8 de marzo: ¿No ha lugar?

Este 8 de marzo lo afrontamos en plena pandemia y con «no ha lugar» del ministerio de sanidad a la celebración de movilizaciones. Es una evidente respuesta conservadora y miedosa a las críticas que sectores de la ultraderecha -la misma que niega la existencia de la violencia machista, por cierto- hicieron a partir del 8 de marzo de 2020.

El movimiento feminista lleva meses preparando una convocatoria adecuada a las circunstancias adaptando las movilizaciones al actual contexto de pandemia y restricciones sanitarias. El «no ha lugar» es negar los esfuerzos, las demandas y las iniciativas feministas. Insistir en que hay que «seguir con la cultura de cuidado y prevención» dando lecciones a aquellas que, precisamente, ponen los cuidados en el centro.

El «no ha lugar» ha sido tajante y se puede entender en parte. Las que entendemos el contexto también reclamamos que se entienda que no para todo el mundo es igual y que hay que visibilizar las demandas en la calle, precisamente en este contexto.

Estamos hablando del patriarcado como contexto, como sistema que nos contextualiza, también, en una pandemia de dimensiones desconocidas todavía. Estamos hablando, también, del capitalismo como sistema precarizador y esclavista que en plena pandemia ha dejado a familias enteras en la calle y a tantísima gente en paro.

Ya partíamos de bases desiguales pero el impacto de la pandemia para las mujeres no ha sido menor. Este año se han perdido 109.487 puestos de trabajo en Catalunya y ya sumamos 172.735 personas afectadas por expedientes de regulación temporal de empleo -ERTE- de las que 85.058 son mujeres. El aumento del paro de las mujeres es del 21’25% -afecta a 272.822 mujeres-. A esta situación se añade la brecha salarial. Las mujeres ganamos un 22,2% menos que los hombres de media al año.

La contratación -en general precaria para la mayoría- es otro tema donde esta diferencia mantiene y ensancha la desigualdad. Las mujeres son las más afectadas por la temporalidad de los contratos y, además, suelen tener jornadas parciales -con horarios nada interesantes- . La brecha contractual todavía profundiza más las desigualdades, que, por cierto, tienen efectos terribles en las pensiones de jubilación; cabe destacar que las jubiladas cobran, de media, unos 455 € menos que los jubilados. Esto es un efecto de la desigualdad salarial y en las cotizaciones. Este es el impacto que, después de toda una vida trabajando, tienen estas brechas -brechas creadoras de desigualdades que se acumulan una sobre la otra-.

Estos son los datos en el mercado laboral formal. En el mercado informal sabemos –a pesar de no tener cifras fiables- que el drama ha sido enorme. Muchas de las mujeres cuidadoras han vivido confinadas con las personas cuidadas o, simplemente, han perdido su empleo. Las mujeres dedicadas a la limpieza de domicilios, las dedicadas al cuidado de niños, sin contrato, sin garantías, muchísimas de las cuales han perdido un trabajo ya de por sí precaria.

Y hablamos de la familia, del trabajo de cuidados invisible y sin coste que recae, básicamente, sobre las mujeres. Teletrabajando o en trabajos esenciales, han mantenido y aumentado este trabajo translúcido a la sociedad pero totalmente imprescindible, sin ningún tipo de protección ni reconocimiento.

Esta crisis sanitaria, social y económica producida por la pandemia nos pone contra las cuerdas como sociedad. Necesitamos respuestas que el sistema es incapaz de dar y vislumbra un futuro post pandémico -si es que se puede hablar en estos términos- que queda muy lejos de la consecución de los derechos humanos básicos.

En los últimos años, antes de la Covid, el perfil de la pobreza era de mujer mayor y con hijos a cargo. Hace un año, el 40% de los desahucios en Barcelona afectaban a mujeres mayores. La afectación de la pobreza energética también atacaba de lleno a este colectivo y afectaba a las familias monoparentales, en un 90% encabezadas por mujeres. Durante el estado de alarma el compromiso de parar los desahucios y regular los alquileres parecía una realidad sobre la mesa. Un año después, este compromiso se ha destapado como una conveniencia política que no se pensaba como real.

Las mujeres acumulamos y vamos sumando desigualdades. En pandemia aumentan y su impacto acentúa las desigualdades estructurales de un sistema que reposa sobre las espaldas de muchas, de su trabajo invisibilizado y de su esfuerzo negado. A las mujeres este sistema nos contextualiza en la discriminación y la negación. La pandemia ha intensificado los efectos y nos ha querido devolver «al lugar que nos corresponde». Es ahora que se aprovecha para negar la violencia machista o para intentar cambiar el sentido del 8 de marzo. Es por eso que sigue siendo necesaria la movilización, segura, diferente, con garantías para la salud, pero hay que movilizarse para romper esta inequidad sistémica en la que nos quieren.

Como dice el lema de la huelga feminista de este año: Semi confinadas ¡pero nunca calladas!

(Visited 80 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario