El principal enemigo de Jordi Cuixart

Situados en el año 21 del siglo XXI, el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, ha sintetizado el programa independentista en dos palabras: “Amnistía y autodeterminación”.

Amnistía para que los líderes secesionistas que están en la cárcel, expatriados, inhabilitados o encausados judicialmente puedan recuperar la libertad y los derechos políticos de representación. Autodeterminación, con el objetivo de lograr la convocatoria de un referéndum binario, pactado o unilateral, como mecanismo para obtener la segregación de Cataluña del Estado español.

Parece mentira que, después de más de ocho años del inicio del proceso independentista, todavía estemos en este punto. Jordi Cuixart, y los que piensan como él, demuestran que no han entendido nada. La Comisión Europea y el Parlamento Europeo son totalmente contrarios al derecho a la autodeterminación de las regiones, como es el caso de Cataluña. Por una razón obvia: si se abre esta puerta, el proyecto de construcción europea, que se está vertebrando desde el fin de la II Guerra Mundial, saltaría por los aires.

En la actualidad, los esfuerzos de la Unión Europea están focalizados en acabar de integrar a todos los países que todavía restan fuera del proyecto comunitario (Serbia, Bosnia, Albania…) y consolidar este espacio planetario de libertades y democracia. Plantear, en medio de esta dinámica, un proceso de secesión interna, como hace el independentismo catalán, es absolutamente contradictorio y, en consecuencia, inaceptable a ojos de Bruselas.

El anhelo secesionista de Cataluña tiene su raíz en el rediseño de las fronteras europeas que se hizo después de la I Guerra Mundial –¡hace más de 100 años!- y, de manera singular, con la independencia de la católica Irlanda. Este es el modelo que inspira a Francesc Macià, el verdadero promotor del proyecto independentista que, después de dar mil vueltas, ha llegado hasta nuestros días.

Ni la más reciente disgregación de la Unión Soviética y Yugoslavia, después de la caída del Muro de Berlín (1989), nos conciernen. El caso de Kosovo es totalmente diferente de aquello que pasa y vivimos en Cataluña. Son harina de otro costal y, por honestidad intelectual, son situaciones que no podemos comparar ni mezclar.

Todo el mundo es muy libre de pensar como quiera, por supuesto. Pero, por favor, pediría a Jordi Cuixart que, por su bien y el de su familia, abra los ojos y tenga los pies en el suelo: la amnistía y la autodeterminación son reivindicaciones quiméricas destinadas, de entrada, al fracaso. Y pedir peras al olmo es una pérdida de tiempo.

Yo soy contrario a la línea dura de la represión contra el independentismo. Creo que los hechos del 1-O y del 27-O del 2017 fueron una “performance” y que, en consecuencia, los líderes secesionistas que están en la cárcel hace tiempo que tendrían que haber salido a la calle. Pero es también obvio que declaraciones como “lo volveremos a hacer” –uno de los ‘mantras’ que proclama Jordi Cuixart- pongan en estado de alerta al poder judicial español, que ha optado por aplicar la Constitución en su versión “hard” y que se juega su reputación internacional.

Los hijos biológicos de Jordi Pujol están bien calentitos en su casa. En cambio, los “hijos políticos” de Jordi Pujol –entre los cuales está la mayoría de los presos independentistas y expatriados, empezando por Oriol Junqueras y Carles Puigdemont- están “pringando” de lo lindo. ¿Cuándo se darán cuenta todos ellos que el proceso independentista -que empieza de verdad desde el momento en que Convergència decide instrumentar esta estrategia después de la imputación por corrupción de Oriol Pujol en 2012- fue concebido como una maniobra de presión contra el PP de Mariano Rajoy y no como una “revolución rupturista” contra el “régimen del 78”?

La aventura secesionista del 2017 ha acabado con una derrota estrepitosa y un fracaso absoluto. Como no podía ser de otra manera, en el contexto de la España democrática, de la Unión Europea y del mundo del siglo XXI. El objetivo prioritario es que los presos y represaliados políticos vuelvan a su casa. Pero esto no se conseguirá por la vía de la confrontación y la intransigencia.

Quien aconseja a Jordi Cuixart para decir lo que dice es su peor enemigo. Cada vez que abre la boca, la vía del indulto o de la modificación penal del delito de sedición, que está en las manos el presidente Pedro Sánchez, es más lejana.

La gran farsa del proceso es que sus verdaderos inductores han quedado entre bambalinas, sin dar la cara en ningún momento. En cambio, la “fuerza operativa de choque” –los “coroneles”, los “capitanes” y los “soldados” que obedecían las órdenes del “generalato”- son los que han resultado duramente castigados y han pagado las consecuencias de esta batalla estéril y absurda, perdida antes de empezar.

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