«Los políticos de pueblo han pasado a hacer política desde el Palau»

Entrevista a Temi Vives Rego

Biólogo y filósofo. Fue catedrático de microbiología en la Universidad de Barcelona y da clases en la UPC. Es miembro del Grupo de Natura Sterna. Ha publicado ¿Suicidio político o suicidio ecológico? (Fundamentos) y Los dilemas medioambientales del siglo XXI, ante la eco-ética (Bubok Publishing). Forma parte de Federalistes d’Esquerres.


Hablando de fracturas, tan a la mode ¿Cómo es la que, en Cataluña, se produce entre el mundo rural y urbano?

Esta división, fractura o polarización (que queda más fino) tiene unos tintes específicos en Cataluña. En principio, la población rural o de origen rural, está históricamente mucho más enfrentada con la urbana. Esto ya viene de las luchas entre los condes y los “remensas”, que eran los apoderados de territorios y personal, que puteaban de manera brutal al campesino, provocando revueltas. La fractura tiene un origen profundo, histórico, y muy, muy implicada, en la identidad catalana. Después, esta división se ha ido conformando de acuerdo con la evolución social. Hubo, en principio, una emigración descomunal de gente del mundo rural, sobre todo a la ciudad de Barcelona y aledaños, y luego también a las ciudades industriales, primero Tarragona y, muy recientemente, Gerona.

¿Resulta significativo, en tal sentido, el movimiento, digamos semi-ruralista, de las segundas residencias? 

Es un fenómeno remarcable el de la gente de Barcelona que se va al mundo rural, básicamente a segundas residencias, pero no es el único. Tengo amigos, nacidos y educados en Barcelona, que se han ido a vivir y trabajar a la Costa Brava, el Ampurdán, Lleida, Tarragona… Forman parte de los “pixapins”. Se habla de varios millones de personas de Barcelona, y también de Tarragona, que tienen una segunda residencia en pueblos pequeños, que han pasado de una situación de desierto social y económico, a crecer significativamente. Pero no han sido capaces de reconocer a esa gente como del pueblo. O sea, la ruptura entre mundo rural y urbano no es solamente entre la ciudad y el pueblo, sino con la población de gente de la ciudad que vive en estos pueblos, básicamente en segundas residencias.

“Barcelona como problema”, es un sentir muy generalizado en el universo nacionalista, especialmente el de carácter rural ¿Qué quiere decir esto?

El problema está en Barcelona, porque es ahí donde está la oposición más fuerte al independentismo. Si borrases de Cataluña Barcelona, y su cinturón industrial, el Barcelonés, el voto independentista sería aplastante. Es el mundo rural el que, básicamente, tiene este comportamiento independentista que no es de izquierdas. Es un independentismo de derechas. En cambio, en Barcelona y el cinturón industrial se es más de izquierdas. Y la derecha tradicional, los convergentes de toda la vida, no son tan nacionalistas como se plantea ahora, aunque no se atreven a decirlo. El mundo rural se ha encontrado con que Barcelona ha impedido que el 1 de octubre se consolide como una realidad política. Ese es el problema.

¿La religión y la iglesia católica, de base sobre todo rural, siguen conformando un frame determinante del sentimiento y la adscripción nacionalista?

Ya sabes que los convergentes son, de hecho, carlistas y también falangistas. He conocido a muchos, hablando un catalán exquisito, que cuando llegó la democracia, se pasaron a Convergencia. Pero esto va más lejos. La Iglesia, oficialmente, en Cataluña, también estaba dividida entre independentistas y quienes no lo son. Los primeros estaban localizados básicamente en la abadía de Montserrat, y los segundos en las de Tarragona-Barcelona. Por eso, Junqueras va a Montserrat. Otros políticos iban al Miracle, de Cardona, porque no eran tan independentistas.

Asociado a la Covid, está muy de moda alabar las maravillas del mundo rural. Pero a la vista de cuestiones como la cría intensiva de ganado, el uso incontrolado de pesticidas, la contaminación de los acuíferos, etc. etc. ¿No parece oro todo lo que reluce, en el campo?

