PSC y ERC están obligados a entenderse

La crítica situación que vive la sociedad catalana, duramente golpeada por la pandemia, exige la rápida formación de una mayoría sólida en el Parlament

El 33 es el número masónico por excelencia. Y este es el número de escaños que han obtenido tanto el PSC, ganador matemático y moral de las elecciones de este 14-F, como ERC. La mayoría del Parlamento de Cataluña está en 68 diputados. Por lo tanto, las dos fuerzas que han encabezado los resultados de estos comicios suman 66 y tienen la fuerza suficiente para pactar un Gobierno sólido.

En el Congreso de los Diputados, ERC ya forma parte del bloque que hizo posible la investidura de Pedro Sánchez y que le garantiza la estabilidad. Los puentes de diálogo y de negociación entre republicanos y socialistas están muy engrasados desde hace meses y, por lo tanto, no es difícil que también se puedan poner de acuerdo para falcar la gobernabilidad de Cataluña.

La situación de inestabilidad institucional que sufrimos en Cataluña desde hace más de ocho años ha tenido un efecto demoledor sobre el tejido empresarial y económico del país. La pandemia, que aquí ha provocado más de 20.000 muertos, ha agravado todavía más la situación, con el cierre masivo de empresas y de negocios.

Para salir de esta profunda depresión es condición imprescindible que del Parlament salga un Gobierno fuerte. Necesitamos que se aprueben los presupuestos. Necesitamos que se renueven los 20 organismos –empezando por la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA)- que tienen su mandato caducado. Necesitamos que la administración salga de su letargo y se active para dar respuesta a las múltiples necesidades de la ciudadanía.

Se necesita energía y coherencia en el consejo ejecutivo de la Generalitat para aprobar y desplegar todas las leyes y disposiciones que hacen falta para hacer frente a la catástrofe provocada por la covid-19. Hace falta una capacidad de respuesta rápida para atender las emergencias sociales y económicas.

Esto solo será posible desde un gran sentido pragmático y de responsabilidad política. En este contexto, la solución óptima pasa por un entendimiento entre PSC y ERC. Obviamente es a ERC a quien le toca mover ficha, admitir que ha obtenido menos votos que el PSC y, por generosidad y amor a Cataluña, facilitar la investidura y formar Gobierno con el ganador del 14-F, Salvador Illa.

Hay escenarios más rocambolescos: la formación de un Gobierno en minoría ERC-Comunes, con el apoyo externo del PSC; un Gobierno de concentración independentista (ERC, JxCat y la CUP); un Gobierno PSC-Comunes que pueda formarse con la abstención de ERC…

Pero todo esto nos aboca a un larguísimo proceso de negociaciones y de debates que amenaza de degenerar en una parálisis política que dure meses e, incluso, en una nueva convocatoria de elecciones. Otro año perdido. Y esto es inadmisible: una pérdida de tiempo en las actuales circunstancias es un crimen contra la gente que necesita y reclama un Gobierno estable y fiable, como el que tienen todos los países occidentales, y que Cataluña no tiene por culpa de la fijación independentista.

Las elecciones de este 14-F, a pesar de las excepcionales condiciones en las cuales se han celebrado, también nos dejan algunas constataciones:

-La muerte y entierro, ahora sí, del pujolismo. Sus sucesores directos –el PDECat y el PNC- se han quedado fuera del Parlament. Artur Mas, que apoyaba al PDECat, ha visto liquidada su proyección política. El hijo putativo del pujolismo, el proyecto de Juntos x Cataluña (JxCat) que lidera Carles Puigdemont desde Waterloo, ha quedado en tercera posición, desplazado por ERC en la primacía del mundo independentista. Laura Borràs ha fracasado. No será la primera presidenta de la Generalitat y, además, ha perdido el escudo protector con el cual contaba para defenderse de su imputación judicial por las adjudicaciones a dedo a su amigo informático, Isaías Herrero.

-La extinción de Ciudadanos. Es un caso único en la historia política de Cataluña. Fue el primer partido en las elecciones del 21-D del 2017 y, tres años después, ha perdido casi un millón de votos y se ha quedado con solo seis escaños. Nunca más no levantará cabeza. Igual que el PP, que el vivaracho Alejandro Fernández ha sido incapaz de resucitar. La factura de la corrupción es letal para el gran partido del centroderecha español, que se verá obligado a reinventarse y a cambiar de nombre si quiere subsistir en el mapa político.

-La irrupción de Vox, que deviene, con 11 diputados, la cuarta fuerza política de Cataluña, por delante de la CUP y de los Comunes. Es un partido populista y xenófobo, inscrito en la oleada mundial levantada por el trumpismo. Pero tampoco hay que hacer aspavientos ni encender las luces de alarma. Este 14-F ha sacado menos votos en Cataluña que en las pasadas elecciones españolas. No tiene demasiado más recorrido: del mismo modo que se ha hinchado, se deshinchará. Todos los países europeos conocen el mismo fenómeno, pero la ultraderecha no ha conseguido cuajar porque sus mensajes son siempre exagerados y, muy a menudo, son directamente fakes.

-Si Ciudadanos ha perdido casi un millón de votos en estas elecciones, los tres partidos independentistas han perdido más de 700.000. Es la muestra de que la sociedad catalana rechaza el conflicto y el enfrentamiento identitario, castigando a sus principales protagonistas de esta pasada legislatura, a ambos lados del hemiciclo.

Todo el mundo está convencido: en Cataluña hace falta diálogo  y negociación. Para cerrar las heridas en la sociedad catalana y rehacer las relaciones malogradas con el resto de España y la Unión Europea. Un pacto PSC-ERC, continuación del pacto que ya hay en el Congreso de los Diputados, es la solución más directa para abordar y cerrar, con garantías de éxito, la “cuestión” catalana.

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