La colaboración público-privada.

Junto a la inicua pobreza, la sociedad europea está saturada de consumibles, con reparto injusto y desigual. Su destino son los vertederos de basura o la economía circular. El incremento de bienes materiales y servicios superfluos se hace insostenible. Da pocos beneficios.

La reposición puede obtenerse con lo que se fabrica en otros países. A bajo precio. Con trabajadores sin derechos, ni libertades y con salarios de miseria. Lo poco que aquí se produzca, será competitivo si se hace en esas condiciones.

La seguridad en el empleo, la sindicación y la negociación colectiva, entorpecen la producción basada en la sumisión del trabajador asustado. Se esfuman los centros de trabajo indefinido, la responsabilidad empresarial se evapora y la valía profesional se sustituye por el valor del puesto de trabajo. La clase obrera, como conciencia y como sujeto revolucionario, se diluye entre las clases medias integradas en el sistema.

Ahora, para seguir aumentando sus fortunas, redirigen su atención hacia la obra pública, los servicios públicos, la actividad inmobiliaria y la permanente especulación financiera sobre los bienes existentes y sobre los futuribles, de tal manera que, obtenido el beneficio, puede ser incluso contraproducente producir la mercancía. Solo el 2% de los contratos de futuros, sobre productos básicos, culminan con la entrega de un bien físico. Las pérdidas las cubre el Estado Liberal, o los no iniciados que juegan en la bolsa y arriesgan su dinero. Los gerentes variarán el precio de sus acciones, vendiendo o comprando, según les convenga. Como con la vacuna de Pfizer.

Hasta con la ecología hacen negocio. Venden y compran permisos de emisión de gases de efecto invernadero y derechos de pesca. Se lucran con los productos energéticos, la electricidad y el petróleo, cuyo precio aumenta incluso con la venta de barriles ficticios. Se dificulta la generación autónoma de energías renovables para consumo propio.

Los gurús de las finanzas se lucran también con los intereses que genera la deuda pública que endosan al Estado. Aumenta cada año sin solución de continuidad. Imposible de devolver. El déficit sube sin parar. Los servicios públicos necesitan financiación privada, al no recaudarse suficientes tributos. También ganan con la deuda privada que fomentan y que, como por encanto, se transforma en pública, cuando resulta impagable.

La acción depredadora se dirige hacia la sanidad, la enseñanza, las atenciones sociales, los sistemas de previsión social, la jubilación, los transportes. Todo se ha de transformar en objeto de negocio. Esa es la especial colaboración privada. Lo que ahora son derechos ciudadanos pasan a ser mercancías, objeto de compraventa para clientes que disfruten de estos servicios en función de sus posibilidades económicas. La beneficencia se encargará de los pobres, que recibirán espléndidas donaciones caritativas.

Se enriquecen más con las tecnologías de la información y de la comunicación. La permanente conexión al móvil hace que parezcamos iguales en el acceso a la noticia y al conocimiento. Falsa ilusión. Suministramos los datos con nuestra actividad en la red y con los medios electrónicos de pago. Los que utilizan los programas y la maquinaria necesaria para almacenarlos y tratarlos, los que disponen de los instrumentos adecuados para valorarlos y usarlos de forma óptima, son los que lo saben todo de nosotros. Los algoritmos marcan y resaltan las peculiaridades, aumentan las diferencias y redirigen los deseos, para beneficio de quienes controlan el sistema, según la conveniencia de quien les paga. Más que nunca, la información es poder.

Como la desocupación se cronifica, animan a las personas a hacerse autónomos. Emprendedores. El ritmo lo marcará la entidad para la que trabajen, que impondrá precio, calidad y plazo, con contrato mercantil. Y conseguirán que se culpabilicen del fracaso.

Pocos encontrarán un empleo permanente y muchos no lo tendrán jamás. Hay que disminuir la jornada laboral, acabar con el desigual reparto de costes y beneficios y organizar el trabajo considerando al trabajador en función de la utilidad social del producto y no solo del beneficio privado.

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