta, sacrificado y capaz de llegar hasta donde los propios socios del FC Barcelona no lo han hecho en los últimos años. Por ejemplo, en las tres finales de la Copa del Rey disputadas en 2016, 2017 y 2018 cuando los socios desertaron mayoritariamente, por miles, provocando una situación incómoda que fue solventada a base de ampliar, sin límites, el cupo de entradas reservadas para las ‘penyes’ en las finales.

Existe una explicación para este fenómeno, derivado de la lucha contra la reventa interna, las mafias que aún hoy siguen en el entorno del club y que han vuelto con Joan Laporta, y la cantidad de abonados del Barça que, por miles, llevaban años convirtiendo su abono en un producto de reventa y de beneficio personal. Aún son los efectos colaterales del ‘Gran Repte’ (2004) cuando la junta de Laporta abrió la puerta a los socios sin ningún tipo de control, filtro ni sobrecoste económico. Como ahora ha vuelto a hacer.

Finalmente, contra el escándalo de la reventa multitudinaria de cada final disputada por el FC Barcelona, en la que se triplicaba o cuadruplicaba la demanda, el club decidió realizar un ejercicio tan simple como la obligación de recoger las entradas en la ciudad sede de la final, en Madrid si era en Madrid o en Sevilla si se daba el caso. Una recogida, además, limitada al titular de la petición, aunque fuera, como es habitual, para un cupo de cuatro entradas por socio.

El impacto fue pasar de la necesidad de realizar sorteos en cada final a quedarse muy lejos de llenar el aforo reservado para el Barça. Paradigmática, por poner otro ejemplo, la presencia de miles de aficionados del Athletic superando a los del Barça en la final de la Copa del Rey celebrada en el Camp Nou (2015) porque miles de socios con entrada decidieron finalmente aprovechar la reventa de última hora.

Ya en las tres finales previas a la pandemia, en Madrid y Sevilla, sólo los ‘penyistes’ llamados a última hora por la suficiencia de entradas realizaron mayoritariamente ese esfuerzo de viajar y estar con el equipo, cuando menos ocupando el 80% de la capacidad de su sector. Difícilmente, por decirlo de otro modo, un ‘penyista’ del FC Barcelona revende su entrada por la sencilla razón de que la suya es el resultado de un proceso escrupuloso y muy solicitado de reparto de unas 4.000 entradas entre un colectivo de 170.000 barcelonistas ansiosos por conseguir una.

Los clubes disponen de un cupo que es repartido entre sus ‘penyes’ que, a su vez, organizan sorteos entre los suyos de forma que sólo dos o tres socios de una ‘penya’ celebran ser los afortunados viajeros a esa final. Imposible el fraude o el engaño, no sólo por el control interno sino porque ése es el acto supremo al que aspira un ‘penyista’, el poder viajar a una final o a un partido europeo, puesto que las opciones para un partido de Liga en el Camp Nou o en cualquier otro campo son imposibles para su bolsillo, pues la localidad suele ser más cara que el propio viaje.

El próximo domingo es cuando se celebra la sesión plenaria en la que tendrá lugar la toma de posesión del nuevo equipo directivo de la Confederació Mundial de Penyes, probablemente la reelección de Antoni Guil y la decisión, sobre la mesa, de denunciar ante los tribunales el incumplimiento del convenio por parte de la junta directiva de Joan Laporta, que ha apostado por su disolución y por otro modelo que no contemple bajo ningún concepto la autonomía y la independencia asociativa de las ‘penyes’ y mucho menos que dispongan de una organización democrática. Esa es su amenaza.

No hay salida dialogada, no la quiere el presidente, ni pacto posible a la vista porque Laporta ya piensa en proponer un servicio a las ‘penyes’ que, al contrario de lo que ocurre ahora, las convierta en un ente del todo dependiente de un trato de favor que se habrán de ganar a base de amiguismo y de otros medios, algunos muy sospechosos en forma de grandes concentraciones de ‘penyes’ con beneficios para terceros.

Ha sido verdaderamente deplorable e indignante el papel de algunos directivos de esta junta de Laporta, nuevos y antiguos, interpelando a los medios que se han atrevido a dar voz a su presidente, Antoni Guil, quien fue atacado por el gasto del club (0,25% del presupuesto) en atención y gestión de las ‘penyes’. Por su parte, Guil ha argumentado que su colectivo aporta aproximadamente entre 10 y 12 millones de euros al año entre el consumo de ‘merchandising’ y entradas, además de la extraordinaria imagen de marca y beneficio social para el barcelonismo, su continuidad, promoción y expansión.

Debate al margen -que no lo hay porque los ‘penyistes’ son, efectivamente, el primer consumidor nacional de las megastores del FC Barcelona y de todo tipo de productos mediáticos, desde la propia información, promociones y abonos de televisión, también Barça TV, que sólo es gratis en Catalunya-, la ausencia de la comprensión del sentimiento que arropa la condición de ‘penyista’ del FC Barcelona ha resultado ofensiva para el movimiento. Sobre todo, para el propio barcelonismo y su historia, en la que las ‘penyes’ han tenido un papel excepcional como un valor identitario de Catalunya y de refugio en los 40 años de la dictadura y durante estos últimos años como excepcionales difusores no sólo de la cultura barcelonista sino de Catalunya en todo el territorio español, donde hay más de 600 ‘penyes’, con la enorme dificultad, esfuerzo y resistencia que ello representa.

Sólo ha faltado la intervención del CEO, Ferran Reverter, exigiendo una revisión del uso de ese gasto como dando a entender sus dudas sobre la justificación de esa inversión. El final de una administración que primero rompe con las ‘penyes’ antes incluso de conocerlas, sólo porque Laporta las teme en su conjunto, sobre todo que se hayan podido organizar como contrapoder, está escrito en negro y en los colores de una guerra en la que legal, emocional y electoralmente Joan Laporta no tiene nada que hacer si éstas deciden defenderse con todas sus armas.

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