Icono del sitio El Triangle

La equidistancia política: inaceptable

Temi Vives

Biòleg i filòsof. Professor Honorífic de la Universitat de Barcelona.
Totes les Notes »

Antes de intentar responder a la pregunta de si existe la equidistancia política, hay que aclarar qué entendemos por equidistancia. En el sentido primigenio la palabra equidistante significa mantener una distancia igual entre dos puntos. Dado que estamos hablando de equidistancia política, no creo que haya exigir una precisión aritmética a la expresión. Ya sabemos que los políticos a menudo no hacen números, hacen magia.

Cuando un político o un partido se manifiesta como equidistante, nos está diciendo que se considera capaz de dominar sus pasiones en un tema políticamente conflictivo y difícil. De esta manera intenta situarse en una posición superior a las dos posiciones ideológicas, sociales, económicas o simplemente políticas entre las que se considera equidistante. También es cierto que hay políticos que muy posiblemente por ignorancia, incapacidad, para evitar el compromiso o simplemente por no atreverse a analizar la complejidad que hay detrás de posiciones ideológicas diferentes, no quieren o no pueden tomar partido.

A menudo, los que se manifiestan equidistantes no se atreven manifestarse a favor de una posición o de otra por cobardía, interés electoral o simplemente esperando que el tiempo aporte una salida a una posición política dilemática. Lógicamente, la equidistancia se acaba cuando se vota y vuelve a aparecer cuando se acercan elecciones.

¿Es posible la equidistancia política?

¿Qué implica esta equidistancia?

¿Qué consecuencias o responsabilidades se derivan de ser equidistante políticamente hablando?

En política, y actualmente más que nunca, hay que analizar a fondo las causas y los orígenes de los problemas políticos, ver cómo se pueden resolver o mitigar, tomar una decisión, aplicarla y asumir la responsabilidad de las consecuencias.

La equidistancia política (precisamente en contra de lo que quiere aparentar) nunca favorece la concordia y la resolución de los problemas; en el mejor de los casos lo que hace es aplazarlos. Nunca contribuye a resolver los conflictos de forma justa ni democrática, ya que la actitud equidistante niega de raíz que siempre hay una parte que tiene más razón o es más justa o más pragmática que la otra en litigio. Por lo tanto, soy de los que piensan que la equidistancia política no es admisible en nuestra sociedad.

La equidistancia política se da en tertulias, programas de radio y televisión, debates parlamentarios e incluso en las interpretaciones de las estadísticas sociales. Cada vez hay más equidistancia y cada vez los problemas políticos están más enredados. Creo que sería más realista y pragmático abandonar la equidistancia política y simplemente decidir políticamente medidas, aplicarlas y asumir las responsabilidades que se deriven: hay que dejar de lado la equidistancia estéril.

Últimamente la equidistancia política adquiere aspectos altamente sofisticados e incluso perversos. Se utiliza para prolongar y complicar la gestión política, y lo que es peor, retrasa la solución y la hace mucho más onerosa para el erario público. La equidistancia política se mueve con comodidad y exhibe su plumaje cuando el debate independentista despliega las alas en la cancha de los parlamentos. En estos casos, para avanzar hace falta un consenso que permita ver cómo las medidas consensuadas (que por definición no satisfacen a ninguna de las posiciones) aportan resultados, y sus ventajas o inconvenientes para los diferentes sectores de la población.

Posteriormente y a la luz de los resultados, hay que proponer una alternativa más resolutiva. Debemos exigir a los políticos que no utilicen la equidistancia política. Si para el ciudadano ya es difícil tener una opinión bien informada de los temas que le afectan, la equidistancia de los políticos no le ayuda a tomar decisiones e incluso puede fomentar la indiferencia ante las propuestas políticas cruciales.

Finalmente, todas las propuestas, de derechas o de izquierdas, independentistas, federalistas o centralistas, son legítimas. Lo que no es aceptable ni justificable desde ninguna posición política es la mentira, el engaño y los daños y las pérdidas materiales y morales que provocan estas actuaciones. Son tanto más inaceptables cuanto menos transparentes o inescrutables sean. Sería mejor abandonar la equidistancia política.

La gran pregunta que muchos nos hacemos es si los que se autoproclaman equidistantes políticos, lo que hacen no es otra cosa que facilitar el camino al separatismo.

Salir de la versión móvil