La revolución que llega del norte

Las encuestas señalan que el partido Los Verdes (Die Grünen) puede ganar claramente las elecciones generales del próximo 26 de septiembre en Alemania y que su candidata, Annalena Baerbock, será, seguramente, la nueva canciller, en sustitución de Angela Merkel. Como país determinante en la vertebración de la Unión Europea, este relevo en el liderazgo de Alemania tendrá un impacto fortísimo en el espacio comunitario y en la geopolítica mundial.

En España y en Cataluña esta reorientación histórica de la sociedad alemana -confirmada elección tras elección- hacia una nueva manera de vivir y de entender la vida, respetuosa con la naturaleza y abierta a la rica diversidad que nos aporta la migración, nos coge, como siempre, a contrapié. Aquí tenemos gravísimos problemas medioambientales -que refleja muy bien el periodista Santiago Vilanova en su último libro, La emergencia climática en Cataluña. Revolución o colapso.– y de cohesión social, mientras nuestras fuerzas políticas mayoritarias están perdidas en el agotador laberinto identitario.

En Cataluña hemos sido incapaces de estructurar un partido ecologista potente, a pesar de que siempre presumimos de estar en la vanguardia peninsular de las nuevas oleadas ideológicas que nos llegan del norte. El cambio climático, tal como pasa con la pandemia de la covid-19, no conoce fronteras y es urgente que la conciencia ecológica, cada vez más arraigada en cada casa, se transforme en un movimiento político serio y creíble.

Este pasado domingo, representantes de 40 entidades territoriales se han manifestado en la plaza de Sant Jaume para denunciar el clamoroso desequilibrio en la ubicación de los nuevos parques eólicos y fotovoltaicos que promueve la Generalitat. Mientras hay comarcas, como la Terra Alta, el Baix Ebre, la Conca de Barberà, las Garrigues o el Anoia que están plagadas de estas aparatosas instalaciones, que destrozan el paisaje y rompen los ecosistemas, hay otras zonas, como el litoral de Barcelona o de Girona, que no tienen ninguna.

Con el plan de implantación de las energías renovables se están dibujando dos Cataluñas: de un lado, la de las áreas rurales, que se ha convertido en el cuarto trastero; y, del otro, la de las comarcas gerundenses –convertidas en la niña bonita que no se toca- y las que viven del modelo del turismo de masas, que han quedado excluidas en la distribución de los grandes aerogeneradores y de los enormes campos solares que hay en proyecto.

Esta Cataluña desfavorecida subraya que no está en contra de las nuevas fuentes de energía no contaminante. Al contrario, está absolutamente a favor. Ahora bien, rechaza el modelo que ha puesto en marcha la Generalitat, consistente en grandes proyectos de muchos megawatios que tienen un impacto brutal sobre el territorio. La Cataluña rural reclama un despliegue de las energías alternativas como el que se hace en los países del norte: instalaciones pensadas para el autoconsumo de comunidades, promovidas por cooperativas y con el consenso y la participación de la población.

La sociedad catalana se ha movilizado, en las últimas décadas, en mil combates en defensa del medio ambiente y de la ecología. Contra las centrales nucleares, contra las térmicas de carbón y de fuel, contra las emisiones tóxicas de la industria petroquímica y de las incineradoras, contra la proliferación de campos de golf, contra las minas de uranio, contra la especulación urbanística, contra las grandes vías de comunicación que fomentan el uso de vehículos privados, contra la destrucción de valiosos parajes naturales, contra las autopistas eléctricas que se cargan los bosques, contra las macrogranjas de cerdos y de pollos que contaminan los acuíferos, contra la polución de los enormes cruceros turísticos, contra el uso de transgénicos en la agricultura, contra los grandes vertederos, contra los embalses que ahogan valles fértiles…

Y también se ha manifestado a favor del uso del transporte público, de la eliminación de los peajes, de la creación de parques naturales, de la descontaminación de las grandes ciudades, de la limpieza de los ríos, de la regeneración de las playas, de la preservación de los humedales, del fomento de las energías limpias, de la salvaguardia de la biodiversidad, de la protección de los animales…

La sensibilidad y el sentido de civilización lo tenemos. También hemos demostrado que sabemos organizarnos y que sabemos movilizarnos. El corolario de esta fuerza, expresada en la existencia de una multitud de grupos ecologistas y de colectivos de defensa territorial, tendría que ser la vertebración de un gran partido verde, a imagen y semejanza de los que existen en Alemania, Francia, Holanda o Austria. Desgraciadamente, falta capacidad de síntesis y de liderazgo. Pero todo llega… y de momento hay que saludar el nacimiento de la nueva formación Esquerra Verda, que va en esta dirección.

La ecología no es solo el tofu y la bicicleta: también quiere decir trabajo, multiculturalismo, reequilibrio de las desigualdades sociales, Estado del bienestar y federalismo. La dimensión del ecologismo político propugna un nuevo modelo de sociedad más humanizada, basado en la justicia fiscal, la transparencia en la gestión de los recursos públicos, el derecho a la vivienda asequible y a una renta de subsistencia que proteja a los desfavorecidos, la educación y la sanidad de calidad al alcance de todo el mundo y unas pensiones dignas para la gente mayor.

Tenemos la fortuna que estas evidencias, que palpitan en el corazón de todas las personas, tienen traducción política y han conseguido penetrar en el electorado de los países más prósperos de la Unión Europea, con Annalena Baerbock como máximo exponente. La fusión de los ideales socialdemócratas y del internacionalismo solidario con los compromisos que implica la lucha contra el cambio climático es el vector que marcará nuestro destino, si queremos avanzar hacia una humanidad más fraternal, más igualitaria y más inteligente, que recoja los frutos sembrados por las buenas personas que nos han precedido y que prepare el camino a las nuevas generaciones que llegan al mundo.

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