Las últimas convocatorias electorales han dejado a Cs temblando. Perder hasta 47 diputados en el Congreso, pasar de ser la primera fuerza en Cataluña a tener solo seis escaños en el Parlament y ser el último grupo, quedarse fuera de los parlamentos de Madrid o Galicia, y la constante huida de cargos y militantes hacia el PP, ha hecho que el partido esté pasando su peor momento político y también económico.
El partido que decenas de empresas y bancos financiaban, ahora arrastra deudas y no tiene ni para pipas. La formación que convocaba miles y miles de personas en manifestaciones u operaciones para sacar lazos amarillos, ahora sufre para llenar una calle. Y ambas circunstancias se hicieron más que evidentes la semana pasada a la concentración que Cs hizo contra los indultos de los presos independentistas en Barcelona.
Lejos de los actos de masas y con escenografía norteamericana, la concentración no reunió ni las personas que Cs esperaba –a pesar de haber puesto ya la expectativa baja–, y la infraestructura no contó ni con grandes tarimas y paneles, ni en globo ni banderas, ni un triste sistema para que la prensa pudiera coger el sonido de los discursos. Y es que Cs no es lo que era. Y si tenemos que juzgar por cómo van las cosas últimamente, no es ni la mitad de la mitad de lo que era. El batacazo no fue solo electoral, parece ser.