La pandemia y el vestido del emperador

En 1837, Hans Christian Andersen publicó un cuento titulado El traje nuevo del emperador (“Keiserens nye Klæder”), también conocido como El rey desnudo. Para quien no conozca la historia, diremos que se trata de una reveladora fábula sobre cómo el temor a la opinión ajena puede llegar a hacernos creer en las cosas más descabelladas y absurdas. En un tiempo remoto, dos pícaros llamados Guido y Luigi Farabutto convencieron al Rey de un lejano país de que eran capaces de fabricar la tela más hermosa y suave que nunca se hubiera hecho. Pero también -añadieron- el tejido tenía la facultad de ser invisible a los ojos de un estúpido. El monarca les encargó un traje, para el cual los pícaros solicitaron fabulosas cantidades de dinero y materiales preciosos, riquezas que se apropiaron mientras gesticulaban en el aire, tejiendo imaginariamente un vestido que no existía. Cuando por fin acabaron su tarea, el monarca, confundido, hizo ver que se probaba el traje, sólo por miedo a ser tildado de estúpido. Y mientras ejecutaba movimientos de mimo, sus cortesanos elogiaban la riqueza invisible de los brocados, la invisible calidad de la tela, el magnífico (e invisible) corte de la prenda. Siempre impulsados por el mismo temor.

Hasta que un buen día el Rey montó en su caballo y desfiló, todo ufano, por las calles del Reino. Y aunque los súbditos, que se miraban de  reojo, sabían que iba desnudo, nadie era capaz de desvelar la verdad, por miedo a ser señalados y estigmatizados. Hasta que un niño, con toda la inocencia que da la infancia, exclamó: “¡Pero si va desnudo!”.

Angela Merkel ha anunciado que en breve dejará la política. E inmediatamente líderes políticos y medios de comunicación se han deshecho en elogios -cómo no- a quien guiara con mano de hierro durante quince años los destinos de Alemania, y por consiguiente, de la Unión Europea. Pero que no les engañe el aire tranquilo de la Canciller: aunque en estos tiempos de Pandemia nadie parezca recordarlo, esta auténtica Farabutto hizo famosa la palabra Austericidio, que define la política a la que condenó al continente durante su mandato, palabra que significativamente procede de la suma de Austeridad y Suicidio. Esta hija de pastor luterano, marcada sin duda por el rigor de la religión protestante, nos hizo creer que el traje que necesitábamos los europeos debía confeccionarse con recortes en el Gasto Público, porque el Mal -clamaba- era vivir por encima de las propias posibilidades. Y quien negara el dogma era, por descontado, un estúpido.  Aunque los que no creemos en trajes invisibles sepamos que los recortes siempre se perpetran contra los servicios públicos y, por tanto, contra las clases más desfavorecidas; las cuales, lejos de vivir por encima de  nada, se limitan simplemente a sobrevivir.

Obviamente, la aprendiz de brujo cosechó multitud de discípulos que replicaron esta política en sus respectivos países. De hecho, consiguió lo nunca visto en España: Que la Constitución pudiera ser reformada. Mientras cualquier atisbo de reforma constitucional es recibida en este país como la profanación de un texto sagrado, la modificación de su artículo 135, que consagra la estabilidad presupuestaria y el pago de la Deuda Pública por encima de todo, se hizo milagrosamente de forma exprés, sin referéndum y poniendo de acuerdo a dos acérrimos enemigos: el PP y el PSOE. Vivir para ver.

Hasta que en 2020 llegó un virus desconocido y, como reza la famosa canción de Carlos Puebla, “mandó a parar”. El Covid-19 -semejante a los niños en su simplicidad, por cuanto sólo aspira a sobrevivir y reproducirse- barrió el mundo y exclamó: el Sistema está desnudo. Y mostró, básicamente, una sociedad devastada por los Recortes. En nuestro país, por ejemplo, aquella Seguridad Social que un día fue “la joya de la corona” del Estado  -“una de las mejores del mundo”, se decía-, se reveló como un sistema desmantelado, con medios insuficientes y mucha precariedad laboral, que rápidamente se vio desbordado por la Pandemia. Una sanidad que aún hoy sigue clamando, como recoge El Roto en uno de sus magníficos dibujos, “menos aplausos y más medios”. Y la Administración, como un elefante lento e ineficaz, con una plantilla disminuida y envejecida, impotente para gestionar -y pagar- de forma rápida y completa prestaciones tan esenciales como el Ingreso Mínimo Vital o los ERTE.

Precisamente porque no somos estúpidos, no creemos en trajes invisibles. Merkel, no te lloraremos.

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