El retorno al dilema entre fe y razón

Uno de los problemas que ocuparon el largo periodo de la edad mediana –comprendido entre los siglos V al XV – fue el de la relación entre fe y razón; una relación que se inició con la razón subordinada a la fe para derivar con Tomás de Aquino en que fe y razón eran elementos diferenciados pero igual de importantes y, posteriormente con Guillem de Occam, a que fe y razón tomaran caminos separados, sienta el inicio del pensamiento moderno, donde la filosofía prescindiría de la fe al considerarla dentro del ámbito privado de cada ser humano y se centraría más en el estudio de la persona.

Seis siglos después parece que el dilema entre fe y razón vuelve con fuerza. No es que el problema ya no existiera; ha estado presente de otras maneras, de hecho el nacionalismo se podría definir como una religión civil, y como toda religión tiene sus dogmas. Esta vez, pero, el problema entre fe y razón vuelve no para defender la existencia de un supuesto ser omnipotente, ni para defender un privilegio que se cree inherente por el hecho de ser de una u otra nación. Esta vez el dilema entre fe y razón se centra en la defensa de la divinidad del ser humano. Y con un hecho sorprendente, y es que sus defensores son gente convencida que es de “izquierdas”.

Una “Izquierda” Mr. Wonderful que, desclasada, ha olvidado los problemas colectivos, todavía no superados, y se dedica a defender unos supuestos derechos que no son más que deseos individuales. Una “Izquierda” que se presentó como defensora de los oprimidos, como solucionadora de los problemas de toda la ciudadanía, como rompedora de la casta y del régimen del 78, pero que lo que ha hecho hasta ahora es subirnos la factura de la luz (pero haciendo tuits quejándose, como si no estuvieran en el gobierno) y comprar, poniendo mucha purpurina, las bases del capitalismo y el libre mercado bajo el lema del sueño americano del “si tú quieres, puedes”.

El capitalismo puede estar contento: ya no son solo ellos, ya es también la “Izquierda” la que defiende el Gilead descrito por Margaret Atwood en el cuento de la sirvienta. Este Gilead donde ellos/ellas/elles tienen permitida la explotación de la mujer: de su vientre como vaso donde forjar a sus hijos, de su cuerpo para satisfacer sus “necesidades” sexuales, de la misma palabra mujer, borrando así el sexo y por tanto las políticas destinadas a conseguir su igualdad. Esto si, lo harán vendiéndolo cómo se hace actualmente en las redes sociales: poniendo mil filtros, brilli-brilli y purpurina.

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