Hasta el infinito y más allá

El nanosatélite de Puigneró ya despegó. Lo hizo sin ninguna otra traba que algún pequeño retraso en la salida del cohete que lo lanzó al espacio y un más grave incidente en Baikonur, cuando la bandera española hizo acto de presencia para recordar en nombre de quién estaba presente Catalunya entre los 18 países que compartían la aeronave que llevó el Enxaneta hasta el infinito y más allá. Afortunadamente el secretario de Políticas Digitales, David Ferrer, estuvo al caso y, oportunamente, se puso justo en frente de la enseña que pudo arruinar toda la campaña propagandística que el Govern ha construido en torno a la NASA catalana.

Al fin y al cabo desde febrero de 1996 existe un Instituto de Estudios Espaciales de Catalunya. Una entidad que en su página web se define como un centro de investigación que estudia todas las áreas de las ciencias del espacio, incluyendo la astrofísica, la cosmología, las ciencias planetarias, la observación de la tierra y la ingeniería espacial. Su misión es llevar más allá las fronteras de la investigación espacial desde las vertientes científica y tecnológica en beneficio de la sociedad.

¿Quizás ignoraba la conselleria de Políticas digitales la existencia de este ente histórico? Tenemos que pensar que no, pues la Generalitat de Catalunya, forma parte de su patronato, al igual que la Universidad Autónoma de Barcelona, ​​la Universidad de Barcelona, ​​la Universidad Politécnica de Catalunya y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. De hecho este instituto ha tenido un papel fundamental en toda la operación.

Se podría pensar que esto de la NASA catalana es un cachondeo difundido maliciosamente por los pérfidos españoles, por mucho que el propio consejero de Políticas Digitales haya usado la expresión más de una vez, y que lo que verdaderamente importante es que por fin Catalunya participa de la aventura espacial codo a codo con los grandes. Tampoco es exactamente así.

El 29 de noviembre de 2018 se puso en órbita desde la base espacial de Sriharikota, en la India, el nanosatélite CubeCat-1, desarrollado en el Laboratorio de Cargas Útiles y Pequeños Satélites de la Escuela Superior de telecomunicaciones de Barcelona. Un proyecto financiado íntegramente por el Instituto de Estudios Espaciales de Catalunya.

El seguimiento del aparato se hizo desde el Observatorio Astronómico del Monsec, una instalación que la Generalitat de Catalunya tiene en Sant Esteve de la Sarga (Lleida).

Más recientemente, el 2 de septiembre de 2020, dos pequeños satélites del Nanosat Lab de la UPC viajaron al espacio desde la base de Kourou, en la Guayana Francesa con la misión de monitorizar el hielo polar y la humedad del suelo, además de ensayar sistemas de comunicación entre ingenios orbitales de cara a crear una futura red de satélites federados.

Hay algo de injusto en el contraste entre la discreción de las anteriores misiones catalanas al espacio y el despegue glorificado del Enxaneta. Un contraste que no hace más que poner de relieve la ridiculez de querer llevar al campo de la propaganda cualquier acción del Gobierno de la Generalitat, obsesión que Catalunya paga en forma de desprestigio y falta de credibilidad.

Lo dejó bien claro el diario The Guardian, el genuino inventor de la expresión «NASA catalana», quien se preguntaba incrédulo por qué el gobierno de Catalunya decidía anunciar «una inversión de 2,5 millones de euros para establecer su propia agencia espacial y 18 millones más en el lanzamiento de seis satélites de comunicaciones en medio del crecimiento de las tasas de infección por Covid-19 y de los ingresos hospitalarios en la región». Muy probablemente en la pregunta iba la respuesta. Una inyección de orgullo patrio quizá hacía olvidar el drama de la pandemia y el desastre de su gestión.

Un orgullo pequeño, propio de una patria pequeña, capaz de dejar de lado que el potencial aeroespacial de Barcelona ya fue advertido en 2014 por la Agencia Espacial Europea, cuando ubicó en la ciudad uno de sus Centros de Incubación de empresas, gestionado por Barcelona Activa.

El uso meramente propagandístico del nuevo nanosatélite catalán ha llevado incluso a obviar la parte más importante del proyecto que ha llevado el Enxaneta al cielo; intentar convertir el páramo que es hoy el aeropuerto de Alguaire en un puerto espacial dedicado a misiones de vuelo suborbital, desde donde se podrían lanzar determinados satélites y la constitución a su alrededor de un parque empresarial vinculado al mundo del espacio. Una iniciativa más que buena, que la propaganda puede estropear.

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