Meridiana: la ostentación del poder

Desde el 14 de octubre de 2019, un reducido número de independentistas reivindica la liberación de los políticos presos por el Procés cortando diariamente la Avenida Meridiana. Tratándose de una arteria tan importante, la protesta perjudica gravemente a vecinos y comerciantes (sean independentistas, constitucionalistas o mediopensionistas), provocando un caos considerable. Pero ellos siguen a lo suyo: difícil penetrar en la psique de quien muestra solidaridad hacia unos presos pero a la vez una absoluta falta de empatía hacia sus conciudadanos. De quien protesta contra lo que considera una injusticia generando otra. No olvidemos que no se trata de un corte puntual, sino de más de un año de cortes.

Cabe suponer que se sientan legitimados escudándose en el tamaño de su agravio. Legitimados incluso para perjudicar, para joder (con perdón) al prójimo. Porque su agravio no es un agravio cualquiera, como el que usted y yo podemos sufrir en algún momento de la vida. No. El suyo es el agravio, por antonomasia. Su magnitud es tal, que los demás  deberíamos hincar la rodilla, caer fulminados ante él. Y claro, no basta con protestar de forma razonable, manifestándose de manera que el resto de la Humanidad pueda seguir con su vida normalmente; que es justo lo que prescribe la ley y lo que hace el resto de colectivos que también se sienten víctimas. No señor.

Pero el rasgo distintivo de este caso es que el Poder (llámese Quim Torra o Ada Colau), lejos de poner coto a su manera abusiva de protestar, aplicándoles la ley en la misma medida  que se la aplican a otros colectivos (con los cuales no tienen, por cierto, ningún miramiento), parece haberles otorgado “licencia para cortar”. No se corten, viene a decir el Poder Municipal o Autonómico, corten lo que quieran, que nosotros miraremos para otro lado. Llevamos ya 300 cortes en la Meridiana, lo que constituye la plasmación pura y dura de dos axiomas muy queridos por el independentismo catalán: “Las calles serán siempre nuestras” -coreado asiduamente en sus manifestaciones- y “este país siempre será nuestro”, frase perpetrada por Ernest Maragall.

Por tanto, aquí hay un elemento de ostentación, de primate o de perro que orina marcando territorio, si nos ponemos escatológicos. Se trata de demostrar quién domina el espacio público. Se trata, en definitiva, de demostrar quién es el amo. Y si ello se hace en un barrio eminentemente obrero y de mayoría castellanohablante (es decir, ante la población en principio más reacia al ideario independentista),  mejor. Poco importa que los cortes los lleven a cabo cuatro gatos. Esto, lejos de disminuir un ápice la ostentación, la acrecienta: Somos pocos, vienen a decir, pero somos intocables. Somos pocos pero tenemos un buen padrino detrás, con un gran garrote.

Hasta que el pasado 9 de diciembre se produjo un hecho insólito: los vecinos del barrio, armados sólo con la fuerza de su hartazgo, decidieron convocar una concentración de protesta. Un acto puramente cívico, pacífico, donde se pidió expresamente que no se exhibieran símbolos partidarios. Acudieron cuatrocientas personas. Y claro, no se podía consentir. Se contraprogramó una concentración de signo opuesto que, obviamente, volvió a cortar la Avenida. Y una hilera de furgonetas de las Fuerzas Antidisturbios de los Mossos d’Esquadra hubo de situarse en medio para separar a ambas. Lo que vino después fue la estigmatización simbólica, y en algunos casos mediática, de la protesta vecinal: La contramanifestación blandía una enorme pancarta con el lema “Nou Barris será la tumba del fascismo”, sostenida por jóvenes embozados, de estética vagamente antisistema. Y junto a ellos, jubilados independentistas creían estar dando su última batalla contra Franco. ¿Fascistas? ¿Aquellos vecinos hartos, pero pacíficos, muchos de cierta edad, provistos de alguna cacerola, algún silbato? ¿Era fascista una concentración sin banderas, sin símbolos, sin pancartas, que apenas sostenía una solitaria senyera? Algunos medios, como digo, hicieron el resto: informaron de haber detectado algún elemento ultraderechista en el acto. Raro que no informaran también de la presencia de conocidos representantes de la izquierda no nacionalista, como Xavier Marín (exdirigente del PSC), Vicente Serrano o Félix Pérez Romera. Pero la sombra de la duda ya estaba sembrada.

Pese a todo, el día 21 de diciembre se volvió a convocar otra concentración de repulsa a los cortes. La vida sigue. No pasarán. No cortarán. 

 

 

 

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