La fragilidad compartida, una fuerza elástica

Somos frágiles, así nos hacen sentir por ser dependientes, pero también para controlar la posibilidad de salir de ahí. La fragilidad es una propiedad que hace que algo se rompa con facilidad, pero es a partir de la falta de ductilidad, por la poca capacidad de absorber energía. Nos quieren frágiles para hacernos débiles. La comunidad unida, la red de apoyo hace que la fragilidad compartida sea una fuerza elástica. Pasar en soledad las situaciones que nos hacen sentir impotentes nos lleva a rompenos con facilidad. La pandemia ha comportado consecuencias en la salud mental; hemos incorporado de forma improvisada y continuada hábitos de trabajo y relación que nos alejan de la comunidad.

Hace un año que vivimos en soledad o en burbujas de convivencia y con un panorama incierto de futuro a todos los niveles: social, económico, político. Nos han querido hacer creer que el problema era sólo un virus, y lo es, un gran problema, este virus maldito, pero no es el único. El virus también tiene forma de secuelas, de recortes, de rentas para pobres, de estigma. El virus ha llevado a un hundimiento económico que afecta a familias enteras y las deja sin el salario con el que subsistían, sin posibilidades de salida en un mercado precario. El virus que toma forma de odio a lo diferente y nos convierte en monstruos egocéntricos.

No nos querían dejar ver la realidad, miles de personas expulsadas con fuerza de su casa, para darla a grandes tenedores. Familias que han visto invadido su hogar, su intimidad, que las han echado de casa con cuatro cosas, que veían tapiar las ventanas y puertas con los libros, los juguetes y la ropa dentro. La pobreza en aumento, la falta de derechos, la falta de recursos a la que nos empuja un sistema precarizador y negador que se esconde detrás de un virus. No se trata de mala gestión, sino de estrategia planificada para que el hambre se imponga a la comunidad.

Cualquiera de las muchas series que hemos visto durante este año de confinamientos llevaba la distopía en el ADN. Hemos trabajado en casa, hemos estado presentes, más que nunca, con nuestras familias nucleares, y nuestro espacio íntimo se ha convertido espacio de relación social, familiar y laboral del que sólo salíamos gracias a pequeñas ventanas virtuales. A pesar de ello nos han bombardeado con anuncios de alarmas, noticias de robos, a menudo teñidas de xenofobia, a menudo falsas o falseadas.

Nos han aislado y cerrado ante pantallas que escupían contenidos generadores de un sistema de valores que quería dar marcha atrás en los derechos. Todo ello para acentuar nuestra sensación de vulnerabilidad. Violencias extremas como los desahucios, violencias sexuales, impelir a la exclusión, negar los derechos y la existencia es lo que no hemos visto lo suficiente en nuestras ventanas pantalla. Sí que hemos visto como se criminaliza la respuesta, como se maximaliza la violencia, como se miente descaradamente para que la conciencia crítica no encuentre espacio. Nadie quiere ser el malo de la película y los malos eran los y las jóvenes, los y las indepes, las personas trans, los ocupas, se trataba de buscar un enemigo que tuviera un elemento común: el miedo.

Mahatma Ghandi fue un pensador que se convirtió en líder. Una persona de aspecto frágil y débil que era capaz de levantar un pueblo, y eso lo hacía fuerte. Creó el principio de la no violencia y la resistencia pasiva, pero también fue consciente de lo que era la violencia. Decía que «la pobreza es la peor forma de violencia».

Ser consciente es pasar de la fragilidad a la fortaleza, de la invisibilidad a ser centrales. El principio de la no-violencia no es poner la otra mejilla y bajar la cabeza, como nos enseñan, sino seguir luchando para construir y sumar. Dividirnos, negarnos, perder la conciencia de clase, de la diferencia sexual, del pasado colonial o negar la existencia de la violencia machista, de las desigualdades por orientación sexual o de género, dejar la violencia como patrimonio único de quien defiende una sociedad basada en las desigualdades estructurales que conforman el sistema de dominación es romper nuestra fortaleza, entregarnos al miedo y hacernos frágiles.

Hay momentos en que defender un nuevo sistema de valores nos parece una tarea titánica y quisiéramos huir y abandonar. La violencia estructural hace que las desigualdades afecten a las personas en todos los ámbitos, legitima la pobreza y la muerte, se basa en el miedo a perder, habla de la dictadura de lo políticamente correcto mientras se ríe de 40 años de franquismo. Es esta violencia la que nos empuja a abandonar, pero ¡hay que ir, ir, ir!

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