Triste y sola, Catalunya: ¿a dónde vas?

Las elecciones catalanas, previstas para el 14F, han abierto un panorama más complejo del que había hasta ahora. Mientras VOX parece afianzarse en Catalunya, a reflujo de la crispación generada por el nacionalismo soberanista, Cs mengua, y el PP no sabe exactamente qué hacer, los grupos independentistas, después del fracaso del prusés, se pelean, se rompen y se reinventan, por mantener la comedora. Por una parte, tenemos los más o menos unilaterales, nostálgicos del pasado de lo que pudo ser, convencidos de que hay que poner más carne en el asador para conseguirlo. Estos van a lo suyo, independientemente de si tienen mayorías suficientes en la población para tener la mínima credibilidad ética. Y de entre estos, los convencidos de que no podrán conseguir la independencia si no se genera más lio, más odio y violencia. Por otra parte, están los que dicen que si entonces no se pudo, pues ahora mucho menos, se toman sus tiempos y piensan en pactar. Un tercer grupo se desmarca y simplemente quiere volver al catalanismo positivo, aquel que generaba amplio consenso, y ayudaba a la gobernabilidad de España.

Paradójicamente, en esta batalla por el dominio del independentismo, los aparentemente más radicales y populistas que siguen manteniendo posiciones claramente fracasadas, son los que ya tuvieron mando en plaza y su oportunidad. Sus mensajes suenan a un “déjà vu”. ¿Acaso no se trata de demostrar quién es más pata negra y consigue más votos? En todo caso, no parece lógico que los demás partidos, después de las elecciones, les permitan gobernar, cuando lo único que han hecho es mucho teatro, degradar la economía y la convivencia en Cataluña, y conseguir que compañeros de viaje estén en la cárcel.

La polarización generada por el independentismo, trasladada al Parlamento catalán, no ha traído nada que valga la pena en muchos años. Asistimos a una confrontación permanente, poco constructiva, más anclada en la teatralización que en la política, que ha dado gobiernos poco proclives a gobernar para la mayoría de ciudadanos.

En los medios de comunicación, a rebufo de la política, cada vez que se publican nuevas encuestas vuelven a plantearse las mismas dos preguntas que llevamos 40 años repitiendo: ¿volverán a pactar las fuerzas independentistas y seguirán con lo suyo? O ¿será posible un tripartito de izquierdas? Quizás ni lo uno ni lo otro.

Entre la población, aunque el independentismo se haya empeñado en polarizar la situación, y haya conseguido alterar la convivencia, las encuestas siguen mostrando que los ciudadanos de Cataluña no se dividen en buenos y malos, fieles o traidores, independentistas o no. Muchos independentistas, según como, se vuelven federalistas. Los autonomistas se vuelven más centralistas o más federalistas y los federalistas pueden ser más autonomistas o más confederales. Algunos son más españoles que catalanes y otros más catalanes que españoles. ¡Cabezotas!: siguen dominando las identidades compartidas.

Por eso, parece más cerca del sentir ciudadano, la gama de matices que se está abriendo actualmente entre los partidos independentistas que el bloqueo de los últimos años. Y visto lo que está ocurriendo en el Congreso, dónde la izquierda no ha tenido más remedio que apoyarse en el nacionalismo dispuesto a pactar, en Cataluña podría pasar una cosa parecida. Es tiempo de garantizar un gobierno que priorice el bienestar de los ciudadanos ante la inanidad a la que nos conduce el independentismo, pero al mismo tiempo, necesitamos un gobierno capaz de pactar con las demás fuerzas políticas una salida al impasse en el que estamos. Un gobierno asentado en la realidad, aunque no en el inmovilismo. Un gobierno, básicamente de carácter social, que pueda acordar con el nacionalismo pactista salidas a la crisis que ha generado la unilateralidad de los más radicales. Una salida que tenga en cuenta a la mayoría del sentir ciudadano.

De estas elecciones saldrá un Parlament muy fraccionado, pero esperemos que sea capaz de sacarnos del impasse político en el que nos encontramos, capaz de buscar alternativas que generen mayor consenso y tenga posibilidades de entendimiento con el gobierno español.

Los resultados de las elecciones nos marcarán la senda del encuentro.

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