Aquí, contesto como científico. Todo esto de que en el pueblo la vida, la comida…, es más sana, es falso. Se consume el mismo tonelaje por kilómetro cuadrado de herbicidas en Gerona que en el Ampurdán, Barcelona, Tarragona o Huércal-Overa. Y el trato a los animales es exactamente igual. La mayoría de los productos vegetales que se consumen en toda Cataluña vienen de Mercabarna. Y en Palamós, solo el 39% del pescado que se consume procede de las aguas de la Costa Brava. En lo que a expectativas de vida se refiere, las estadísticas ponen de manifiesto que en Barcelona son significativamente más altas que en los pueblos. La prueba se ha visto ahora con la cuestión de las residencias en Olot, Banyoles, Tremp… La idealización del mundo rural es pura fábula que, en muchos casos, se crea en función de intereses políticos. Y cuando esto se desvele, el independentismo lo va a pasar fatal.

¿Y cuál es la correlación, digamos, urbano-rural, entre las élites políticas?

Ahora, los miembros de gobierno catalán son de pueblo. Por ejemplo, Puigdemont es de Amer; Torra es de Blanes… Hasta la época de Mas, todos eran de Barcelona ciudad y, a lo sumo, de algún aledaño. Esto es algo que ilustra muy bien esta ruptura entre lo urbano y lo rural. Los políticos de pueblo han pasado a hacer política desde el Palacio de la Generalitat, y ya nos podemos imaginar sus consecuencias.

¿Podemos hablar de la pervivencia en Cataluña, sobre todo en el territorio, de una especie de neo-caciquismo velado, vía tráfico de influencias, clientelismo y otras criaturas similares?

Cataluña siempre ha sido clientelista, entre otras cosas porque el gran progreso económico, sobre todo de Barcelona, se estableció a partir del famoso eje económico Barcelona-Madrid, Madrid-Barcelona que, por supuesto, beneficiaba a ambos. Uno de los problemas para los independentistas, sobre todo de los neo-convergentes, es ese eje sagrado, que si no funciona todo se va al garete.

¿A la vista de los desequilibrios existentes, federalismo también para Cataluña, como parece decir Xavier Urkullu, en Euskadi?

Los independentistas solo hablan de lo que les interesa. El famoso agravio Cataluña-España, del déficit fiscal, se puede plantear también a nivel interno. El Barcelonés aporta muchísimo más a Cataluña de lo que ésta lo hace a la metrópoli. Si se interrumpiera el flujo económico, humano, social… entre el Barcelonés y el resto de Cataluña, automáticamente ésta se empobrecería drásticamente. Urkullu ha empezado a hablar de la necesidad de federalizar Euskadi muy tarde y sotto voce. En Gerona ciudad se mira por encima del hombro a los de Barcelona, como antes se hacía entre Cataluña y Madrid. El federalismo dentro de Cataluña es un tema que no conviene a los independentistas, porque exige colocar sobre la mesa qué diferencias hay, y cómo nos ponemos de acuerdo para coexistir, y compensarlas de una manera u otra.

Barcelona forma parte de las grandes urbes, que dialogan, compiten, colaboran, a escala planetaria. ¿No parece, en consecuencia, que necesita de un estatus propio, mucho más allá de su condición de capitalidad de Cataluña?

Es uno de los temas tabús que, en principio, Maragall intentó sacar adelante con el tema de las Olimpiadas, pero que ha sido enterrado por los independentistas. Se ha hablado y debatido, la idea de hacer de Barcelona algo similar a Singapur. Una ciudad-Estado. Sin llegar quizás a eso, existen muchos ejemplos en el mundo de conglomerados urbanos que disponen de estatutos propios, con mucho poder y competencias, que Barcelona tendría que adoptar. Este es, por ejemplo, el caso de Londres, que dispone de amplios poderes. También el de Nueva York, o de Washington DC. Todo lo cual, responde a la idea que hoy en día, más que nunca, no se puede vivir de espaldas a los demás.

¿Tienen algo que decir los inmigrantes, los novísimos catalanes, en todo esto?

Hace poco, escribí algo que empezaba diciendo «ni Cataluña para los catalanes, ni España para los españoles, ni América para los americanos». El mundo es de los migrantes. Poco a poco se van configurando espacio de emigrantes, que hablan sus lenguas, y viven a su manera. Esto es algo que no se puede eludir. Yo viví en Bruselas, en St. Gilles. Había la zona de españoles y, a su vez, la de asturianos, gallegos, andaluces… Compraba el pan y la carne a un marroquí, el pescado a un asturiano, e iba a comer a restaurantes griegos… Aquí no se coge el toro por los cuernos. En Llagostera, sin ir más lejos, no se ofrece a los emigrantes la posibilidad de hablar castellano, porque todo lo que les hacen y ofrecen es aprender catalán, y hacer cosas en catalán. Podrán hablarlo, pero sus familias hablan castellano, inglés, árabe… Y esto puede estar generando una nueva fractura.

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