La invisible salud de las mujeres

La salud de las mujeres ha sido invisible para la medicina ya que, como muchas otras ciencias, ha tenido al hombre como patrón y modelo de la ciencia. Los diagnósticos, las analíticas, los tratamientos se han estudiado en los hombres, y las mujeres han sido excluidas de los trabajos de investigación. Por eso no se ha podido construir aún una ciencia médica que tenga en cuenta las diferencias entre mujeres y hombres desde el punto de vista biológico, psicológico, social y medioambiental, y tampoco una ciencia que relacione la salud de las mujeres con las condiciones de vida y de trabajo.

Desde la Conferencia de Beijing, en 1995, y la Conferencia de Mujeres, Salud, y Trabajo, en 1996, en Barcelona, ​​el derecho a la salud de las mujeres ha sido reivindicado en varias publicaciones, y lentamente han sido incorporados a las ciencias de la salud. Para mejorar la atención a la salud sexual y reproductiva, y para reivindicar el derecho a una mejor asistencia sanitaria que tenga en cuenta las diferencias. Y también para evitar que se medicalice la salud mental de las mujeres y no se administren psicofármacos, ansiolíticos y antidepresivos en la primera consulta. Pero aún falta mucho trabajo para evitar que se medicalicen muchos acontecimientos naturales de las vidas de las mujeres, desde la adolescencia, con las alteraciones de la menstruación, el embarazo, el postparto o la menopausia.

La falta de ciencia de la diferencia, la doble y triple jornada laboral, la pobreza, la soledad y el medio ambiente contaminado y empeorado por el cambio climático, contribuyen a la desigualdad para entender y tratar bien la salud de las mujeres. Pero hace falta en primer lugar que en los estudios científicos estén siempre contenidos mujeres y hombres, en toda su diversidad de etnias y culturas, y que se analicen sus problemas con perspectiva de género. Y la pandemia del Covid-19 nos pone de manifiesto que en algunos aspectos hemos retrocedido.

La mayoría de trabajos de investigación sobre la incidencia y la evolución de la enfermedad, no diferencian por sexo. De 4.000 trabajos analizados, sólo el 4% detallan la diferencia, y en éstos sólo se valora la evolución biológica, sin tener en cuenta las condiciones de vida y trabajo. Como decía Anita Bhatia, subdirectora ejecutiva de ONU Mujeres, en octubre: «En 25 días de pandemia de coronavirus se han retrocedido 25 años en relación con los derechos a la salud de las mujeres».

La pandemia ha provocado muchos conflictos y reducción de los programas que se estaban desarrollando en todo el mundo para mejorar la salud de las mujeres. El informe de la Unión Europea, que trata de los efectos de la pandemia sobre la salud de las mujeres, ya señala que en todo el periodo se ha podido constatar en todos los países europeos un incremento de las situaciones de violencia de género contra las mujeres y un retroceso en todos los programas de educación que tenían por misión dar más recursos a la formación.

Los trabajos de cuidado de la familia han supuesto una sobrecarga de trabajo durante el confinamiento, y para muchas mujeres ha supuesto compatibilizar el teletrabajo con todas las demás tareas de limpieza, restauración y educación, con una clara repercusión negativa sobre su salud mental, incremento de angustia, y depresión y agotamiento físico. La pandemia ha incrementado la pobreza, y esa pobreza tiene rostro de mujer.

También hemos echado en falta que se conozcan los datos de morbilidad y mortalidad diferenciadas por sexo en Europa y España, y si en la aplicación de las vacunas hay efectos secundarios diferentes en hombres y en mujeres. Si se empieza a valorar que las consecuencias para la salud de las personas que han sufrido la enfermedad están siendo más prolongadas entre las mujeres, con secuelas como fatiga, dolores musculares, dificultad en la movilidad y problemas respiratorios.

La invisibilidad de las mujeres en las ciencias de la salud debe estar también en las reivindicaciones del 8 de marzo, para encontrar estrategias para hacer visibles las causas de los problemas de salud que afectan a la mayoría de las mujeres y encontrar estrategias para enfrentarlas.

No debemos permitir que la falta de políticas públicas o las luchas ideológicas en torno a la ley trans introduzcan la perspectiva de género machista y partidista, que sólo dividirá al movimiento de las mujeres y contribuirá a debilitar las posibilidades de cambios.

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